De cuatro patas para aplaudirte

La falta educación cívica y madurez política

Inspirado en las batallas de Junín y Ayacucho, el poeta y político ecuatoriano José Joaquín de Olmedo escribió “Canto a Bolívar”, un extenso poema épico que enaltece la figura de Simón Bolívar. Respondiendo el gesto, el libertador le envió cartas al escritor hablando del “país clásico del sol de los Incas, de la fábula y de la historia”. “Aquí el sol verdadero es el oro, de gentes sin noción de responsabilidad social, ávidas de fasto y oropeles”, le escribe el venezolano. Y, según Felipe Cossío del Pomar, le dice también que “Lima recuerda a un triste personaje que lo saluda poniéndose en cuatro patas“.

Víctor Raúl Haya de la Torre decía que “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”. Y es, por siglos, que la credulidad casi ciega del común de los peruanos ha permitido la edificación de un país estructurado en su contra, que los mantiene infelices y desamparados de todo tipo. Mientras unos pocos se hacen de lujos y glorias, todavía sobreviven los sumidos en la miseria, impotentes para mejorar su situación por su propio esfuerzo; y hasta acostumbrados y muy agradecidos a las dádivas, de lo que le sobra a otro. Para pena y vergüenza, Bolívar no se ha equivocado: aquí falta educación cívica y madurez política. El Haya de 1931 lo tenía claro. Decía que “no basta desterrar el analfabetismo. La lectura es un instrumento primario de fácil aplicación y de peligroso resultado mientras no vaya acompañada de una educación moral”.

Las interminables ceremonias públicas acostumbradas en provincias, no son otra cosa que rituales de reconocimiento a la autoridad que cree ser el “elegido”, con “poderes divinos”. Horas de engolamientos y discursos largos y tediosos, sin sustancia, palabras sabias, ni riqueza intelectual. Unos y otros, entre babas, alabándose mutuamente. Es la constante del que gestiona, del que publicita sus obras de cemento y fierro en los medios (con el dinero de los contribuyentes), del que exhibe sus diplomas como si fuera un noble, portador de escudo heráldico. El presidente Luis Sánchez Cerro lucía fastuosos uniformes de gala cubiertos de medallas en los actos públicos. Ser adulado era la mayor debilidad del tirano, y no faltaba nunca quien se incline. Se hizo socio del club más pijo del país, el Nacional, para completar su vanidad. Y el país no cambia. Como antes, de besamanos en su versión populachera.

Por la falta de esa educación moral, de la que habla Haya, es que hoy tenemos una espiral delincuencial y una autoridad que se levanta en peso el país, con la anuencia cómplice de sus electores. Como primitivos, la sumisión es el lastre que pesa sobre los infortunados que no han sabido liberarse de sus ataduras mentales, que han renunciado a su dignidad y nobleza humana, dominados por cualquiera de la clase dominante, económica, política o social. Enajenados y absorbidos, entregando sus vidas y voluntades a los canallas que lo permiten, que no se inmutan, que se glorifican con actos de cuatro patas, como el que vio Bolívar en la Lima de 1924.

Ángel Unchupaico, gobernador de Junín, permitió que un anciano se arrodillara y suplicara por agua para su poblado. No evitó el acto de negación. Todos aplaudieron y regocijaron sus malvadas tripas. Caciques festinando la miseria del otro. Verdugos de su propia clase. Monstruos que se prestan a la sumisión, dependencia y cabezas agachadas. Y el gobernador sabe que “no te arrodillarás ante nadie que no sea tu Dios”.

Manuel Gago