Carlos Adrianzén
El gigante invisible
El menor crecimiento global por persona
A lo largo de las últimas seis décadas pocas variables se asocian más consistentemente que la evolución de largo del producto por persona de nuestro país y el comportamiento del producto por persona del planeta. Somos, pues, una economía llevada por las exportaciones (export-led la etiquetan algunos) que ha registrado sus mejores momentos cuando el tamaño y dinamismo de su comercio exterior ha florecido.
Las difundidas —e ideológicamente motivadas— creencias de que los términos de intercambio (nuestros precios externos) o las políticas gubernamentales expansivas (me refiero aquí a las acciones de política fiscal o monetaria) serían las variables explicativas determinantes son solo eso. Creencias. Su ajuste pudo ser importante en ciertas coyunturas, pero en términos largoplacistas su influencia estadística —desde los sesenta a la fecha— ha sido significativamente menor.
Nótese que el tamaño y dinamismo del comercio exterior de cualquier nación refleja sus instituciones y políticas de oferta. Singapur no es hoy una nación desarrollada, y el Perú o Chile no lo son, justamente por las instituciones y políticas aplicadas consistentemente por largos periodos. Las diferencias entre los países ganadores y perdedores no están en aquellos aspectos de los que hablamos en la región todo el tiempo, cuando nos referimos a nuestra suerte económica (las políticas de demanda o los precios externos).
Para nuestra suerte somos una nación marginal, globalmente hablando. Nuestra economía equivale al 0.2% del PBI global en el periodo 2010-2017, y nuestro producto por habitante apenas se acerca al 56.7% del promedio global. Estrictamente hablando, no somos una nación de ingreso medio o promedio. Si nos catalogan como tal es una generosidad taxonómica. Sostener esto, que implica una amarga cuota de realidad, nos recuerda algo positivo. Nuestro techo es muy alto.
Cualquier ejercicio de lucidez y valentía política que enerve nuestros patrones de dinamismo comercial con el planeta nos puede beneficiar en escala nunca antes vista. De hecho, nuestra historia reciente contrasta que el auge peruano post noventa, que más que triplicó nuestro producto por persona, se asoció nítidamente con cuánto creció nuestro coeficiente de apertura.
Pues bien, esta esperanza nos debe llegar a ponderar la importancia del notorio desarrollo de la economía global, a modo de un gigante invisible para el grueso de las percepciones populares sobre la evolución de la economía. Sin embargo la evolución de largo plazo de la economía global dibuja un cuadro implacable y muy diferente. Es cierto, según la base de indicadores Desarrollo Económico Global (World Development Indicators), en dólares duros del 2010, cada década el producto por persona de un habitante del planeta saltó.
Así, mientras en los sesentas el PBI global por persona era de US$ 4.324 del 2010; en lo que va de esta década (2010-2017) bordea los US$ 10.048. Nunca en la historia económica de la humanidad se ha registrado tal ritmo de progreso global. Ello implica mucho progreso y menos pobreza y desesperanza. Pero esa es la parte bonita de la foto. La otra implica la factura.
El planeta observa una notable contracción en el ritmo de crecimiento del PBI por habitante. Entre los setenta y estos días el ritmo de crecimiento del producto por persona se contrae de 3.5% anual promedio a 1.1%, 1.6% y 1.7% en las últimas tres décadas. ¿Qué explica este enfriamiento global? ¿No se suponía que la reducción del crecimiento económico estadounidense (de ese 3.3% promedio sesentero a este 1.4% promedio reciente) iría a ser compensado por el dizque notable crecimiento del resto del planeta (particularmente por la reaparición económica de China e India)? Pues la realidad es otra. El resto del planeta pasó de crecer en 3.8% como promedio sesentero o solo 1.9% como predio reciente. El resurgimiento emergente no compensó para nada el declive norteamericano post Kennedy (ni el europeo y latinoamericano).
¿Cuál es la lección aquí? Primero, recuerde una vieja lección. Los economistas —usando cifras de corto plazo— rara vez acertamos en las recomendaciones polarizadas. En cambio —usando cifras de corto plazo— las cosas muerden. Es difícil referirse a incertidumbres.
Segundo, tanto el declive de la economía estadounidense cuanto el mediocre crecimiento del resto el planeta refleja una moda cada vez más socialista en todo el planeta. Imágenes populares como las soluciones estatales vía dizque políticas públicas o regulaciones mágicas (que lo resolverían todo) se han inoculado ideológicamente en todo el globo. Desde Norteamérica hasta Latinoamérica o Europa.
Ese gigante invisible que implica el menor crecimiento global por persona implica una gran oportunidad para un país pequeño y poco abierto como el Perú. Dejemos de ser furgón de cola.
No somos ricos. Hoy es algo muy parecido a una idiotez copiar localmente —siendo pobres- las políticas estatistas que están enfriando consistentemente todo el planeta. Con ello, claro está, seguiremos estando a la moda, seguramente de la manito de varias agencias multilaterales, pero cada vez más pobres y como furgones de cola de una economía global que podría seguir creciendo cada vez menos.
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