Carlos Adrianzén

Cuanto más lejos, mejor

De aquellos que se venden como sucesores de Sagasti

Cuanto más lejos, mejor
Carlos Adrianzén
15 de marzo del 2021


Este es un proceso electoral peculiar por razones que resultan abrumadoras. La recesión persiste, la infección de la pandemia permanece alta, los electores están pendientes de los escándalos de corrupción o de que el gobierno deje de bloquear la vacunación por canales privados. Los medios de comunicación social –y sus encuestadoras– lucen sensibles a la asignación de recursos fiscales, extranjeros o subterráneos; la fiscalía acusa a solo ciertos candidatos a pocos días de la elección; mientras que por oscuridades del JNE, ningún candidato ha tenido firme su candidatura. Así las cosas, enfrentaremos un acto electoral repleto de incertidumbres sanitarias, en el que no se dan plazas llenas, ni nos inunda la publicidad de las ofertas de Gobierno. Solo existe un remedo de debates en las redes y la efervescencia de campaña, con
trolls –agresivos y arrabaleros– financiados por quien todos sospechamos. Como diría Bill Clinton, un escenario Facts y Logic free.

En estas líneas quiero facilitarles la vida trazando líneas que pueden permitirle elegir razonablemente, aun en medio de las extrañas encuestas telefónicas, con preferencias presentadas posiblemente con la expectativa de convencer al elector.

  1. En este proceso electoral existen posiciones delimitadas (meridianamente chavistas, centristas, etc.). Las primeras de ellas garantizan atraso, pobreza y corrupción burocrática. Usted, estimado lector, puede encontrar en la historia latinoamericana de las últimas siete décadas a verdaderos gigantes del fracaso. Me refiero a la tremendamente negativa evolución de naciones –otrora acomodadas– como Venezuela, Argentina o Cuba (ver Cuadro Uno). La pregunta clave implica aquí entender la suicida persistencia en el error. Ese votar por, o tolerar a, gobiernos turbios e incapaces. A propósito, he ignorado incluir en el gráfico a Cuba, no solo por cuestiones de visibilidad y espacio, sino por su menor importancia y por la negrura de sus estadísticas.

Aquí es útil reconocer que, a los hechos, las creencias y los sentimientos les importan poco. Y que continuar hundiéndonos es siempre una posibilidad. La Venezuela libre y pujante de los años sesenta se ubicaba en los albores del desarrollo económico. Nunca fue el petróleo, fue el deterioro de sus instituciones. Sucesivas gestiones socialdemócratas, socialcristianas y comunistas que los arrojaron a la pobreza. Se comprimieron a niveles bolivianos: un 65% en la ratio de Ilarionov (producto por persona como ratio del similar de un país desarrollado). Un récord mundial, insisto. La Argentina, paralelamente, no se quedó atrás. En este lapso (1960-2020) su ratio de subdesarrollo relativo se prensó notablemente en un 25% del PBI por persona norteamericano. Hoy bordea los productos per cápita de Lima o la Costa Sur.

Sin anestesia, podemos descubrir que, en esta campaña, existen candidaturas como las lideradas por Lescano, Salaverry-Vizcarra, Mendoza, Guzmán, Arana y otros candidatos que plantean desenfadadamente ideas chavistas. Recetas abiertamente opresoras de la libertad y la inversión privada. Aquí no cabe la medianía, ni el arreglo retórico: estas planchas y equipos congresales nos garantizan un tránsito veloz hacia el subdesarrollo, la pobreza y la corrupción burocrática. Un ticket similar al que tomaron entusiastamente cubanos, venezolanos y argentinos. Por supuesto, en estas elecciones podemos caer más bajo. Usted escogerá.

  1. Las malas decisiones electorales igualan a las naciones, solo en la pobreza. Los economistas estudiamos la convergencia internacional de las regiones. Sabemos, como descubre el excelente libro de Prescott y Parente (2001), que los gobiernos pueden imponer barreras para que sus naciones se enriquezcan (ver https://www.redalyc.org/pdf/296/29600210.pdf). Las trabas monopólicas empobrecen. Caen redondas en esta canasta el grueso de las propuestas Lescano, Arana, Salaverry-Vizcarra, Mendoza, Guzmán, o los congresistas del FREPAP; mientras que otros candidatos (como Fujimori o Urresti) se les acercan en menor medida. Casi siempre resulta fácil y hasta popular empobrecer a un país. Sí podemos. Podemos caer como Cuba, para nuestra desgracia.
  2. La última línea aquí nos refiere a la importancia de ser conscientes de nuestro menor desarrollo relativo. Su votos y tolerancias han pesado mucho en la tarea de hacernos un país frustrado. Que no llega siquiera a ser un país de ingreso medio, como generosamente algunas agencias multilaterales nos etiquetan (ver Cuadro Tres).

Por más que, con las reformas de mercado de los años noventa (ya casi revertidas en la actualidad), nos hayamos recuperado algo –como diría un criollazo– somos un cuarto de pollo a la brasa. Tenemos un producto por persona equivalente a casi la mitad del producto por persona promedio global. César Vallejo aún tiene mucha razón. Nos quedaría muchísimo por hacer. Este es el real fondo de la campaña

Vote por quienes permitan que el país resurja. Por el menos malo. Olvide los clichés. El mal menor es el mejor. Y este mal menor puede ser mucho mejor. Escoja al que no cometa errores garrafales como los que venden los sucesores de Sagasti. La historia peruana reciente nos grita: cuanto más lejos de ellos, mejor.

Carlos Adrianzén
15 de marzo del 2021

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