Detector de mentiras

El siempre sugerente pensador Byung–Chul–Han nos explica cómo las sociedades han tendido a desarrollar lo que él llama ‘sistemas inmunológicos’, mecanismos sociales fundamentalmente destinados a combatir ´infecciones´ externas. En el entendido de que el tejido social al ser homogéneo y sólido por estar construido por semejantes debía ser protegido; y en el entendido de que debíamos cuidarnos de lo no–semejante (o diferente). Debíamos desarrollar, entonces, sistemas inmunológicos que nos prevengan de lo diferente.

Y entre estos sistemas inmunológicos más que obvio es que caía también el concepto mismo de subversión y el desarrollo de mecanismos para hacerle frente. Al ser el Sendero Luminoso inicial una organización cerrada, de semejantes entre sí mismos, pero que era un agente extraño para una sociedad que se autoconcebía de semejantes se logró –final y ciertamente con mucho dolor y tragedia– el control de esos subversivos que eran fácilmente identificables. Se creyó así que la subversión había sido vencida.

Sin embargo, comprobamos que la subversión político militar subsiste, aun cuando sus actores no tengan por qué ser hoy semejantes en ideología y tampoco en metodologías. Ahora pueden ser aprovechables los actores conscientes o inconscientes de esa subversión, movimientos y personas sin la cohesión ideológica inicial de Sendero pero útiles a su finalidad. Los mismos camaradas Vilma, Antonio y José no son en modo alguno Abimael Guzmán. Y los subversivos no actúan solo en la clandestinidad, sino en las propias visibilidades del mundo oficial. 

El sistema inmunológico activado frente al Sendero inicial neutralizó un modo de hacer la subversión. Siempre considerada externa al mundo oficial de los supuestos semejantes. Pero ello impidió comprender no solo que había y hay otras subversiones externas sino que impidió –lo peor de todo– comprender el concepto de autosubversión de Estado.

Podríamos referirnos a la ausencia de reformas políticas esenciales para que un Estado funcione eficientemente. Eso era ya autosubversión. Podríamos hablar de la miseria de los servicios de salud, educación y seguridad. Eso también es autosubversión. Pero quisiera referirme a una conducta y actitudes que vienen signando nuestra vida política y social groseramente desde hace ya un buen tiempo. Y que podríamos denominar con una sola expresión: la institucionalización de una cultura del engaño, de la mentira y del propio cinismo.

Nadie podrá negar que los procesos en torno a la Fiscalía tienen como trasfondo la lucha por el Poder. Pero ver desfilar por los medios de comunicación social y por las redes sociales ´angelicales´ amigos de la justicia y del buenismo, acudiendo a la mentira como arma, nos lleva a comprobar la institucionalización del cinismo a la que hemos hecho referencia. Si alguien es de los ´nuestros´ –sea de derechas o izquierdas– dice ´la verdad´; aunque las evidencias digan lo contrario.

Engañar y mentir se ha hecho una práctica social cotidiana. Y en las figuras públicas se comprueba esa institucionalización del cinismo a la que aludimos. Y esto es asunto más que grave porque la palabrita ‘confianza’, que tanto se menciona últimamente, es un imposible en el contexto de la cultura del cinismo. 

A tal extremo hemos llegado que habría que instalar detectores de mentiras para todos los funcionarios públicos o privados. Y dado que estos instrumentos están cuestionados científicamente podríamos acudir al eufemismo de llamarlos credibility assessment. Porque para no herir susceptibilidades, más que obvio, suena más bonito hablar de engaño que de mentira.