Carlos Adrianzén

Cómo ganar las elecciones

Tres consejos para los candidatos presidenciales

Cómo ganar las elecciones
Carlos Adrianzén
01 de febrero del 2021


Estos son tiempos de costosa apatía. Dados los escándalos de la década, el portador de un DNI peruano está sellado por su dejadez e indolencia política. Los ejemplos abundan. Toleran que Sagasti, el presidente en ejercicio, resulte parte de una plancha presidencial en el proceso en curso. Soportan que –
a pesar de la pésima gestión en la compra estatal de vacunas para enfrentar la COVID-19- la burocracia prohíba la competencia en la compra de vacunas por clínicas (que podría evitar la previsible muerte de cientos de miles de ciudadanos). También aceptan cabizbajos que un Congreso al que eligió solo 4 de cada 10 votantes (en una elección estadísticamente oscura), les robe su jubilación en el sistema privado (vía una absurda Reforma Previsional) a más de siete millones de ciudadanos. En paralelo, se acepta indiferentemente que, a través de un cambio en la legislación, millones de trabajadores en el sector agrario pierdan definitivamente su empleo. 

Sí, el peruano de estos tiempos arrastra la cerviz. Y resulta silente ante los abusos (cuarentenas irracionales), la manipulación (mediática), la corrupción burocrática (ex presidentes que inexplicable y súbitamente acumulan docenas de propiedades) y la extrema ineptitud (en la gestión de la salud pública o de la política fiscal).

Enfoquemos el núcleo: un ciudadano es un miembro de una comunidad que disfruta de los derechos y asume (léase: que tendría la capacidad e interés en asumir) los deberes establecidos. En los debates recientes de naciones desarrolladas este plano resulta hoy cada vez menos central. Se tiende a dar por sentado que ya existe un régimen democrático liberal y que está consolidado. Pero esto no es cierto en los ambientes menos desarrollados. Y es que existe una meridiana línea divisoria entre las naciones ricas y menos corruptas (con alto respeto a las libertades económicas y políticas) y las pobres y más corruptas (con alto totalitarismo económico y político). 

Aquí las etiquetas resultan una suerte de maquillaje engañoso. Por ejemplo, un ciudadano sueco, que se desenvuelve en un ambiente rico y poco corrupto (léase: con altos índices de libertad política y económica), disfruta de los derechos y asume los deberes de su ciudadanía. En cambio, un peruano (con índices bajísimos de libertad política y económica) sufre continua pobreza y corrupción. El peruano trata de escapar hacia la informalidad o al exterior. Lo de disfrutar los derechos, o tener la capacidad e interés en asumir los deberes, resulta básicamente un enunciado. Por ello, cuando nos cuentan que la ciudadanía implica una condición en la cual se posibilita el acceso al ejercicio de derechos, se nos engaña. Cuando hablamos del derecho a la educación o a la salud de calidad, o a una pensión justa se omite un detalle: que somos una nación muy pobre. 

En los hechos, y a pesar de la alta presión tributaria aplicada sobre los formales en nuestro país, con gran esfuerzo apenas asignamos un presupuesto por alumno en la educación pública equivalente al 3% de lo que gasta un norteamericano. Lo mismo se descubre cuando encontramos que asignamos un 4% de lo que gasta un norteamericano por ciudadano en salud pública. Y que, además, la abrumadora mayoría de nuestra fuerza laboral (digamos, dos tercios de ella) no dispone de la capacidad de ahorro para acumular un fondo previsional que le permita acceder a una jubilación digna (léase: europea). Ni con esfuerzo nos alcanza para garantizar derechos a una salud, educación o jubilaciones adecuadas. Y notemos que esto no depende de los regímenes previsionales. Ingresos mayoritarios bajos, que apenas rozan la subsistencia, impiden que alcance una pensión adecuada ni bajo las reglas de un régimen de capitalización individual, ni de reparto, ni mixto. Pero igual tenemos años mintiéndole a la gente. Una y otra vez. 

En el pasado a los electores se les ofrecieron diversos eslóganes esperanzadores. Todos incumplidos (i.e.: “crecimiento permanente y autosostenido” –velascato–; “un futuro diferente” –Izquierda Unida y el APRA–; o “crecimiento con equidad” –Humala–). Pero la práctica del engaño aún no ha sido superada. Si usted revisa los veintitantos planes de gobierno de la actual elección encontrará decenas de lemas igual de farsantes. Si reconocemos esto, la apatía de los ciudadanos podría parecer la cosa más lógica del mundo. Hoy no solo intuyen que ninguno podría cumplir sus promesas (dada la severa crisis económica-sanitaria con la que Sagasti dejaría al país en julio próximo). 

Ya no entusiasman los candidatos. Ya no son creíbles. No despiertan esperanzas. Por ineptitud, ambición o cálculo, los han decepcionado y muchas veces. Candidatos centristas o izquierdistas. De hecho, ad portas de las elecciones generales de abril próximo, la intención de voto resulta tan inestable y particionada que el líder de las encuestas no llega ni al 10% del total y tampoco deja la confianza de que comprende lo que ofrece… Esta desesperación lleva –curiosamente– a candidatos y electores a apostar por sentimientos. Por quien se calla más (así no lo culparían de mentiroso); o por quien ofrece más regalitos (en aras a ver si algún elector cae otra vez).

Pero si esto no funciona. ¿Qué hacer con la horrorosa apatía de los electores peruanos? Motivarlos, diría un creyente en temas de inteligencia emocional. Para ello notemos que ayudaría mucho diferenciarse de ese tótem de fracaso económico-pandémico y corrupción: los gobiernos de Humala hasta Sagasti. 

Hoy para diferenciarse es bueno saber que existen medidas empáticas y fáciles de cumplir (que solo despertarían reacciones en las minorías de ultraizquierda y del vizcarrismo, hoy en acelerada contracción). Usándolas usted podría barrer en abril próximo. Y como muestra les dejo tres botones:

  1. Defensa del empleo agroexportador. Comunicar potentemente la expectativa de un futuro mucho mejor en la costa agroexportadora peruana restableciendo inmediatamente la ley de Promoción Agraria. Esto le asignaría un bolsón importante de electores (hasta un jugoso 14% del padrón electoral).
  2. Defensa del ahorro de los trabajadores. Informar sonoramente que desmontará el robo previsional a los trabajadores por la inminente ley de estatización/reforma previsional). Esto tranquilizará a 7.7 millones de afiliados y sus familiares electores (otro bolsón de hasta el 20% del padrón).
  3. Defensa de la vida de los peruanos. Ofrecer que las clínicas privadas podrán expeditivamente comprar vacunas contra el COVID-19 en todas las regiones del país. Esta iniciativa podría motivar a votar (y a elegir) a un angustiado bolsón de más de la mitad del padrón electoral de Lima y la Costa Sur (con un estimado bayesiano de alrededor 20% del total).

Nótense dos cosas. Primero, el candidato que se atreva correría solo. El grueso de sus competidores de izquierda y centro-izquierda (hipotecados al Foro de Sao Paulo), por sujeción ideológica, nunca podrían ofrecer clara o creíblemente estas tres propuestas populares. 

Segundo: en esta batalla no caben las medias tintas. El candidato debe llegar claro y fuerte a los electores de estos tiempos. Solo si oferta oportuna y potentemente estas tres medidas podríamos tener un presidente electo en la primera vuelta. Presidente que además tendría un enorme comodín: cero hipotecas que pagarle al poderoso y recalcitrante Foro de Sao Paulo.

Carlos Adrianzén
01 de febrero del 2021

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