Dante Bobadilla

El fracaso del Estado social

Hay que fijar la prioridad de la política en los problemas reales

El fracaso del Estado social
Dante Bobadilla
06 de mayo del 2020


Vizcarra se enfrenta a la negación fáctica del estado de emergencia por parte del pueblo. No hacía falta ser un científico social para adivinar que una prolongada cuarentena estaba destinada al fracaso en este país. El peruano promedio carece de la capacidad para respetar normas. Eso sumado a la necesidad de la gran mayoría de personas, que dependen de su trabajo diario para sobrevivir, hacía imposible sostener medidas tan extremas como encerrar en sus casas a todos por más de cincuenta días.

Por lo demás, el efecto de lo cotidiano y lo colectivo nos quita el miedo ante un peligro abstracto que inicialmente nos intimida y paraliza. Al final, la gente hace una evaluación y opta por lo más urgente e inmediato, que es la comida. Por eso han sido los mercados y los bancos los focos de concentración humana. Ya han salido los ambulantes a vender y muchos servicios individuales empezaron a activarse de manera clandestina. 

Es obvio que la estrategia del gobierno fracasó, como fracasó su lucha contra el patriarcado en plena pandemia. Vizcarra lo sabe y trata de engañar a la gente diciendo que si no hubiese tomado las medidas que tomó el horror hubiera sido peor. Es la diferencia entre el horror y el espanto. Lo cierto es que el Estado no estaba preparado ni para manejar el dengue, ni le importaba. El sistema público de salud había hecho de las carencias y la desidia su protocolo de servicio, y nunca nadie se interesó por corregirlo. Acá interesan más los temas sociales e ideológicos que la realidad. Para Vizcarra primero estaba la igualdad de géneros.

La nueva normalidad debería también afectar al Estado. Es momento de exigir que el Estado ponga un cable a tierra y se dedique a lo fundamental. Ya basta de meter las narices en asuntos “sociales”, que es lo único que le interesa al progresismo encaramado en el poder desde hace años. En estos días somos testigos de la vergüenza de ver mercados populares donde las multitudes se empujan y no existe orden alguno. Son cualquier cosa menos mercados. ¿Qué ha hecho el Estado para dotar a esos amplios sectores populares de mercados decentes y seguros? Nada, en lo absoluto, en años. 

La prensa cubre indignada el tumulto, pero siempre carga contra la gente en lugar de preguntarse ¿por qué el Estado no ha hecho nada por darle a toda esa gente la infraestructura más elemental para vivir, como uno o varios mercados decentes? Nunca veremos a un reportero cuestionando al Estado o al Gobierno. Eso no ocurre jamás. Nos hemos habituado al caos, a la mugre, a la informalidad y a las carencias, sin quejarnos y culpando a la gente de todo, como si no existieran autoridades. En el último debate de candidatos a la alcaldía de Lima nadie se preguntaba por estos álgidos problemas. En el colmo del ridículo se ocupaban de temas inapropiados como la violencia familiar. ¿Qué puede hacer el municipio para evitar la violencia familiar? La respuesta es una sola, simple y fácil: nada. Los problemas familiares no son asunto del municipio ni del Estado. Hagan lo que hagan, esos asuntos están fuera del ámbito del accionar político, tal como lo demuestran la realidad y las cifras.

La política no puede seguir siendo un teatro popular donde los políticos, convertidos en dramaturgos ambulantes, arman un show diario alrededor de las miserias humanas para exhibir su indignación y sensibilidad progresista. Y para meter al Estado en el hogar para regular la familia, la alcoba, la alimentación y adoctrinar a los niños en igualdad de géneros. Eso tiene que acabar. Casi medio Estado se dedica al diseño social. Ante la pregunta sobre pueblos indígenas, no se sabe si debe responder la ministra de Cultura, de la Mujer y Poblaciones Vulnerables o la de Inclusión Social. Muchos sectores “sociales” que gastan plata, pero los problemas siguen igual. ¿Qué ha resuelto el Ministerio de la Mujer en sus 25 años? Nada.

¿Quién va a dar cuentas del desastre que es el Estado para manejar situaciones críticas reales? ¿Seguiremos tolerando que el Estado meta las narices en temas sociales sobre los que nada puede hacer, mientras deja en abandono hospitales, escuelas, cárceles, seguridad ciudadana y nadie se ocupa de la infraestructura básica? ¿Vamos a seguir tolerando que los alcaldes se dediquen a realizar sus caprichos ideológicos, llenando la ciudad de ciclovías cuando solo el 0.2% de la población usa bicicleta, mientras los mercados están en abandono y la gente no tiene terminales decentes donde abordar con seguridad un bus interprovincial? 

Hay que fijar la prioridad de la política en los problemas reales y materiales. Esta es la lección que debería dejarnos esta pandemia. Una nueva normalidad para el Estado.

Dante Bobadilla
06 de mayo del 2020

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