Miguel A. Rodriguez Mackay
China más cerca que nunca
Nuestro principal socio comercial, pero no debe ser el único

Si China está más cerca de América Latina y del Perú es porque Estados Unidos está cada vez más lejos de nuestra región. Pero no creo que sea porque Washington se haya desentendido de nuestros países, a los que –por cierto– siempre ha visto como su patio trasero, sea demócrata o republicano el partido que se halle al frente de la Casa Blanca. No. Pasa porque Beijing sigue en proceso de penetración en otros espacios vitales, como parte de su imparable plan expansivo de dominio comercial planetario –ruta de la seda–, en cuyo empeño y persistencia tienen ya varias décadas.
Es verdad que en la historia de las relaciones internacionales, queda el registro de la denominada Guerra Fría, en la que Estados Unidos y la ex Unión Soviética, las naciones definidas como superpotencias luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), se han respetado mutuamente sus ámbitos de influencia. Ese respeto por los ámbitos geopolíticos sobre los cuales mantienen un radio de atención relevante, volviendo a los países –ya sean naciones intermedias o periféricas, según corresponda su estatus en el sistema internacional– realmente ha acabado. Y aún hay quienes creen que seguimos el decurso de la sociedad internacional de esa etapa ya consumada.
Los chinos jamás cruzarían las fronteras ideológicas que, en cambio, sí convinieron –de facto– EE.UU. y la entonces U.R.S.S., entre 1945 y 1989. Pero la globalización las liquidó y por eso en pleno siglo XXI será un despropósito hablar de fronteras entre las naciones. Salvo las que, como delimitaciones por los territorios, conservan intacta la calidad soberana de los Estados, uno de los más grandes legados de la Paz de Westfalia de 1648, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, en Europa.
Como EE.UU., China también quiere nuestros recursos; y esa es la razón principal por la cual le ha puesto el ojo a nuestro país, solo que ahora es un ojo más grande. Nada más que sus apuestas en el Perú son para facilitar las tareas extractivas que permitan a China llevarse nuestros minerales (cobre, hierro, etc.,); es decir, con un nivel de exportaciones hacia Beijing que llegó a los US$ 5,137 millones entre enero y abril de este año, por ejemplo.
China no invierte para que el Perú sea un Estado industrializado. Esto último no le interesa. Es verdad que no es responsabilidad del gigante asiático que así sea, sino de nuestros gobernantes de turno. Pero la realidad incontrastable es que China se ha encontrado con un contexto inmejorable en el Perú para sus objetivos, y por eso están en franca etapa de intensificación de las vinculaciones en esta nueva era de la relación bilateral. Eso explica por qué el embajador de China en el Perú mantuvo una fluida reunión con el presidente Pedro Castillo, cuando apenas había sido proclamado presidente de la República. Por supuesto que los chinos nunca creyeron que tendríamos un gobierno comunista, por lo que la nueva realidad política del país ha sido muchísimo más favorable de lo esperado por ese país, dominante en el continente asiático.
Lo que no debería sucederle al Perú es decidir una política exterior únicamente encaminada hacia China. Sería un error. Hay que bregar para que el nuevo gobierno del Perú no soslaye a EE.UU., la Unión Europea y otros espacios del mundo, en lo que se denomina la política exterior multilateralizada, que no es una virtud geopolítica exclusiva de los países desarrollados.
Es verdad que China es nuestro principal socio comercial, pero ello no debería significar convertirnos en un país sometido a los designios de Beijing o dispuesto, como nación doblegada por hipotecas que no tenemos. La política exterior, que Carlos García Bedoya definía siempre como la proyección externa de nuestros intereses internos, aunque se diga siempre que no debería politizarse o ideologizarse, termina envuelta en esa dramática realidad.
Sería muy bueno que afiancemos nuestro vínculo con China pero también que estrechemos nuestra relación con Washington. El anunciado viaje del presidente a Estados Unidos, a tan poco tiempo de asumir el mando el presidente Castillo, sería una buena señal de ponderación. Con la distancia que corresponde, cuidado que termine siendo como el viaje de Fidel Castro a Washington, luego de la revolución de 1959, en el que a su retorno a la isla, declaró a Cuba país comunista; y no por serlo, sino por los métodos del castrismo, Washington le bajó el dedo a su gobierno que comenzaba su noviazgo con Moscú.
No somos un país para noviazgos en pleno siglo XXI, y menos somos un Estado con capacidad para imponer nuestros planes a otros actores internacionales. Nada de eso. Somos tan relevantes gracias al derecho internacional, que nos hace jurídicamente iguales a China o a EE.UU. Y deberíamos comprender que nos irá bien si nos mostramos diversos y receptores de la heterogeneidad interestatal. Esto último no será difícil si nuestra política exterior, ahora con un gobierno de izquierda, se decide por el equilibrio que demanda el actual rostro del planeta –dominado por la pandemia del Covid-19–, y por su afianzamiento en la interdependencia.
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