Carlos Adrianzén
El ambiente pre electoral
Actual déficit fiscal ha traído pobreza, magra reactivación e impopularidad
Que suerte tenemos los peruanos. Aquí las cosas vienen claras. Estamos ad portas de un proceso electoral en el cual solo existirían dos fuentes de incertidumbre adicionales. Puntualmente. ¿cuándo se darían los comicios?; y si otra vez, no se contarían los votos y tampoco se auditarían públicamente los resultados. Dadas las preferencias y tolerancias electorales de los ciudadanos, resulta previsible anticipar que el desenlace nos llevaría, o hacia un gobierno de centro-izquierda (mercantilista socialista); o a otro de izquierda ilusa o extrema (socialista mercantilista). Como ninguna de las dos recetas –el mercantilismo (ayudar a algún sector a costa del resto) y el socialismo (oprimir y robar a nombre del pueblo)– producen progreso económico sustantivo, el rumbo postelectoral de la economía peruana no debería resultar sorpresivo para nadie. Estamos pues, enrumbados.
Pobrecitos los gringos, en cambio. Sufren una campaña electoral emocionalmente polarizada, donde probablemente la minoría latina será quien incline la balanza y tenga que elegir entre una señora abortista abiertamente neo-marxista y un despistado mercantilista, vociferante, que no deja de meter la pata. Para mí, y dado el sesgo ideológico de los medios, las cosas deberían inclinarse usando el cerebro y no los sentimientos. Llegados a este punto, sin embargo, no nos equivoquemos. A diferencia de nosotros, ellos aún tendrían una institucionalidad que restringe los abusos del opresor. Perdón, del gobernante.
Dejando a los gringos con su batahola, no olvidemos que ambos gobiernos apostarán previsiblemente por mayor aislacionismo. Dejarán otra vez en el ridículo a los Kamala o Donald lovers. Y Dios quiera que esto sea lo que suceda.
El Perú no necesita que otros nos gobiernen o den dádivas. Tampoco dicho sea de paso otro personaje aventurero con mayorías congresales compradas (al más puro estilo venezolano, mexicano, nicaragüense, cubano o colombiano). Basta con tener respeto por el pueblo y transitar agresivamente hacia una democracia ideal. Es decir, hacia la mayor libertad económica y política a los ciudadanos.
Mirándonos el ombligo
Pero el título de estas líneas me obliga regresar a la tierra que abandonaron los españoles el 28 de julio de 1821. Y enfocar cómo nos iría días antes de un oscuro nuevo proceso electoral. Sin anestesia, si algo caracteriza económicamente al Perú de las anti reformas de mercado (periodo 2012-2024) es el regreso -odiador, pero discreto- a la receta económica del socialismo-mercantilista y su sello. El registrar un prominente déficit fiscal.
En tiempo donde casi todos estarían orgullosos del éxito relativo de la política monetaria (nótese: solo el cumplimiento de la meta inflacionaria), el fracaso del gobierno del gobierno peruano en las últimas dos décadas se sella con el deterioro gerencial –e institucional– de lo estatal.
No solamente, año tras año, los estimados gobernanza –de corrupción e inefectividad burocráticas, de incumplimiento de la Ley, de Tolerancia selectiva a la Violencia ideológica o la voz y participación también ideológica– persisten desenfrenadamente bajos y negativos. Y es que –aunque pocos lo destaquen– en los días de la pandemia de la OMS y en los años post pandemia, se asesinó la regla fiscal. De la disciplina fiscal peruana solo queda el discurso.
El primer gráfico de estas líneas borra cualquier afán de buena vibra y obliga a los burócratas de turno a tratar de convencernos evitando informar lo ejecutado; y ofreciéndonos metas y proyecciones muy simpáticas. Esto, a la usanza de la dictadura velasquista y los regímenes acotados por su constitución política.
Pero las cifras son las que son (ver Figura 1).
Hablando claro, la cosa fiscal viene fea. Solo refiriéndonos al forado fiscal del Gobierno (léase: sin incluir el desastre financiero de Petroperú y afines) cerrando a junio pasado, el déficit fiscal ya se redondea al 4% del PBI, y –observando el subgrafo de la derecha– encontramos que, a pesar de los extraordinarios precios externos prevalecientes, la presión tributaria estaría en franca caída libre, mientras que el gasto del gobierno se estanca como ratio de un PBI con dólar real rígido.
Digamos, el registro de gastos del gobierno general se estanca inusualmente. Algo raro en tiempos en los que se absorbe generosamente el desmanejo financiero de Petroperú, se resuelven también generosamente las exigencias del Sutep, mientras que habría que agregar los siempre impredecibles costos de los próximos juegos panamericanos y otras cesiones estatales. Están “jalando la pita” fiscal al límite.
Meridianamente –magias contables fuera– resulta improbable que las tendencias de la brecha fiscal se reviertan éste o el próximo año. Para ello, nos estamos endeudando como locos. Es decir, con un costo de deuda soberana, externa e interna, abultado (ver figura 2).
Tambores de guerra tributaria
No es sorprendente que se hayan activado los tambores de guerra del MEF hacia los ciudadanos. No les bastó con elevar el costo del acceso a los documentales educativos de Netflix. Se necesitan mucho mayores cargas tributarias a los ciudadanos (exoneraciones para casi nadie, ajustes del tribunal fiscal y otras perlas recaudadoras). Es decir, para gastar más en medio de la “extrema corrupción”, ineficacia en incumplimiento de la ley de esa burocracia. Algo así, como “Yo gasto y tú aguantas”.
No resultan –ni posiblemente resultarán– casualidades las huelgas por deficientes servicios públicos. El dilema acá implica reconocer que siendo incapaces de siquiera ofertar el orden público. ¿Por qué razones quieren gastar más? Claro está, nos repiten, además, que elevarle los impuestos a usted, dada la forma en que gastan, sería lo responsable. Y hasta dizque lo técnicamente correcto.
Paralelamente cuentan con la tácita complicidad de los responsables constitucionales en materia tributaria -nuestros cantinflescos congresistas- quienes cobrarán virtualmente por no hacer su trabajo. Abdicando de su responsabilidad de ser ellos los únicos que deberían elevar los impuestos y de ejercer un balance de poder.
Previsiblemente, esta sería el acápite mayor de la herencia de doña Dina Hercilia a sus sucesores. Dadas las tendencias actuales de la economía nacional, la bomba de tiempo fiscal armada actualmente hará a otro presidente incluso más impopular que la ex presidenta del Club Apurímac.
Las frías tendencias
No hay que hacer escarnio de la econometría para comprender que la recaudación tributaria, no solo ya se ubica dentro del ratio de presión (porcentaje del PBI) del cual nunca pudo alejarse desde 1970, sino que a sus dos predictores económicos usuales –el crecimiento de los términos de intercambio y el PBI– les va de perros.
Estamos sentados en un carrusel donde el crecimiento de los precios externos de las exportaciones e importaciones fluctúan significativamente (ver Figura 3).
De hecho, esperar que suceda un súbito auge de precios externos en medio de la crisis de vivienda china, el desconcierto europeo o el consenso aislacionista de Trump y Harris, va contra lo previsible. Siendo esto así, observemos el otro predictor.
Tampoco la hacemos aquí…
Con la pandemia china -cuando los gobiernos de Vizcarra y Sagasti reinstalaron el modo dictadura- nada ha sido igual (ver Figura 4). De hecho, la recuperación de la producción primaria y no primaria ha sido tan mediocre como los índices de los aciagos gobiernos de Humala, PPK, Viscarra, Sagasti o Castillo.
Persiste pues una línea de izquierda económicamente rala en la accidentada gestión boluartista. Y esta senda, consistentemente, no trae progreso. Podemos decir también –siguiendo a Petro– que la línea ideológica del actual gobierno requiere que éste no se dé. Aquí también, creer en una inminente corrección de déficit fiscal –ceteris paribus– parece una tomadura de pelo.
La herencia del próximo
Aquí se darían dos tipos de regalos. A la medida. Si el selecto es de izquierda, le han hecho la camita. El actual déficit fiscal ha traído pobreza, magra reactivación e impopularidad. Un ambiente muy apreciado entre personajes como Lula, Boric o Petro. Aunque igual perseguirán a doña Dina y sus colaboradores.
Si el selecto en cambio resulta de centro izquierda (de esos que los activistas de izquierda en latinoamericana llaman de Derecha), tratarán de apagar el incendio fiscal –con ajustes a medias– a lo largo de sus interminables cinco años. Ni con electroshocks entenderían que el problema requiere, no solamente austeridad, sino limpiar. Es decir, la reconstrucción integral de la burocracia y las reglas de gobernanza estatal.
¿Y si se termina seleccionando a un Milei peruano? La respuesta es simple y va de la mano de otra pregunta ¿de verdad cree usted que la (1) burocracia electoral, (2) la judicatura y fiscalía, (3) los medios o (4) los gobiernos de izquierda de países vecinos, no le harían una guerra violenta a un gobernante capaz y honesto?
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