Carlos Adrianzén
El espejismo exportador
Nuestra actual tasa de exportación es baja y deplorable

Estar feliz –sin una razón contundente– no es siempre algo bueno. Muchos alemanes en su momento estuvieron felices con lo que ofrecía inicialmente Adolf Hitler; así como muchos venezolanos aún señalan estar contentos con Maduro. Aunque no me gane el premio de popularidad llanera, todo indica que el declive venezolano tiene su trecho. Ojalá me equivoque.
En el Perú hoy algunos repiten que la economía nacional marcha relativamente bien y básicamente por una razón. Destacamos regionalmente por estabilidad y crecimiento. Y es que para el Fondo Monetario Internacional este año nuestra producción y nivel de precios crecerían al 2.6% y 1.9%. Y esto –que para nada resulta algo destacable para alcanzar el desarrollo o reducir la pobreza local– sí implica una performance rescatable en una Latinoamérica inestable y en abierto declive.
Bajo esta perspectiva se destaca que nuestras exportaciones son el motor de la economía –a pesar de los garrafales errores de manejo económico de la recatafila de gobiernos de izquierda de los últimos años– y se omite que la inversión privada persiste a una tasa mínima por un largo periodo.
Un círculo cerrado
De hecho, el primer gráfico de estas líneas muestra una clara recuperación del valor anual exportado en millones de dólares corrientes. A pesar de los zigzags, entre el 2017 y el año pasado las exportaciones en dólares corrientes casi se han duplicado. Este ritmo, per se, sería un logro destacable si la inflación de la Reserva Federal bideniana no hubiese licuado su valor real con un crecimiento real mucho menor (de solamente 41.6%, en dólares constantes). Aunque este salto real es significativo para solo siete años, más adelante enfocaremos por qué razones deja que desear.
Este ritmo, sin embargo, nos ha dejado ciertos beneficios. Con una economía cuyo crecimiento por habitante es ligeramente mayor al 1%; no nos debe sorprender que acumulemos divisas en la posición de cambio del banco central en US$ 16.1 billones en este breve lapso, ni que esta acumulación se asocie directamente con la evolución de los precios deflactados de nuestras exportaciones. (Ver Gráfico 2).
Considerando la magnitud de las intervenciones del BCR para ensuciar el tipo de cambio de mercado, un observador desaprensivo nos diría que lo que acumulamos de divisas resultaría lo que nos sobró de la lotería. Frente a esto, el siguiente gráfico complementa el panorama. En medio de una sucesión de gobiernos caviares –léase neomarxistas– ni la aludida lotería cubre el hecho de que gastamos mal los ingresos de divisas asociados a extraordinarios precios externos (ver Gráfico 3).
En ausencia de mayores inversiones privadas (particularmente en la minería y en la agroexportación) por los severos errores de la izquierda en el poder, el volumen exportado se congela; mientras la autoridad monetaria quema divisas para mantener estancado un dólar real ensuciado y menos competitivo.
Los mieditos fundados
Todos hablan del trumpismo, aunque nadie sabe qué es precisamente, ni en qué terminará evolucionando. Los que saben de macroeconomía hablan poco y con mucha cautela de sus efectos dado el alto grado de incertidumbre institucional y geopolítica (dentro y fuera de Norteamérica).
Lo que no resulta descartable es que el panorama global se enturbie en los años venideros. En una economía pequeña, abierta y competitiva esta turbidez puede despertar oportunidades en términos de desviación de comercio e inversiones hacia ella. Esta buena noticia no se aplica en el caso peruano. Somos pequeños, pero no somos abiertos ni competitivos. Ver gráfico 4.
Actualmente, estamos mal parados en términos micro y macroeconómicos. La ilusión del blindaje que nos daría nuestro acervo de reservas internacionales es solo eso. Una ilusión.
Adicionalmente –con una gobernanza estatal deplorable, dólar barato y una capacidad exportadora congelada– somos extremadamente frágiles ante cualquier shock comercial y de flujos de capitales. Nos sacamos la lotería en precios internacionales por un largo tiempo y fuimos ideológicamente incapaces de construir una economía competitiva y abierta.
Aunque no lo queramos saber, hoy nuestra actual tasa de exportación es baja y deplorable,
Un corolario explosivo
Sin darnos cuenta estamos ad portas de una tormenta perfecta. Con un dólar abaratado, una baja capacidad exportable (el espejismo del actual auge exportador), alta incertidumbre global, y un supuesto blindaje de reservas internacionales netas (que ilusiona a los incautos), parecen la mezcla perfecta. Solo falta que de estas elecciones aparezca otro régimen populista de izquierda que se disfrace como de derecha tranquilizadora.
Pero todo no está dicho. Podemos entender que lo que hoy nos alegra todavía es un espejismo y que la tarea de construir una economía competitiva con instituciones de mercado no está hecha. Y que los últimos diez años nos han dañado, económicamente.
Necesitamos liderazgos que ofrezcan llevarnos el trabajo pendiente. Algo así, como sudor y lágrimas.
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