Juan Antonio Bazan
El hombre peruano no es un animal político
No es parte de su presente ni de sus sueños
El hombre peruano no es un animal político. Nuestro proceso social, de la segunda mitad del siglo veinte hacia adelante, valida el descentramiento de la política respecto del “ser” peruano. La politicidad no podía ser más dimensión totalizadora de la vida, sino que pasaba a ocupar un aspecto de ella. Tal normalización moderna de la existencia peruana devolvía a la idea aristotélica del “zoon politikon” a su espacio y tiempo, a la “polis” griega de hace dos mil años o a los socialismos realmente existentes sobre todo del siglo pasado.
La genealogía de este colosal equívoco político es, más o menos, la siguiente: Aristóteles, al conceptualizar al hombre como “zoon politikon”, estaba definiendo al hombre, no a la política. Se trató de una antropología filosófica indisolublemente ligada al espacio de la “polis”. Para el estagirita, históricamente, “El Estado precede por naturaleza claramente a la familia y al individuo, pues el todo precede necesariamente a la parte”. Es más, la entelequia del Estado se daba ya en el concepto del hombre: “Quien es incapaz de vivir en sociedad o no la necesita porque se basta a sí mismo, tiene que ser una bestia o un dios”.
La ciudad no era considerada en función del hombre, sino que el hombre era considerado en función de la ciudad. Desaparecida la “polis”, la política moderna retiene algo de dicha filosofía de vida, pero la transforma y atenúa. Es que, la modernidad abre interrogantes acerca de la naturaleza humana, digamos primera, no necesariamente política, y de la relación entre la política y otras dimensiones de la vida. No obstante, La gran excepción es Georg Wilhelm Friedrich Hegel, que en su idealismo y panlogismo, vuelve a plantear la cuestión originalmente griega, en términos de que el Estado no existe para el ciudadano, sino de que es el ciudadano el que vive para el Estado: “Solo en el Estado tiene el hombre existencia racional. Toda educación se endereza a que el individuo no siga siendo algo subjetivo, sino a que se haga objetivo en el Estado. El hombre debe cuanto es al Estado. Sólo en éste tiene su esencia. Todo el valor que el hombre tiene, toda su esencia espiritual, la tiene mediante el Estado”. Así las cosas, parece que la política se convirtió en el opio de un sector del pueblo.
El peruano de hoy no se hace en la política: ni su presente, ni su sueño. Por supuesto, la otra genealogía del sentido moderno de la vida es, más o menos, la siguiente: Thomas Hobbes entendió que la “societas civilis” se contrapone al antisocial estado natural; de modo que, el Estado no es un hecho natural sino un producto del hombre artificial, de la voluntad humana. En la misma línea, John Locke consideraba que el hombre se halla en estado de naturaleza, entendido éste como de perfecta libertad, y que en tal estado permanecía hasta que por su propio consentimiento se hace a sí mismo miembro de alguna sociedad política.
Pero es Hannah Arendt, al plantearse la pregunta ¿qué es la política?, quien lleva a cabo la mejor representación del estado del arte acerca de la politicidad, o no politicidad, del hombre, a partir de lo que ella denomina los buenos motivos de la filosofía para no encontrar el lugar donde surge la política: “zoon politikon, como si hubiera en “el” hombre algo político que perteneciera a su esencia. Pero, esto no es así; el hombre es a-político. La política nace en el “Entre los hombres”, por lo tanto, completamente “fuera del hombre”. De ahí que no haya ninguna substancia propiamente política. La política surge en el “entre” y se establece como relación. Así lo entendió Hobbes”.
Entre nosotros, tal equívoco político nace y muere, sobre todo, con José Carlos Mariátegui y los mariateguistas. El Amauta encumbra la vida política a los niveles simbólicos y procedimentales de la religión. Se equivoca, de espacio y tiempo, al creer que “la política es hoy la única actividad creadora”. Por supuesto que, el hombre peruano de la segunda mitad del siglo veinte encuentra su realización personal en la propia refundación del Perú, al margen y hasta en contra del Estado y la política; y, en absoluto, no obra como el hombre griego, que se realizó como tal porque él vivía en la polis y ésta vivía en él. Termino: El hombre peruano no es un animal político, porque ha aprendido a tener otras lógicas, no políticas, de la historia, la ciencia, el arte, el sexo, y de él mismo.
COMENTARIOS