Jorge Varela

Concepción cristiana de la dignidad humana

Los derechos inalienables de todos los miembros de la familia humana

Concepción cristiana de la dignidad humana
Jorge Varela
27 de agosto del 2024


El pensamiento cristiano al estimular la reflexión sobre el tema de la dignidad, ha arribado a una síntesis de la noción de persona, reconociendo el fundamento metafísico de su dignidad, como lo atestiguan las siguientes palabras de santo Tomás de Aquino: “persona significa lo que en toda naturaleza es perfectísimo, lo que subsiste en la naturaleza racional”
(Summa Theologiae). Esta dignidad ontológica fue subrayada después por el humanismo cristiano renacentista. Incluso en la visión de pensadores modernos, como Descartes y Kant, -quienes cuestionaron algunos de los fundamentos de la antropología cristiana tradicional-, se perciben ecos de lo expuesto. 

A partir de visiones filosóficas más recientes sobre la subjetividad, la reflexión cristiana ha acentuado la profundidad del concepto de dignidad, alcanzando en el siglo XX una perspectiva original, como es la del personalismo. Esta perspectiva no sólo retoma la cuestión de la subjetividad, sino que la profundiza en dirección de la intersubjetividad y de las relaciones que unen a las personas humanas entre sí. La propuesta antropológica cristiana y contemporánea se ha enriquecido pues, con el pensamiento procedente de esta última visión. 

Emmanuel Mounier escribió al respecto: “Llamamos personalista a toda doctrina y a toda civilización que afirma el primado de la persona humana” (“Manifiesto al servicio del personalismo”) Una persona “es un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser; mantiene esta subsistencia mediante su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados”. Es decir, la persona es, ante todo, una forma de ser.

 

Carácter excelso de la dignidad de la persona  

En nuestros días la expresión ‘dignidad’ se utiliza para destacar el carácter singular de la persona humana, inconmensurable con respecto a los demás seres del universo. Así se entiende dicho vocablo en la Declaración de las Naciones Unidas de 1948, donde se establece “la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Es este carácter inalienable de la dignidad humana el que permite hablar de los derechos del hombre. Para aclarar el concepto de dignidad, es importante señalar que la dignidad no es concedida a la persona por otros seres humanos, pues el significado mismo de dignidad quedaría expuesto al riesgo de ser abolido. La dignidad es intrínseca a la persona y no puede perderse. Todos los seres humanos poseen la misma e intrínseca dignidad, independientemente de que sean o no capaces de expresarla adecuadamente.

El Concilio Vaticano II habla de la “excelsa dignidad de la persona humana, de su superioridad sobre las cosas y de sus derechos y deberes universales e inviolables”. Como recuerda el incipit de la Declaración conciliar Dignitatis Humanae, “los hombres de nuestro tiempo se hacen cada vez más conscientes de la dignidad de la persona humana, y aumenta el número de aquellos que exigen que los hombres en su actuación gocen y usen del propio criterio y libertad responsables, guiados por la conciencia del deber y no movidos por la coacción”. Esta libertad de pensamiento y de conciencia, tanto individual como comunitaria, está basada en el reconocimiento de la dignidad humana. El magisterio eclesial ha madurado el significado de esta dignidad, junto con las exigencias e implicaciones relacionadas con ella, llegando a la comprensión de que la dignidad de todo ser humano es tal más allá de toda circunstancia.

 

Dimensión relacional de la persona 

La dignidad de la persona humana, a la luz del carácter relacional de ella, ayuda a superar el enfoque reductivo de una libertad autorreferencial e individualista, que pretende crear valores propios prescindiendo de la relación con los demás seres y de normas objetivas vigentes. En el presente se corre, cada vez más, el riesgo de reducir la dignidad humana a la capacidad de decidir discrecionalmente sobre uno mismo y su propio destino, independientemente del de los demás, sin tener en cuenta su pertenencia a la comunidad humana. “Cuando la libertad es absolutizada en clave individualista, se vacía de su contenido original y se contradice en su misma vocación y dignidad” (Juan Pablo II, Cart. enc. Evangelium vitae, 25 marzo 1995). La dignidad del ser humano incluye la capacidad, inherente a la propia naturaleza humana, de asumir obligaciones hacia los otros.

 

Antropocentrismo centrado 

La diferencia entre el ser humano y el resto de los otros seres vivos, que resalta gracias al concepto de dignidad, no debe hacernos olvidar la bondad de los demás seres creados, que existen también con un valor propio y, por tanto, como dones que han sido confiados para su cultivo y custodia. Así, mientras se reserva al ser humano el concepto de dignidad, se debe afirmar al mismo tiempo la bondad creatural del resto del cosmos. 

Como subraya Francisco: “Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está llamado a respetar lo creado (…) Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas”. Todavía más, “hoy nos vemos obligados a reconocer que sólo es posible sostener un ‘antropocentrismo situado’. Es decir, reconocer que la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas”. 

Desde esta perspectiva, “no es irrelevante para nosotros que desaparezcan tantas especies, que la crisis climática ponga en riesgo la vida de tantos seres”. Pertenece, de hecho, a la dignidad del hombre el cuidado del ambiente, teniendo en cuenta en particular aquella ecología humana que preserva su misma existencia (Francisco, Exhort. ap. Laudate Deum. L’Osservatore Romano, 4 octubre 2023)

 

Concepción de la dignidad humana intrínseca

Aunque cada vez hay más conciencia de la cuestión de la dignidad humana, sigue habiendo malentendidos sobre el concepto mismo de dignidad, que distorsionan su significado. Algunos proponen que es mejor utilizar la expresión “dignidad personal” (y derechos “de la persona”) en lugar de “dignidad humana” (y derechos “del hombre”), porque entienden por persona sólo “un ser capaz de razonar”. Sostienen que la dignidad y los derechos se infieren de la capacidad de conocimiento y libertad, de las que no todos los seres humanos están dotados. Así pues, el niño no nacido no tendría dignidad personal, ni el anciano incapacitado, ni los discapacitados mentales (Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instruc. Dignitas personae, 8 septiembre 2008). 

La Iglesia católica insiste en que la dignidad de toda persona humana, porque es intrínseca, permanece “más allá de toda circunstancia”, y su reconocimiento no puede depender, en modo alguno, del juicio sobre la capacidad de una persona para comprender y actuar libremente. De lo contrario la dignidad no sería como tal inherente a la persona, independientemente de sus condicionamientos, y merecedora por siempre de un respeto incondicional. 

Sólo mediante el reconocimiento de la dignidad intrínseca del ser humano, que nunca puede perderse, desde la concepción hasta la muerte natural, puede garantizarse a esta cualidad un fundamento inviolable y seguro. Sin referencia ontológica alguna, el reconocimiento de la dignidad humana oscilaría a merced de valoraciones diversas y arbitrarias. La única condición, por tanto, para que pueda hablarse de dignidad inherente a la persona es que ésta pertenezca a la especie humana, por lo que “los derechos de la persona son los derechos humanos” (Comisión Teológica Internacional. La libertad religiosa para el bien de todos, 2019)

 

La dignidad inalienable y su proyección universal   

En la cultura moderna, la referencia más cercana al principio de la dignidad inalienable de la persona es la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que Juan Pablo II definiera como “piedra miliar (*) puesta en el largo y difícil camino del género humano”, y “una de las más altas expresiones de la conciencia humana”. 

 

* En la antigua Roma servía para delimitar los bordes de las calzadas, señalaba la distancia cada mil pasos.

Jorge Varela
27 de agosto del 2024

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