Arturo Valverde
El mensaje de Dickens
Sobre los saltos del drama a la comedia en las obras teatrales
En mis años como lector he tenido la sensación de que algunos libros parecen llamarnos de manera misteriosa desde los estantes, y dotados de cierto magnetismo nos atraen con tal fuerza, que a uno no le queda más alternativa que sucumbir a esa atracción y perderse entre sus páginas.
Oliver Twist, este gran clásico de la literatura, escrito por Charles Dickens, ha sido para mí uno de esos mágicos casos. Por meses había aplazado la lectura de esta apasionante novela, hasta que me rendí ante este libro, descubriendo con agrado una idea sobre el drama propuesta por su autor.
Escribe Charles Dickens: “Es costumbre en el teatro, en todos los buenos y sanguinarios melodramas, presentar las escenas trágicas y cómicas por turno regular, como las capas rojas y blancas de un trozo de tocino entreverado bien curado. Húndese el héroe en su lecho de paja, agobiado por el peso de grilletes e infortunios, y, en la escena siguiente, su fiel sí que inconsciente escudero regala al auditorio con una cómica canción. Contemplamos, con el corazón agitado, cómo la heroína, presa en las garras de un varón orgulloso y despiadado, en peligro su vida y su virtud, desenvaina su puñal para conservar la una a costa de la otra, y en el preciso momento en que nuestras esperanzas se hallan en la cúspide de la excitación, se oye un silbido, y al instante nos vemos trasladados al gran salón de un castillo, donde un senescal de cabellos canos canta una graciosa canción a coro con un grupo de vasallos más graciosos todavía, libres de todo servicio, desde la cripta al palacio, y que se pasea por allí en un perpetuo gorjeo.
Estos cambios parecen absurdos; mas no son tan artificiosos como se creyera a primera vista. En la vida real las transiciones desde la mesa bien puesta al lecho de muerte, y desde los crespones de luto a los atavíos de gala, no son menos sorprendentes; solo que allí somos intérpretes activos en vez de pasivos espectadores, lo que constituye una gran diferencia. Los actores, en la imitada vida del teatro, permanecen ciegos a esas violentas transiciones y bruscos impulsos de cólera o de pesar que, puestos ante los ojos del mero espectador, quedan seguidamente condenados por desaforados y absurdos.
Como quiera que las súbitas mutaciones de escena y rápidos cambios de tiempo y de lugar no solo se hallan sancionados en los libros por el prolongado uso, sino también son considerados por muchos como el arte magno del creador; estimando los críticos la habilidad de un autor en su oficio precisamente en relación con las situaciones en que deja a sus personajes al final de cada capítulo…”.
A pocas páginas de acabar de leer las aventuras de Oliver Twist, he llegado a pensar que aquel era el mensaje que desde hacía tiempo Dickens quería comunicarme.
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