Luis Enrique Cam

Ciro Alegría

Una figura clave de la literatura indigenista peruana

Ciro Alegría
Luis Enrique Cam
27 de mayo del 2025


Ciro Alegría Bazán nació el 4 de noviembre de 1909 en la hacienda Quilca, en la sierra de La Libertad. Fue el primogénito de José Alegría Lynch y María Herminia Bazán, una familia de hacendados que gozaba de una posición económica desahogada.

“Nací en una hacienda, crecí en otra –ambas pertenecientes a la provincia de Huamachuco, en los Andes del Norte del Perú–, y desde niño hube de andar largos caminos para ir a la escuela y al colegio, situados en la ciudad andina de Cajabamba y en la costeña de Trujillo. Así me llené los ojos de panoramas y conocí al pueblo de mi patria. Mujeres de la raza milenaria me acunaron en sus brazos y me ayudaron a andar; con niños indios jugué de pequeño; siendo mayor alterné con peones indios y cholos en las faenas agrarias y los rodeos. En brazos de una muchacha trigueña me alboreó el amor como una amanecida quechua. Y en la áspera tierra de surcos abiertos bajo mis pies y retadoras montañas alzadas frente a mi frente, aprendí la afirmativa ley del hombre andino”.

Desde muy joven, Alegría fue testigo directo del sufrimiento y la resistencia del pueblo indígena. La vida rural que lo rodeaba le permitió observar las injusticias que padecían los comuneros, experiencias que más tarde marcarían su obra literaria.

“Mi padre administraba la hacienda Marcabal Grande con ánimo justiciero. Un día llegó a refugiarse un indio comunero, llamado Gaspar, y otro día un indio colono, llamado Pancho. Ambos contaron dramáticas historias. Gaspar andaba perseguido por sublevarse y gran parte de las tierras de su comunidad le habían sido arrebatadas. Pancho llegó con un poncho en hilas, arreando un mohíno jumento que cargaba todos sus bienes y seguido por su escuálida mujer y su hijo, un pequeño de grandes ojos tristes. La Policía no arribó nunca por Gaspar, pero comprendí toda su nostalgia de la tierra perdida una vez que le oí tocar su antara, desgarradamente, tarde la noche y en soledad. Los patrones de Pancho lo reclamaron, mandándole a decir a mi padre que “lo devolviera”. Entre los hacendados regía la ley no escrita, pero respetada, de que los indios pertenecían a la tierra. Mi padre no lo devolvió. Muchos casos como estos podría contar”.

El contacto cotidiano con los trabajadores de la hacienda también enriqueció su mundo imaginario. Las historias contadas por personajes entrañables como Manuel Baca, dejaron en él una huella imborrable.

“La hacienda está en las riberas del río Marañón. Una vez llegó un hombre de río abajo con una enorme llaga tropical que le estaba comiendo un brazo. Mi padre lo curó y él se quedó a vivir en Marcabal. Se llamaba Manuel Baca y era un gran narrador de cuentos sucedidos, fuera de ser diestro en cualquier faena. Caída la tarde, frente al sol de venados, que es una playa de sol naranja que dora las lomas a la oración, Manuel parlaba con voz de conseja”.

Alegría conoció de cerca la dura pero digna vida campesina. En su juventud aprendió a montar a caballo y a compartir con naturalidad la cotidianidad de quienes vivían de la tierra. El ambiente familiar también fue fundamental en su formación. Sus padres cultivaban el gusto por las letras, lo que despertó en él una temprana vocación literaria. He aquí la importancia de la biblioteca familiar con los clásicos de la literatura universal. 

“De tal vida no me habría de olvidar jamás y tampoco de las experiencias que adquirí caminando por los jadeantes caminos de la cordillera, de los hechos de dolor que vi, de las historias que escuché. Mis padres fueron mis primeros maestros, pero todo el pueblo peruano terminó por moldearme a su manera y me hizo entender su dolor, su alegría, sus dones mayores y pocos reconocidos de inteligencia y fortaleza, su capacidad creadora, su constancia”.

Ya en la juventud, su compromiso político lo llevó a involucrarse activamente en el movimiento social. Su militancia aprista le valió prisión y exilio, pero también consolidó su visión crítica y su decisión de escribir. Fue en el exilio, lejos de su tierra, donde finalmente encontró el espacio y la claridad para volcar su experiencia vital en sus primeras grandes novelas.

“Hasta ese entonces había escrito innumerables crónicas periodísticas sobre toda cosa y una cincuentena de poemas y cuatro cuentos. Mas el mensaje fundamental que yo traía era uno recibido de la vida del hombre del pueblo de mi patria y de su tierra épica y lírica, que debía escribir al fin. Después de una serie de incidentes circunstanciales que me pusieron en camino, compuse “La serpiente de oro”, el año 1935, luego “Los perros hambrientos” y más tarde, en 1940, “El mundo ancho y ajeno”.

Sus tres novelas fundamentales, escritas durante su destierro en Chile, fueron censuradas en el Perú durante años debido a su contenido crítico sobre las injusticias sociales. Aun así, su voz resonó más allá de las fronteras. Sus obras le valieron reconocimiento internacional y varios premios literarios. El mundo es ancho y ajeno, considerada su obra cumbre, fue traducida a nueve idiomas y tuvo una acogida entusiasta en el extranjero, especialmente en Europa.

Reconocido como una figura clave del indigenismo peruano, Alegría también fue profesor, periodista y político. En 1945 dictó un curso sobre novela hispanoamericana en la Universidad de Columbia. Más tarde, renunció al APRA y, ya de regreso en el Perú, colaboró con destacados medios de prensa y se unió al partido Acción Popular. En 1963 fue elegido diputado por Lima y en 1966 presidió la Asociación Nacional de Escritores y Artistas.

Ciro Alegría falleció el 17 de febrero de 1967 en su casa de Chaclacayo, víctima de una hemorragia cerebral. A título póstumo, el Estado peruano le otorgó las Palmas Magisteriales, el máximo reconocimiento en el ámbito educativo, como homenaje a su legado intelectual y humano.

Luis Enrique Cam
27 de mayo del 2025

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