Carlos Adrianzén
El cuentazo del cuco trumpista
Las sensibilidades y respuestas a los shocks arancelarios son disímiles
Actualmente, pocas noticias resultan tan acomodaticias, frágiles y efímeras como las económicas. Y en el caso peruano, esta observación no es la excepción. Y es que eso de meter miedo económico e ideológico, vende. Como destacaba Chesterton, se informan hoy puras excepciones. Nos encanta que nos repitan lo que creemos. Y particularmente, que excluyan o caricaturicen a los que cuestionen lo que creemos o deseamos. Hemos crecido regurgitando que otros tienen la culpa de nuestras crisis y atrasos. Siempre. Pero, esto, tradicionalmente, no es así.
Incluso leyendo libros de Historia local, nunca los errores habrían sido nuestros. Entre los setentas y ochentas no es raro que se inculpe a las recomendaciones fondomonetaristas. A fines de la primera década del milenio, no pocos imputan la codicia de los banqueros extranjeros. La ineptitud y corrupción de hordas de aventureros y burócratas resulta o maquillada o minimizada.
En estas últimas semanas algunos ya trabajan por cargar ex ante al azafranado Donald J. Trump. Acaba de asumir el gobierno y ya imputan a sus afanes migratorios y a sus poses arancelarias, del fin del milagro peruano (proceso de destrucción económica iniciado por Humala y compañía, en casa hace más de una década). Tengámoslo muy claro. En el Perú la Historia resulta casi siempre inventada, Se repite pues que hoy Donald J. y sus colaboradores serían el nuevo Cuco, según la penosa propaganda izquierdista.
Pero vayamos al punto. Según la BBC, la idea de un Cuco nos refiere a un monstruo que digiere a los niños desobedientes. Que se escondería debajo de las camas y los armarios a quienes se resisten a dormir y comer, o sugestivamente, a alejarse de lugares peligrosos. Mientras más malcriados resultamos, más voraz resultará el Cuco.
Sí, estimado lector. La izquierda latinoamericana en fila –sus intelectuales, sus columnistas, sus burócratas, sus curitas comunistas o mercaderes– lo tratan a usted como un menor atemorizable (un alienado, en términos marxistas o neomarxistas). Tratándonos otra vez como si fuéramos tontos, le están inventado otro nuevo cuco, taimado y voraz.
Eso sí. No ayuda que el neoyorquino les haya recortado algunas jugosas mamaderas y roto el coxis, sólo en tres semanas. Refuerza esta selección el peculiar tacto diplomático del nuevo presidente norteamericano, aunque debería mejorar en este plano.
Así las cosas, vayamos al núcleo. Algunos empobrecidos personajes locales repiten –desaforados– que Trump nos apalearía por dos vectores económicos. Su guerra arancelaria (con medio mundo); y sus afanes de hacer respetar la legislación migratoria en su país. Esto, supuestamente conllevaría al recorte de las remesas (que nos envían otros peruanos que viven en el exterior) y que esta sequía nos dañaría severamente.
Entre expulsiones y aranceles
De los dos vectores aludidos, es importante reconocer que el segundo resulta un adefesio lógico. Por un lado, las remesas de divisas al Perú no son enviadas solamente por peruanos que incumplen la Ley, ni se ubican exclusivamente en los Estados Unidos de Norteamérica; y –puntualmente– todas bordean apenas el 1.6% del PBI, en el promedio de los últimos cinco años.
Por otro lado, la repatriación de un número indeterminado de miles compatriotas no es necesariamente una mala noticia. El tren de Aragua es venezolano y el tráfico de fentanilo tendría origen asiático o mexicano –dicen–.
Por ello, el regreso de peruanos al Perú puede ser una gran noticia; e implicar un flujo de acervo de capital humano sin precedentes. Empresarios, ciudadanos acostumbrados a respetar la luz roja y técnicos. Eso sí. Como todo lo bueno, la adecuación local tomará algunos años.
Paralelamente, resulta equilibrado reconocer que los temores tienen mucho de incierto. Nadie puede determinar exactamente cómo se desenvolverán las acciones comerciales y sus réplicas. O si se evolucionará desde las barreras… a las armas. En otras palabras, el primero de los vectores –cuando se sobredimensiona– tiene también sus ribetes de adefesio ideológico, posiblemente acuñado en La Habana.
Pero no nos confundamos. Una guerra comercial global es toda una desgracia. Golpea a todos. Pero resulta clave reconocer que nos hará la vida más complicada y nos golpeará más, si y solo si, somos una nación poco abierta e institucionalmente muy débil (lo cual es el caso). Y que, todo se complicará aún más si nos cerramos comercialmente o queremos inventar competitividades fuera de un libre mercado.
Y esto último dibuja la receta usualmente aplicada en naciones perdedoras (como la nuestra).
Por favor, no ingresemos a la cola de los suicidas
Preocuparse por defender las exportaciones chinas –que pasen por Chancay– sería una vergüenza nacional. Solo beneficiaría a intereses comerciales abyectos en el ámbito local. Los gobernantes chinos son capaces y responsables de defender sus intereses.
Después de todo, si entre chinos, gringos y europeos se ponen barreras, eso es un “lío de gringos”.
Asimismo, me encantaría que los consumidores y exportadores peruanos nos beneficiemos con productos e insumos –respetuosos de la legislación peruana– más baratos y de todas partes del mundo, y particularmente, de los EE UU, Canadá, la UE, China, Japón, Oceanía, y hasta de la otrora Conchinchina.
Recordemos. No somos una potencia autosuficiente. Somos pobres. El Perú oferta solo el 0.2% del producto global.
Esta crisis, como dicen los chinos, es una gran oportunidad para el Perú. No nos deprimamos como las voces del mercantilismo socialista le machacan. Comerciemos con todos, alegre y discretamente. Nada de impuestos a las importaciones por Internet. Eso sería algo provocador. Déjenle las pachotadas a Petro, Sheinbaum, Sánchez, Lula o Trudeau… Aprendamos de Milei. Para desinflar completamente este cuco, sin embargo, es menester hacer cuatro precisiones.
- Si el Perú hoy crece quinquenalmente casi nada, es por nuestros propios errores. Si aplicamos una política monetaria responsable y desmontamos barreras a la inversión privada, no caeremos por la guerra entre potencias. Solo caeríamos –como hemos estado cayendo desde el 2013 (Ver Precisión A)– por las anti–reformas post–humalistas; y lo profundizaríamos con algún afán mercantilista a nombre de la respuesta a la guerra comercial. Es decir, por nuestro tránsito hacia la izquierda.
- Por otro lado (ver precisión B), cualquiera que busque predecir ganadores y perdedores en esta Guerra comercial estaría adivinando (o vendiendo algo). Las sensibilidades y respuestas a shocks arancelarios y para arancelarios, son disímiles entre los involucrados. Agréguele usted –estimado lector– pócimas psicológicas, geopolíticas, ideológicas, militares, monetarias o fiscales en múltiples plazas y bloques. Viviremos pues cada hora con novedades. Ojalá me equivoque, pero esperemos algo diferente al “business as usual”.
- Recuerde, las enormes diferencias entre escalas y niveles de pobreza entre naciones y bloques implican oportunidades visibles (ver Precisión C). No es lo mismo uno que otro. Los mercados enormes con pobladores pobres compran mucho menos. Los TLCs costaron un tremendo esfuerzo nacional. Defendámoslos.
- Y –nótese– no será lo mismo en términos de respuesta al probable escalamiento del conflicto (ver Precisión D) si en las plazas proliferan la corrupción o el incumplimiento de la Ley. Como muestran los estimados para China y Estados Unidos, la respuesta (y la capacidad de responder) reflejará una combinación de factores donde el deterioro institucional puede terminar siendo el protagonista. Al Perú hoy esta data le informa que, si no ordenamos la gobernanza estatal, es difícil que nos vaya bien. En cualquier escenario.
Bienvenidos todos
Si la ley física de la inercia se aplica otra vez en el ámbito nacional y nos creemos eso de que el poderoso Trump sería el Cuco; ergo, y a nombre de la dignidad, que debemos quebrar soluciones de mercado, proteger arancelaria y tributariamente a ciertos mercaderes; congelar el tipo de cambio; y gastar desde la burocracia como locos (con cuadros extremadamente ineficaces y corruptos), habremos cavado otra vez nuestra enésima tumba desde 1821.
Pero el Cuco no existe y nosotros no somos tontos. Debemos actuar por propio interés. Existen los TLC y la desviación del Comercio Exterior. Es una oportunidad de oro aprovechar este entorno recordando a Frédéric Bastiat.
Si otros se quieren suicidar –imponiendo barreras a su comercio e inversión– no lo hagamos nosotros.
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