Nicolas Nadramia
El K-Pop como plaga exitosa y fracasada
Sobre los suicidios de algunas estrellas de este género musical
A todos los que tenemos una cuenta en Twitter nos ha pasado que al entrar durante la mañana nos encontramos con las tendencias a nivel global (y local también), siempre con tres características: la primera relacionada a BTS, TWICE o WeGirls, la segunda a un cantante con nombre “chino” al que lo hacen tendencia (incluso para celebrarle el cumpleaños) y, por último, textos en algún idioma asiático. Al seleccionar una de esas tendencias nos damos cuenta de que son mero apoyo, difusión o recordatorios de las boybands surcoreanas que, a pesar de que no las oigamos en la radio ni veamos en las principales listas de Spotify por país, poseen un gran movimiento, reproducción y fanáticos (más que nada mujeres) en todas partes del mundo, contando al Perú.
El famoso K-Pop es hoy en día uno de los géneros musicales más escuchados (alrededor de 400 millones de reproducciones en YouTube por cada video), pero al mismo tiempo más demandados por investigadores para estudiar –tanto de manera sociológica como empresarial– en qué consiste esta movida que ya se puede catalogar, de una u otra manera, como una subcultura.
El K-Pop es el principal género musical escuchado, producido, compuesto e interpretado en Corea del Sur; mezcla diferentes estilos musicales que van del pop sintético, las guitarras funk, disco, rap y sonidos de videojuegos. Y combinan, al mismo tiempo una temática estética que va desde los cortes de cabello similares –con diferente color para cada integrante del grupo– hasta la ropa casi femenina que usan los cantantes hombres, lo cual busca romper un estereotipo en Sudamérica, Europa y Estados Unidos. Si a eso se suman las coreografías que se ven en los videoclips está claro que ofrece una experiencia tal que se impregna en la vida cotidiana de las personas que buscan un escape o una desconexión total de su ecosistema.
Todas las canciones están escritas en coreano, salvo algunos versos que se dicen en inglés. Sin embargo, sabemos que si una canción es pegajosa por la música y posee una coreografía fácil de manejar, la letra queda fuera de la creación musical. Pasó con Michael Jackson y “Thriller”; Los del Río con “La Macarena”, Michel Teló –gracias a Neymar- con “Ai se eu te pego” y PSY con el “Gangnam style”. Canciones que rompieron récords y se volvieron tendencias mundiales por los hechos antes mencionados.
A pesar de no estar en los principales charts de las plataformas digitales que ofrecen música vía streaming, se encuentra una gran cantidad de clubes de fans en nuestra capital, que se reúnen para dar tributo a sus ídolos en ceremonias casi religiosas, los fines de semana. Un caso personal ocurrió hace un par de años, que llegué a observar una cola de personas para un concierto de un grupo perteneciente al género ¡25 días antes! Eso nos da un a idea de que el poder y el éxito de estas agrupaciones no está en manos de las grandes disqueras, como Sony o Warner Music, sino de la gente. Es más la sociología la que entra a investigar el tema.
No obstante, no todo es color de rosas en esta ola que está pegando fuerte y ha sorprendido a los mismos estadounidenses, quienes siempre han manejado el joystick musical. Todo esto se debe a que, según Juan Antonio Mata, consultor sobre derechos de autor para comerciales de marketing y publicidad en Lima, son empresas surcoreanas las que hacen todo este trabajo desde años: entrenan a los niños, les enseñan a bailar y a cantar, y los preparan para que sean las grandes estrellas mundiales.
Esto último lo sostiene Stacy Nam, una relacionista pública que trabaja de cerca con las empresas surcoreanas, quien lo comentó para un reportaje de la BBC. De esa manera, además de darle la oportunidad a los jóvenes de triunfar en el mercado musical, ser querido por millones de adolescentes y tener dinero al largo plazo, terminan convirtiéndolos en un producto de las empresas, que deciden qué deben hacer, comer, por donde caminar, su itinerario diario y cuando dormir. Como si fueran animales rumbo al matadero. Es decir, se les dice: “Te soluciono la vida, pero eres mi esclavo hasta que recupere mi inversión más una ganancia adicional”.
No es para nada casual que, debido al gran cansancio de hacer tantas presentaciones, videoclips, canciones, y al no tener libertad siquiera para decidir cuándo dormir, en los últimos dos meses han fallecido tres cantantes pertenecientes al género, cuya causa de muerte ha sido el suicidio: dos confirmados y uno en sospecha. Todo por lo mencionado en el párrafo anterior, sumado al acoso cibernético que han sufrido por sus haters y fans.
Y es que, de manera sencilla, el K-Pop es un género musical que conquista fanáticos cada día en cualquier parte del mundo, ya que ofrece toda la una experiencia musical que encantaría a chicos y grandes. Y eso está bien. Sin embargo, no podemos usar a la gente como robots o cosas, puesto que los cantantes y bailarines también necesitan descansar. Los fans de este género son los que tienen el poder. Y al ser tanta la conexión, se espera que los cantantes terminen brindando la mayor cantidad de conciertos y presentaciones para complacer a sus seguidores en todo el mundo, y sobre todo a las productoras, que son los principales receptores de las utilidades que generen. Pero deberían dejarlos descansar de vez en cuando.
Se dice que todo lo que sube rápido, cae de la misma manera; mientras que lo que crece de manera gradual termina manteniéndose en el tiempo, hasta que desaparece cuando el beneficiado lo decide. Floricienta y los Jonas Brothers eran las principales marca y banda que vendían en el mercado de masas de manera rauda y feroz, pero pasaron los años y fueron olvidados para dar paso a otros. Si queremos mantener a una marca musical en el tiempo, y que su nivel de popularidad dure décadas, tal como el caso de U2, entonces se debe planear y complacer a los fans, pero sin abusar de las capacidades y energía de los principales intérpretes.
COMENTARIOS