Jorge Morelli

Breve historia de la guerra del narco

La raíz más profunda de la corrupción está en el narcotráfico

Breve historia de la guerra del narco
Jorge Morelli
23 de enero del 2019

 

Es una amarga realidad que el hilo conductor de la historia de Latinoamérica en los últimos años sea el proceso de producción de drogas y del narcotráfico hacia el mercado global. La corrupción y la violencia desatadas en el norte de México, a lo largo de toda la frontera con EE.UU. —que hoy se intenta cortar con el muro de Trump, que ha causado el cierre de la administración de ese país—, han marcado indeleblemente a las sociedades involucradas en esta historia.

Fue el cártel de Sinaloa —el del Chapo Guzmán— el que finalmente logró imponer su dominio absoluto a los demás. Consiguió articular la cadena productiva y de distribución, subordinando desde Sinaloa, por varios años, a los patrones de las ciudades fronterizas de Juárez/El Paso, a medio camino entre los dos océanos, desde Tijuana en el Pacífico hasta Nuevo Laredo en el Golfo. Los últimos delirantes proyectos de expansión de la red global del Chapo llegaron no solo a toda Europa, sino a Turquía y hasta Malasia.

El Chapo —hoy extraditado y recluido en una prisión de Nueva York— se sintió por un momento el amo del mundo. Tal vez lo fue. Nunca llegaron tan arriba los capos del narcotráfico que le precedieron. Ni siquiera el famoso señor del cartel colombiano de Medellín, Pablo Escobar, muerto hace ya más de veinte años y adorado hasta hoy por esa ciudad. Menos aún los sofisticados dueños del cartel de Cali, desplazados por los mexicanos años atrás, luego de la derrota final de ambos cárteles por el gobierno colombiano y la DEA norteamericana, en el contexto del Plan Colombia contra el narcoterrorismo.

Hoy un testigo en el proceso penal del Chapo ante la jurisdicción norteamericana afirma —sin pruebas fehacientes— que el cártel de Sinaloa entregó US$ 100 millones a la campaña electoral del mandatario mexicano, que en diciembre pasado dejó la presidencia. La situación ha puesto a prueba al nuevo Gobierno mexicano. El robo masivo de petróleo de los ductos cercanos a la frontera —que ha producido un atentado masivo que ha matado a decenas de personas— está manejado por los cárteles, hoy disgregados, de lo que fue el imperio del Chapo. Han abierto decenas de túneles a lo largo de la frontera, por donde abastecen de combustible a ciudades del sur de EE.UU, y distribuyen por todo el inmenso territorio de ese país la cocaína que viene de Colombia y del Perú.

Lo más alarmante de esta historia, sin embargo, es la hipótesis que se abre camino cada vez más, incluso hasta las redes de producción de series de televisión de consumo global: que en México y en Colombia la unificación de los pequeños patrones en un solo gran cartel ocurrió luego de una cruenta guerra entre ellos. Y solo fue posible porque en ambos países hubo gobiernos locales y nacionales que pactaron con el más poderoso para pacificar a cualquier costo y lucrar con esa complicidad política y económica.

Hoy el nuevo presidente colombiano, recién llegado al poder, le ha declarado la guerra a los narcos nuevamente. Ha confesado hace poco el secreto mejor guardado de Colombia: que existen actualmente 170,000 hectáreas de coca en producción en ese país. Eso es más de lo que jamás existió en el Perú (125,000 antes de que el Gobierno peruano las redujera a 34,000 a mediados de los noventa). La respuesta en Colombia: un cochebomba por primera vez en décadas, que ha asesinado nuevamente. La guerra colombiana contra los narcos viene nuevamente. Este es el fruto del fiasco del acuerdo de paz del Gobierno anterior, un triste sainete que en su momento los colombianos creyeron de buena fe.

Desgraciadamente, el llamado “efecto globo” hará que la guerra colombiana empuje los cultivos de coca nuevamente hacia el Perú, primer punto de la cadena desde siempre. Y el gobierno peruano, enfrascado en la lucha contra la corrupción del soborno en la obra pública, no repara aún en lo que viene. La raíz más profunda de la corrupción está en el narcotráfico. El Gobierno no puede esperar a que recrudezca masivamente la violencia urbana para darse por enterado.

 

Jorge Morelli
23 de enero del 2019

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