Carlos Adrianzén

¿El momento de ajustarnos?

Seis cambios necesarios para mejorar la economía peruana

¿El momento de ajustarnos?
Carlos Adrianzén
05 de febrero del 2025


Estos son tiempos extremadamente polarizados. Y en estas polarizaciones, el grueso de la población no entiende de datos, ni de razones. Incluso, basados en sus sentimientos o creencias, evita la lógica más elemental. 

Hace poco el dictador del Vaticano calificaba como una desgracia que otra nación pretenda hacer cumplir sus leyes migratorias. Mientras que en su Estado solo concederían la ciudadanía o el permiso legal a sus empleados, a sus funcionarios y familiares.  Al mismo tiempo,  a los peruanos que se ven obligados a regresar a su patria, expulsados por violar las leyes de otro país, la burocracia y los periodistas locales los etiquetan como inmigrantes indocumentados. Otra de esas aberraciones toleradas cotidianamente.

En medio del avance del neomarxismo, y con una economía global que crece raquíticamente, ¿qué sucede en el planeta?  Pues, la incertidumbre estalla. Existen muchos focos problemáticos abiertos. Ciertas naciones se apertrechan militarmente; alguna invade territorios ajenos mientras otra captura ideológicamente a su vecina. Simultáneamente, se van consolidando abiertas guerras tecnológicas y comerciales entre potencias y bloques.

 Curiosamente, el billonario Mark Elliot Zuckerberg se construye un apocalíptico búnker en la isla de Kauai, mientras el cónclave de Davos concluye como un lío de sordos y sin ningún aporte, significativo o relevante. Vivimos pues en tiempos de muy elevada incertidumbre, estimado lector.

En función a nuestros propios intereses –y los del resto– los invito a enfrentar la primera interrogante de estas líneas. Y en la forma más gráfica y sucinta que nos resulte posible (ver Evidencia Uno).

 

¿Estamos tan bien como se repite?

Algunos repiten que estamos increíblemente bien. Exagerando mucho; pero eso sí, somos los mejores de los peores. Somos, bajo la accidentada gestión de Doña Dina y su piñata, una de las naciones más estables, dinámicas y equilibradas en una región donde –después del abandono de los europeos– nadie nunca se ha desarrollado. Ni va verosímilmente en camino de serlo en las próximas tres décadas.

Nos alegramos de que nuestra inflación actual y el crecimiento del año pasado destacan regionalmente. Pero obviamos que el crecimiento de largo plazo del producto de un peruano en dólares constantes ha colapsado en la última década. Desde un promedio quinquenal en frontera con el desarrollo (7%), hacia otro de definido camino a mayor subdesarrollo (0%).

Si no elevamos drásticamente nuestro ritmo de acumulación y crecimiento, considerando el ritmo de expansión de las naciones desarrolladas, ceteris paribus, continuaremos profundizando nuestro subdesarrollo. Recuérdelo: el desarrollo económico es siempre un fenómeno comparativo. No existe diferencia entre alto crecimiento de largo plazo y desarrollo económico.

Solo por esto no cabe repetir que estamos tan bien. Si escarbamos en qué nos pasó encontraremos algo muy sugestivo (ver Evidencia Dos).

 

¿Los caviares tomaron el control?

Por supuesto. Por su utilización en la política local , el vocablo “caviar” puede resultar solo otro objeto multiusos. Si entendemos que los llamados caviares locales solo siguen una combinación de poses opresoras, socialistas o mercantilistas –ideológicamente similares a los de otros grupos etiquetados con adjetivos diferentes (digamos, los humalistas, los fujimoristas o los filosenderistas) entenderemos que su grado de error económico es solo una suerte de intensidad en la opresión. 

No fue casualidad la cercanía entre Vizcarra, Sagasti o Castillo y entre los incondicionales mutantes que los sirvieron. Con ellos en el poder, la cuenta financiera de la Balanza de Pagos se deterioró, y algunos se atreven a estimar una corrida de capitales al exterior cercana a un cuarto del PBI. Algo terrible. No revertido aún.

Como es previsible en un régimen caviar el deterioro de la gobernanza estatal (corrupción burocrática et al), y con ello la informalidad y –sobre todo esto– alimenta un colapso inversor (ver Evidencia Tres). No culpemos a Trump. Nuestra fragilidad fue tejida en casa.

En español de economista un PBI potencial mucho menor. En español metafórico, un techo más bajo y por un buen tiempo.

¿Cómo estamos hoy?

La última pieza de evidencia de esta historia desarrolla un triángulo. Sobre los antecedentes de una plaza que: (1) cree firmemente estar creciendo de nuevo, sin que eso esté sucediendo al ritmo razonablemente requerido; (2) que no asume que sufrió una enorme descapitalización, con corrida de capitales incluida; y en la cual, (3) la inversión privada se minimizó (con golondrina incluida en el puerto de Chancay), se consolidó una narrativa de éxito. Y como toda narrativa esta es pura ficción. 

En realidad, usamos excelentes precios para que no se note que las exportaciones de bienes y servicios –remesas incluidas– se estancaron. Una suerte de versión chicha de la maldición de (escasos) recursos naturales (ver Evidencia Cuatro).

Los buenos precios que muestra la última figura, como a Venezuela el petróleo. nos han servido para retroceder y estancarnos… sin que se note. Y sí. Estamos tremendamente mejor de lo que pudimos haber estado con Pedro Castillo y su asociada Verónika Mendoza. 

Hoy por hoy resultamos una plaza que sufriría severamente ante una crisis global larga. Y esto no es algo descartable. Carecemos de las capacidades macroeconómicas para resistirla por mucho tiempo, y de las capacidades institucionales para medrar de ella.

 

Pero también sí. Cesar Vallejo tuvo una boca premonitoria. Está casi todo por hacer.

¿Qué debemos hacer ahora?

La evidencia presentada descubre que la tarea es factible. Profundizar agresivas reformas de mercado. No cháchara neomarxista de segunda generación.

Un programa de seis puntos:

  1. Una reforma tributaria dirigida hacia un régimen de flat tax y un límite del gasto a los gobiernos locales y regionales ajustado a su recaudación de tasas y contribuciones.
  2. Articulación de ministerios en solo cinco carteras. 
  3. Tránsito hacia un superávit fiscal de 2% del PBI. 
  4. Liquidación de empresas públicas deficitarias. 
  5. Reducción de la burocracia excedente. 
  6. Y –fundamentalmente– optimización de la gobernanza estatal, hacia valores normalizados por encima de 1, en los estimados del WGI (Banco Mundial)
Carlos Adrianzén
05 de febrero del 2025

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