Manuel Gago
El juez de Rancas
La estrategia del terror ha dado resultados

El envilecimiento del sistema de justicia es la madre de todas las aflicciones nacionales. Los audios propalados por los medios de comunicación son solo una pequeña muestra de lo que en verdad sucede dentro de las instalaciones de quienes, se supone, administran la justicia en Perú. Un sistema judicial pervertido por sus normas y procedimientos que se contradicen entre sí, por la forma como se conforman las instituciones judiciales, por el excesiva judicialización de cualquier pleito y por la aceptación de testimonios falsos y pruebas visiblemente amañadas. Aquí, si la verdad no va acompañada de pruebas tramposas no es verdad para los jueces y fiscales.
A la izquierda antisistema le conviene este estado de cosas para impulsar la radicalización de la crisis nacional. Le hace creer a los jóvenes —que de historia no saben casi nada— que la corrupción ha sido inventada en la década de los noventa. Los mal retocados notables y adalides de la pureza nacional no dicen la verdad: que la administración de la justicia no se resuelve en doce días. Tampoco removiendo a jueces y fiscales, porque ellos son parte de esta misma sociedad desconcertada, confundida, engañada, ignorante y huérfana de noblezas.
Manuel Scorza, en Redoble por Rancas, relata ciertos eventos sucedidos entre 1950 y 1962 en los distintos poblados de la Pampa de Junín. Uno se sus personajes, el doctor Francisco Montenegro (nombre ficticio), juez de primera instancia de Yanahuanca, en sus 30 años como autoridad había impuesto su voluntad por encima de la ley. Rompía en mil pedazos en la cara de quien se atreviera a dejarle un escrito, público o privado, en sus manos. Un déspota total que, con el cuento de condenar el abigeato, se convertía en el principal causante de los resentimientos y de los odios instalados en el alma andina.
En la obra, Rancas es un poblado con municipalidad, escuela fiscal e iglesia como únicos edificios públicos. Según el autor, en la pampa todo era tranquilo hasta que llegó el tren y la alambrada, un cerco construido en los pajonales de Rancas que comenzaba a delimitar los terrenos de los comuneros.
Para entonces, el implacable juez Montenegro ya había abofeteado públicamente a los tenientes gobernadores, alcaldes, comuneros, cura y sacristán, personero, sargento de la policía, sanitario, director de la escuela, jefe de la Caja de consignaciones, escribano y a más de un notable comerciante y comunero. Todo aquel que, para su desgracia, había tenido la osadía de un gesto o de una palabra maliciosa para el juez.
A la honorable autoridad le encantaba el sobrenombre de “doctor”. Y ¡ay! de aquel que cometiera la imprudencia de llamarlo por su nombre. El perdón que concedía el juez después de las faltas cometidas por los parroquianos era motivo de celebración pública. La apoteosis del jubileo sucedía cuando el “agraviado” juez acariciaba al autor de la “insolencia”. Como si fuera un padre lleno de ternura y misericordia.
En la obra, los comuneros planifican cómo deshacerse del dichoso juez. Entre las distintas opciones, organizada por los más machos de todos los poblados, entre ellos las mujeres, estaba el apedreamiento, una suerte de fuente ovejuna (el pueblo lo hizo).
Muchos años después de la publicación del libro, en 1983, el autor aseguró que la esposa del juez fue secuestrada y luego ejecutada por Sendero Luminoso en la plaza de Yanahuanca.
De una manera u otra, los sucesos relatados por Scorza siguen ocurriendo de manera permanente en el país. Y los audios propalados por el Instituto de Defensa Legal (IDL) sirven para enervar los ánimos de la población contra una realidad imposible de negar. Alientan toda clase de linchamiento sin lugar para las cabezas frías. Las “mesuradas” élites intelectuales no se dan ni tiempo ni espacio en auditorios populares, ofreciendo alguna idea creíble, vanguardista y revolucionaria. La estrategia del terror ha dado resultados. Muchos están quietos, implorando que no los mencionen en ningún audio. Mientras tanto, la furia de las masas achica la exasperación de quienes no creemos en la violencia como la partera de la historia.
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