Alan Salinas
Cuando el poder enceguece
Evo Morales busca reelegirse presidente una vez más

El año 2006 el líder indígena Evo Morales llegó a la presidencia en Bolivia con el 56% de los votos válidos. Fue, por entonces, según palabras del vicepresidente e intelectual García Linera, “que se había llegado al Gobierno, pero que todavía no se tenía la estructura del poder”. El 2008, vía referéndum para definir su revocatoria, Morales consolidó su liderazgo con un 67% de aprobación. Al año siguiente, en elecciones, se reeligió con una amplia aceptación popular de 60%. Era su momento, había obtenido el poder. No contento con ello, el 2014 se va a la re-reelección, teniendo la misma cifra pasada (60%). Abrumador triunfo. Para ese entonces tenía a la media luna boliviana (arisca, industrial y blanca) en su poder. Bolivia era (y es) próspera y estable.
No contento con ello, en febrero del año 2016, vía referéndum, Morales perdió —por escaso margen— la posibilidad de tentar una reelección por cuarta vez. Era declarado por varios medios, el fin electoral del líder cocalero. Hace unos días, el Tribunal Constitucional de Bolivia emitió un fallo en el que declara procedente lo solicitado por el partido de Morales para que haya reelección indefinida, haciendo —según sus magistrados— prevalecer los derechos políticos sobre los derechos constitucionales.
El liderazgo de Morales en el Gobierno dio estabilidad política a un país que había tenido cinco presidentes en los cinco años previos a su llegada al poder, así como dio estabilidad económica a un país permanentemente en crisis. ¿Por qué no darle continuidad a través de otros liderazgos dentro de su partido o de sus adversarios? ¿Por qué ese intento, a toda costa, de un cuarto mandato? Es lo que se preguntan diversos analistas políticos.
Los defensores de Morales sostienen que Angela Merkel lleva gobernando Alemania en cuatro mandatos y nadie dice nada. Sostienen también que —en un periodo especial— Franklin Roosevelt, después de la gran crisis de 1929, gobernó por cuatro periodos consecutivos los Estados Unidos, para encauzarlo política y económicamente. Gabriela Montaño, presidente de la Cámara de Diputados de Bolivia, afirma que una “dirigencia histórica no funciona en ciclos cortos”.
Pero tengamos en cuenta algo: el periodo de gobierno actual de Evo Morales —según investigaciones— está en un proceso de corrupción en todos los niveles del Estado. Es evidente que eso sucede debido a que nuestras democracias andinas son inestables, críticas y con poca autonomía de poder. A diferencia de Alemania y Estados Unidos, países señalados por los defensores de Morales, nuestras democracias están aún en un proceso de afirmar su institucionalidad.
Al no haber una férrea contraparte institucional, de separación de poderes, Bolivia podría terminar como terminó México (con las salvedades claro está): un Estado fallido, producto de la corrupción a gran escala y del narcotráfico. No olvidemos ese detalle que nos enseña el caso mexicano.
En nuestras precarias democracias, la alternancia en el cargo presidencial es un buen indicador de procedimientos democráticos. Si bien lo electoral no es suficiente, sí es destacable.
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