Tino Santander

El fracaso de la élite tradicional

El fracaso de la élite tradicional
Tino Santander
14 de octubre del 2014

El Perú necesita una clase dirigente con vocación de país

Hasta la revolución velasquista de 1968 la oligarquía peruana se limitaba a 40 familias, vinculadas por lazos de parentesco o amistad, que controlaban la riqueza nacional sin producirla. Manejaban el estado a través de relaciones patrimoniales y prebendarias. En el Perú existían dos sectores económicos y culturales: el primero -racional y moderno- de las haciendas capitalistas azucareras de la costa, la incipiente minería de enclaves y la naciente industria limeña. El segundo, tradicional y  cruel, era el gamonalismo que esclavizaba al campesino andino. La oligarquía era especulativa y rentista. Las iniciativas industriales en el Perú las realizaron los migrantes. El poder oligárquico se caracterizaba por neutralizar políticamente a los sectores medios y mantener la exclusión.

En el Perú no  se consolidó una burguesía, menos una clase dirigente. Los ricos se convirtieron en mandones con miedo a ser cercados, asediados y atacados por los cholos, por eso se aislaban en lujosos y “aristocráticos” barrios limeños. Fueron estos los que le negaron la entrada a Luis Banchero Rossi, el magnate de la pesca, al “exclusivo” Club Nacional. Los empresarios emergentes no eran bienvenidos en los saraos oligárquicos. La reformas velasquistas de inspiración cepaliana, es decir el desarrollo hacia adentro, acabaría con la oligarquía. El Perú fue el reino del estatismo populista que condujo al país a una guerra interna en la década de los 80. Estuvimos cerca de convertirnos en un estado fallido. Las reformas económicas de los 90 del fujimorismo autoritario reinsertaron al Perú a la economía mundial.

La globalización del Perú ha desarrollado un capitalismo más institucionalizado, gerencial y corporativo. La revolución tecnológica de las telecomunicaciones cambió el modo de vida de los peruanos. Este proceso forma un nuevo ser. Un híbrido que ansía el consumo que trae el mercado, pero defiende lo local. En el Perú conectado existen nuevos intereses, nuevos actores que demandan modernidad con igualdad. El pueblo quiere progreso y se va adaptando con marchas y contramarchas al cambiante proceso de globalización. Los andinos y amazónicos buscan mejores condiciones de negociación con las inversiones públicas y privadas ante el abandono del estado. Sin embargo, tienen miedo al cambio; tienen miedo a volver a ser engañados; tienen miedo a perder el agua;  tienen miedo a perder su cultura, tienen miedo a perder su memoria; tienen miedo a perder su folclore. Por eso se explican las plataformas confusas dirigidas por caudillos que representan el miedo y la resistencia cultural. No tienen una alternativa seria. Salvo consignas sin contenido que agitan y difunden sin respuesta política de parte del sistema democrático.

El Perú necesita una élite que supere la frivolidad, que no tenga miedo, que combata por el país. Una élite ilustrada. No una élite excluyente que se esconde en “el liberalismo económico” para defender sus intereses. Una élite que se acerque al pueblo para conducirlo. Una élite que supere el pesimismo de los cenáculos empresariales sobre el destino nacional. La elecciones regionales y municipales rememoran el mensaje de Jorge Basadre: “Se ha hablado mucho de la rebelión de las masas: Olvídase con frecuencia el fenómeno de la deserción de las elites.”  (Jorge Basadre, “La promesa de la vida Peruana”.)   He allí el camino.

Por Tino Santander Joo

(14 - oct - 2014)

Tino Santander
14 de octubre del 2014

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