Carlos Adrianzén

El coro del retraso

Nos quiere imponer la intervención estatal en la economía

El coro del retraso
Carlos Adrianzén
19 de junio del 2018

 

Según el Diccionario de la Real Academia Española, en la tragedia grecolatina el coro era un conjunto de actores que cantaban o recitaban al unísono comentando los sucesos de la obra. Extendido a materias económicas —y con remembranzas trágicas— nuestro país ha tenido sucesivos coros de burócratas. Así por ejemplo, entre principios y mediados de los ochenta existía el coro de los burócratas heterodoxos (en el MEF, el BCR y hasta en la fosca academia local).

Se repetía entonces (y en tono autoritativo) que las lecciones más elementales de economía (la ortodoxia) no se aplicaban a Latinoamérica. Al unísono cantaban la prédica heterodoxa a lo Raúl Prebisch o Lance Taylor, abogando por controles, protección comercial, relajamiento monetario e intervención estatal generalizada en la economía. En el Perú, la confusa sapiencia de este coro —que alcanzó su pico en el desastroso gobierno de la alianza Apra-Izquierda Unida— nos llevó hacia una de las hiperinflaciones más longevas y destructivas de la historia global; y a caer lentamente dentro estándares de desarrollo económico africanos.

Nótese como la petulancia de un coro de burócratas, dizque tecnócratas, llevó a nuestro país a un retroceso tal que aún —en algunos planos— no hemos llegado a remontar. Hoy, diría un observador cándido, todo es diferente. Pero… ¿lo es? Para responder esta interrogante nada mejor que contraponer los hechos contra la retórica de estos tiempos.

Esta semana estamos felices porque las cifras de crecimiento económico este mes han mostrado ritmos mensuales destacados. Sí, en abril pasado nuestro PBI creció 7.8%; mientras que los índices sectoriales del sector agropecuario, pesquero o manufacturero han saltado en 11.4%, 81.2% y 20.3%, respectivamente. Estaríamos felices si sus tasas anualizadas no fuesen apenas de 3.0%, 5.3%, 1.8% y 1.2%. Evidencia parcial, diría un observador equilibrado. Que habrá que esperar si este ritmo persiste en el año, antes de usar seriamente a la expresión fase de recuperación o simplemente referirnos a un rebote estadístico en una economía que crece mucho menos.

¿Qué pasó? Pues basta con escuchar al nuevo coro de burócratas locales para comprender qué nos está pasando. Esclavos de sus visiones ideológicas (a la usanza de lo sucedido en los ochenta), nos han venido aplicando una política económica basada en el creencia de que es momento de aplicar mayores controles, relajamiento monetario e intervención estatal en la economía. Como en todo proceso, las etapas iniciales son moderadas, aunque dado lo predecible de los efectos nocivos de esta receta, el escalamiento de los errores resulta subsecuente y lógico. La tonada de fondo de este coro de iluminados burócratas implica compararnos con la región y solo con ella.

Esta comparación, por supuesto, resulta una práctica complaciente. No olvidemos que Latinoamérica es la región de las oportunidades… perdidas. Desde que existen cifras sólidas, ninguna economía de la región se ha desarrollado. Nuestra porción como región del planeta está estancada década tras décadas. Sostener que crecemos por encima del promedio regional equivale a contentarse con bastante poco. Implica asumir que nunca vamos a desarrollarnos. Esta práctica, dadas las evidentes preferencias socialistas del grueso de nuestra burocracia, implica el mantenimiento de sus negocios: distribución de subsidios, gestión de permisos y controles, et al.

Pero este coro ordenado y consistente (desde el MEF y sus satélites) además de tonada, tiene su letra. Repite en tomo monótono y dizque tecnocrático cuatro puntos a ritmo de machacar.

En primer lugar nos cuentan que la desaceleración 2011-2017 vino del cielo. No fue causada por errores de manejo interno. Importa poco que los términos de intercambio quinquenales aún se ubiquen por encima de los de hace una década. Y omiten ostensiblemente tanto los efectos de los entrabamientos impuestos a casi toda actividad económica local y la inflación de lo estatal con su lógico corolario: el auge de la corrupción burocrática. Luego, nos venden que –en realidad- el gasto corriente estatal peruano es bajo, y que su planilla no  ha crecido.

Para ello, no solo nos comparan con naciones de bajo dinamismo y omiten toda referencia frontal a la baja calidad del gasto, sino que usan cifras mágicas. Uno de sus voceros, usando data especial de la OIT, encuentra que el empleo público peruano es bajísimo regionalmente como porcentaje del empleo total. Léase: necesitamos más burocracia y gasto corriente. Solo que para que esta inferencia tenga sentido, el aludido casi 10% de empleo público sobre el total de trabajadores formales, implicaría que el total de trabajadores formales en el Perú bordease los 20 millones (¿?)..

Pero esto no es todo. El coro izquierdista nos canta también que —de acuerdo a sus modelitos del multiplicador keynesiano— la burocracia gasta mucho mejor. Y para ello sacan unos multiplicadores ad hoc. Lamentablemente, el que la asignación de presupuestos por resultados se haya maleado y la evidencia de creciente evidencias de corrupción burocrática, deja este razonamiento al nivel de la bravuconada retórica.

Pero si esta cantaleta tiene un móvil es el de la vender la supuesta urgencia de elevar la presión tributaria. Para ello nos comparan otra vez con la recaudación de países de la región. No obstante, elevar los tributos a rajatabla implica un camino fácil en el papel, de éxito dudoso en los hechos (recaudan eventualmente una fracción de lo que ofrecen recaudar) aunque impopular. Y en esta brega omiten su peor debilidad: su mayor impericia se vincula no solo a la baja calidad del gasto y la corrupción burocrática. Se asocia a sus efectos depresores de la inversión privada (ergo, crecimiento) y enervadores de la informalidad tributaria. Pero, notémoslo, para un disciplinado coro de tecnócratas de izquierda, la inversión privada y la informalidad son problemas poco relevantes. Su prioridad ideológica parece implicar inflar lo estatal y… la frustración social donde estas prédicas florecen.

 

Carlos Adrianzén
19 de junio del 2018

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