Dardo López-Dolz

Colonialismo y tolerancia

Debemos adaptar la democracia a la realidad actual o caeremos en el autoritarismo

Colonialismo y tolerancia
Dardo López-Dolz
04 de julio del 2023


En estadíos culturales de la antigüedad (que ilusamente creíamos superados), cuando los Imperios constituían una expresión cultural y política aceptable para los pobladores de todos los continentes, era natural esperar que el imperio vencedor impusiese su cultura, su idioma, su moneda y su religión a los territorios ocupados. Algunas veces esas imposiciones fueron  absolutas respaldadas por el poderío militar (propio o contratado), con no pocas expresiones de gran crueldad para controlar por el temor (Rusia, China, Persia, Azteca, Maya). Otros imperios combinaron poderío militar con negociación (España, Francia, Incas), cediendo cuotas de poder o incorporando ciertas costumbres o rasgos culturales del territorio ocupado; otros como Gran Bretaña tuvieron rasgos de ambos, según el momento y el continente.

Superado el estadío histórico descrito, del cual evolucionaron todos nuestros antepasados en occidente, lo natural –hasta hace pocas décadas– era que  las personas que decidían emigrar a provincias, ciudades, estados o países distintos de aquel en el que nacieron o vivían, sobreentendían (por elemental de cortesía y como muestra de respeto y gratitud) la obligación natural y racional de respetar las costumbres, idioma y creencia de los dueños de la casa que los acogía, asimilando con el tiempo a ella hasta ser incorporados plenamente.

Pero desde hace un tiempo, los autodenominados progresistas (que no son otra cosa que partidarios asalariados del camino progresivo hacia la tiranía) se abocaron, con éxito, a la tarea de inculcar la creencia errada (por irracional) de que toda idea es igualmente respetable, así incluya el derecho a irrespeto y hasta la agresión a la sociedad que los acoge. Llamándolos indebidamente culturas y reclamando respeto para ellas, consiguieron imponer la creencia que todo estadío cultural merece el mismo respeto, soslayando deliberadamente (por soterrado interés destructivo de la institucionalidad democrática) el inmenso peligro de equiparar moral y racionalmente estadíos culturales sectarios, anacrónico, violentos e intrínsecamente intolerantes ya superados por nuestros ancestros, con aquellos  más evolucionados que los acogieron. Violentaron así todo límite razonable de la tolerancia para impulsar luego como valor absoluto e incuestionable la inclusión a cualquier costo.

Así se idealizaron las costumbres y pautas de comportamiento del lugar del cual huyeron (convirtiéndose en refugiados) esos migrantes, que dejaron su lugar de origen justamente por las consecuencias de esas costumbres y creencias. Los migrantes forzados, en lugar de enrolarse (como antaño) en la usual marcha acelerada desde el estadío cultural periférico hacia los niveles de la cultura que los acogió -buscando y consiguiendo ser asimilados alcanzando las oportunidades que ofrecía la comunidad hospitalaria (como ocurrió con los migrantes hasta la década de los setenta y sus descendientes)–, fueron produciendo el deterioro cultural y de estándares de respeto a la legalidad y al prójimo en la metrópoli que les abrió sus puertas.

Estimulados negativamente por tal comportamiento, ciertas minorías, antes marginadas, también se han movido en la misma dirección irrespetuosa y agresiva, con riesgo creciente comprobable de despertar mayor intolerancia que la que habían logrado superar. Las leyes de la física no pocas veces han demostrado ser aplicables a la  política. A lo dicho debemos sumar que la estimulación del éxodo para la utilización de la migración como arma ofensiva es ya una verdad innegable en geopolítica, con dolorosas comprobaciones masivas en Siria, Venezuela y un capítulo reciente que aún no acaba en la frontera sur de los EE.UU.

Lo que viene sucediendo en Francia, amenazando extenderse a otros países de Europa,obliga a revisar los límites de la tolerancia y evaluar qué migración es aceptable y cual implica injustamente grandes riesgos o amenazas para la población dueña de casa que brinda su hospitalidad. Así como aceptamos ya universalmente que la libertad del individuo está limitada por la afectación injusta a la libertad del otro individuo, ha llegado la hora de revisar conceptos como que merece ser llamado cultura y que no, cuales son los límites de la tolerancia y la inclusión (hoy estirados hasta su desnaturalización)

Para empezar, se debe aceptar el carácter limitado del respeto a la integridad física y a la vida del agresor violento (hasta la versión más antigua de los 10 mandamientos solo condena matar al inocente). O cuáles son los límites inteligentes de la libertad de culto y que es deseable exigir de quien desee migrar a la tierra en que nacimos y vivimos. La tolerancia al agresor violento deja de ser tolerancia para convertirse en cobardía y estupidez superlativas.

La democracia ha sido la mejor herramienta para construir justicia y preservar la libertad. Si queremos que lo siga siendo es menester revisar los criterios del párrafo anterior y corregir los errores que venimos cometiendo como sociedad. Debemos adaptar nuestra democracia a la realidad actual o caeremos en alguna forma de autoritarismo, sin descartar un alto riesgo de caer víctimas de la ofensiva asimétrica coordinada del neocolonialismo iraní, chino o ruso, los tres viejos imperios de oriente reciclados hoy aliados y en campaña. Recomiendo a los escépticos mirar qué  está pasando hoy en Francia, en Ucrania y en Nigeria, y revisar sus conceptos.

Dardo López-Dolz
04 de julio del 2023

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