Miguel Rodriguez Sosa
El imperialismo hoy (I)
El resurgimiento de los imperialismos soberanistas
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Cuando en 1916 el ruso Vladimir Lenin escribió que el imperialismo era la fase superior del capitalismo y avanzaba en transformarlo, ciertamente no podía imaginar lo que sucedería poco más de cien años después de que haya caracterizado el fenómeno como la formación de asociaciones de capitalistas internacionales para repartirse mercados en el mundo tras la terminación del reparto territorial del planeta entre las potencias capitalistas más importantes en la época del libre cambio, en el siglo XIX. Menos todavía podía imaginar que el imperialismo de su tiempo remontaría la marejada revolucionaria marxista bolchevique, ni que el internacionalismo verdaderamente exitoso sería el del capital y no el del proletariado después de decenios de fracasados experimentos «socialistas»; tampoco habría imaginado que Rusia resurgiría como potencia imperialista tras el colapso de la URSS leninista; ni habría soñado la pesadilla de una China impulsando el libre comercio mundial desde su post maoísta capitalismo estatista.
Después de 76 años que Lenin publicara su obra sobre el imperialismo, el estadounidense Francis Fukuyama anunciaba que el triunfo del capitalismo liberal y en proceso de globalización tras la implosión del «socialismo real» marcaba con sentido hegeliano el final del curso del espíritu (thimos) orientado al reconocimiento, y con ello el fin de la historia.
La historia es cruel con los augurios desautorizados por los hechos y actualmente el mundo vive una realidad alejada tanto de la visión planteada por Lenin como de la profecía de Fukuyama. Aunque, de hecho, en el mundo se está produciendo un cambio muy marcado y cuya trascendencia puede opacar la del que fue originado por la desaparición del bloque soviético a finales del siglo XX, que además desacreditó raigalmente las ideas del comunismo a nivel planetario. Como ha sepultado el vaticinio del triunfo definitivo del liberalismo y presenta ahora en varias dimensiones la decadencia, que parece concluyente, de las formas del progresismo que alcanzaron su expresión cimera con los procesos de la globalización surgida hace casi medio siglo. De hecho, el cambio está marcando la fortaleza del capitalismo para recomponerse.
El cambio muestra que el libre mercado en la economía asociado al social liberalismo progresista en la política carece de energía para enfrentar la emergencia de un nuevo paradigma, en el cual se manifiesta un curso de tránsito desde ese libre mercado globalista al proteccionismo nacional de los mercados (con un régimen arancelario compensatorio como lo piensa Donald Trump); un curso en el que el multiculturalismo hiper permisivo es frenado por fuerzas sociales de endoculturalismo conservador que es restrictivo de la proliferación de subculturas que aparecen como amenazas disolventes de la civilización occidental, que es lo que ha venido ocurriendo en Europa con la expansión del islam; y en el que se muestran los límites de la tolerancia social ante el progresismo devenido en woke que auspició la inmigración extraeuropea incontrolada y que también apunta a disolver las identidades sociales en los países de acogida, además pugnando por la fractura social de las naciones en una diversidad cultural artificiosa con arborescencia de supuestas comunidades con derechos que no son otra cosa que alegaciones provocadoras de grupúsculos activistas.
El cambio cuyas señales presenciamos es el surgido de la arremetida de una brava marea de soberanismo ideológico estrellándose en contracorriente con las aguas de placidez lacustre del globalismo ideológico liberalista y progresista. Soberanismo es la palabra que mejor consigue expresar a la ideología y al movimiento político que representan el descontento «nacionalista» con la globalización y una hostilidad hacia los procesos alentados por el progresismo globalista desde que se manifestó, ante la pandemia del Covid, la gestión global coordinada de las vacunas como respuesta a la crisis, y después con la marcada atención humanitaria hacia los flujos migratorios, lo que llevó a hablar –prematuramente– del «fin del soberanismo», al menos en Europa con la complacencia del Washington de Joe Biden.
El panorama es bastante complejo porque el cambio que está ocurriendo actualmente en el mundo muestra características de la aparición de un supra imperialismo contrapuesto al curso inmediatamente previo del capitalismo mundial marcado por el imperialismo social liberal (en EE.UU. desde el gobierno de Clinton y el de Obama hasta el de Biden) dominando la globalización hoy en día en retroceso.
Todavía falta saber cuál será el resultado definitivo del choque entre soberanismo y globalismo. Pero entre analistas hay plena coincidencia en que el suceso se presentará en el vasto mar planetario del capitalismo. En ningún extremo sugiere siquiera un escenario de sistema social distinto a ése y hay asimismo amplia coincidencia en que la situación no revela, ni por asomo, los colores del cuadro pintado por Fukuyama: no se trata de un fin de la historia con el triunfo del liberalismo sino, a fortiori, de una transformación anti liberal del capitalismo que venía marchando con acelerada tendencia entrópica, algo que los físicos podrían exponer como evento de negatoentropismo, un resurgimiento del capitalismo con nueva piel.
Para este enfoque, la reaparición de Rusia como gran potencia disputando con la Alianza Atlántica (OTAN) el posicionamiento de sus intereses en Europa, Eurasia y el Oriente Medio, con la llegada de Trump al gobierno en EEUU experimenta un vuelco dramático y dos consecuencias inmediatas. Una, la llamada de atención de Trump a la Unión Europea –más fuerte en las expresiones de su vicepresidente J.D. Vance– para que se haga cargo de su defensa sin depender con exceso como hasta ahora de las capacidades de EEUU, detonada por el claro mensaje del mismo Trump de descomprometerse de la intención de la UE de incorporar a Ucrania en la OTAN (antes auspiciada por los gobiernos liberales de Washington). Dos, el diseño de un nuevo tablero del poder global en el cual el soberanismo de EEUU gobernado por Trump enfrenta al soberanismo de la Rusia de Vladimir Putin, jugando ambos al sacrificio estratégico de las piezas menores de un ajedrez en el que Ucrania, Crimea y la Transnistria pueden ser fungibles como Siria, Gaza y algunos países nuevos en los Balcanes, o pueden ser piezas de recambio, como Venezuela o Libia, tal vez Cuba.
Lo que este punto de vista no debiera obviar ni puede obviar es el papel de China en ese escenario que quisiera ser el de una partida entre dos: EE.UU. y Rusia, cada uno con su propia estrategia soberanista e imperialista, porque, evidentemente, China es un tercer actor que agenda su propio juego, el que tiene reglas distintas. En el mundo del supra imperialismo, a diferencia de EE.UU. y de Rusia, China juega a preservar y acrecentar su participación en un esquema de libre mercado al exterior que promueve desde su capitalismo estatista al interior.
China no está esperando un turno improbable para mover piezas en el tablero de ajedrez de esos otros dos, pues son sus contendores en un espacio diferente, porque China ha reemplazado el soberanismo proto imperialista que alguna vez tuvo respecto de la Indochina por un globalismo bajo el concepto de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR - nueva Ruta de la Seda) para afirmar una presencia competitiva muy abierta en los mercados del mundo, pero solamente en el campo económico, sin vinculaciones políticas con el progresismo liberal occidental.
La cuestión emergente es la de cómo se va a procesar la eventual pero inevitable confrontación entre el imperialismo soberanista de Washington y de Moscú, y el esquema geoestratégico de Beijing, excepto que de alguna manera se desarrollen procesos conducentes a que China configure una zona de influencia propia en Asia Sudoriental y América del Sur, regiones propicias para la vigencia del libre mercado en espacios como el definido por la APEC, y tal vez también en África, donde la presencia china es notoria en explotación de materias primas de creciente interés estratégico. Sin embargo, tendría que enfrentar a sus actuales socios en el grupo de los BRICs tanto en el Atlántico Sur como en el Índico.
Lo que se puede señalar ahora con alguna certeza es que el resurgimiento de los imperialismos soberanistas, en EE.UU. y en Rusia, gracias a la dupla Trump-Vance que está jugando muy bien su partida, ha conseguido evitar la aproximación entre Moscú y Beijing, fomentando una tripolaridad moderadora de la paz mundial, y también está causando que las potencias europeas despierten bruscamente de su sueño globalista a la realidad de sus menguadas capacidades de participar en el gran juego del poder mundial debido a su declinación ante el progresismo y el multiculturalismo.
Este panorama se abre a distintas figuras del análisis. Seguiremos desarrollando el tema.
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