Arturo Valverde

Buen consejo, don Mario

Retratos: de la caricatura a la literatura

Buen consejo, don Mario
Arturo Valverde
24 de noviembre del 2021


Encontré hace unos días el cuaderno que solía llevar a la casa del caricaturista peruano Mario Moreno, cuando el maestro dictaba, con desbordante pasión y alegría, un taller de dibujo humorístico en verano. Es un cuaderno espiralado, con la fotografía de un jean azul en la cubierta, que por descuido coloqué junto a algunos diarios y libretas de apuntes. Ahora todo se apunta en el celular; y si alguna anotación se borra por accidente, nos queda el alivio de encontrarlo en la nube. 

Recuerdo que una cálida mañana, esforzado en mejorar las técnicas de sus estudiantes, don Mario dedicó una clase a estudiar los rasgos físicos del rostro. Tomó un plumón y se puso a dibujar, por decir, los diferentes tipos de orejas: orejas redondas, orejas puntiagudas, orejones, orejitas… y luego siguió con las bocas, narices y ojos. Nosotros copiábamos en nuestros cuadernos, escribiendo debajo de cada uno: nariz de boxeador, nariz de caníbal; ojos de loco, ojos de borracho; boca enfurecida, boca sonriente. Era bastante divertido, y la seguridad con la que compartía su experiencia era la de quien se ha dedicado por muchos años a estudiar y comprender su oficio, su arte, y ahora estaba listo para compartir lo aprendido con los demás. Para mí esa fue siempre una gran lección, pues, no se puede enseñar lo que no se comprende.

Don Mario parecía tener una suerte de diccionario de figuras en su mente, como varias carpetas alojadas en su memoria. Así es que cuando alguien le pedía que lo retratara, en un ágil proceso mental, rápidamente identificaba cada uno de los rasgos previamente estudiados, los seleccionaba y en unos trazos componía el cuadro completo. Era asombroso. 

Esa mágica mañana, recuerdo que don Mario nos dijo, más o menos, que para componer una caricatura se debía prestar atención a los rasgos de los personajes y exagerarlos en cierta medida. Así, pues, si un tipo cualquiera sobresalía por su prominente nariz, uno destacaba ese rasgo en el dibujo; de igual manera, los que tenían orejas grandes, los dibujábamos con unas orejotas muy graciosas. Ese ejercicio era útil para entrenar el poder de observación.

Don Mario coleccionaba la revista Mad. Traía algunas y nos pedía revisarlas. Más que por su contenido literario, recomendaba leerlas porque eran como un libro de consulta de imágenes. Nicolas Cage, Arnold Schwarzenegger y otros famosos del cine aparecían en las páginas. Era como un banco de rasgos físicos. No me cabe la menor duda de que don Mario estudiaba mucho, y se tomaba con seriedad su trabajo.

Muchos años después, cuando empecé a escribir mis primeros cuentos, trasladé su consejo a la literatura, que es como dibujar por medio de la palabra escrita. Debo confesar que su consejo me resultó bastante útil, sobre todo en el proceso de observación; la única diferencia era que en vez de destacar rasgos físicos, resaltaba la condición moral de las personas: el doble moralista, el usurero, el tramposo, el vivo, el chismoso, el mentiroso, el insidioso, el relajado, el ambicioso… Disfruto mucho dibujando con letras.

Yo recuerdo con mucho cariño esos días. Y ahora que tengo entre mis manos mi cuaderno espiralado con algunos apuntes y correcciones que escribiera don Mario (“por qué repasas tanto el lápiz”, solía decirme), me convenzo también de que ciertas técnicas que se aplican en el dibujo o en la música, como es el caso del ritmo y la melodía en la composición musical, pueden trasladarse también a la literatura. Pero ese es más un campo de intuiciones y de instintos para mí, antes que de teorías. 

Me alegró encontrar mi cuaderno de dibujos, y estoy seguro de que cada vez que repase sus páginas recordaré la vez en que don Mario me dio uno de los mejores consejos literarios que puede recibir un escritor, que ve la vida con mucho humor.

Arturo Valverde
24 de noviembre del 2021

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