Berit Knudsen
Alto al fuego en Gaza
Convivencia pacífica y determinación en dos estados es la única vía sostenible
La guerra en Gaza es una tragedia que causa incalculable dolor a israelíes y palestinos. Pero el debate es cada vez más tóxico con opiniones apasionadas en ambos lados, haciendo difícil comprender los hechos objetivos que permitirían avanzar hacia una solución pacífica y duradera.
Nicholas Kristof escribió en The New York Times al respecto. La moralidad del conflicto no es una cuestión de blanco y negro; tampoco una lucha entre el bien y el mal, sino un choque entre derechos legítimos y aspiraciones en ambos lados. Los israelíes han construido una sociedad próspera, tienen derecho a vivir sin temor a ataques terroristas. Los palestinos deben disfrutar de las mismas libertades y seguridad para criar a sus hijos en un Estado propio.
Todas las vidas tienen el mismo valor. Aunque no hay equivalencia moral entre Hamás e Israel, existe entre civiles israelíes y palestinos. Defender los derechos humanos de todos, sin importar su nacionalidad, es crucial para lograr la paz. Cada lado se ve a sí mismo como víctima, lo cual es cierto, pero cada lado es también un perpetrador. La guerra no puede ser una excusa para deshumanizar al adversario, perpetuando esa violencia que aleja la paz.
Hamás es una organización opresiva cuyo mal gobierno ha perjudicado tanto a palestinos como a israelíes. Pero los civiles no pueden ser castigados colectivamente por las acciones de Hamás. Los palestinos, especialmente jóvenes, merecen un futuro libre de culpa por actos que no cometieron. No hay justificación para los ataques de Hamás del 7 de octubre, tampoco la hay para el uso excesivo de la fuerza de Israel y la muerte de miles de inocentes.
La represalia de Israel a los ataques de Hamás no justifica acciones desproporcionadas sobre una población desprotegida por su propio gobierno. Cada lado escuda su brutalidad señalando la crueldad del otro. Israel ve el 7 de octubre como actos de lesa humanidad, mientras los palestinos recuerdan el desplazamiento durante la fundación de Israel en 1948 y otros eventos históricos. Es hora de dejar de obsesionarse con el pasado enfocándonos en salvar vidas hoy y mañana.
El alto el fuego podría ser el primer paso hacia el fin permanente de la guerra y liberación de rehenes. "Es hora de terminar esta guerra". Debería ser el mantra de ambos lados; más allá de identificarse como proisraelí o propalestino, la prioridad debe ser luchar contra el hambre y violación de derechos humanos.
Los manifestantes propalestinos no deberían tolerar ninguna forma de antisemitismo. Un movimiento que reclama autoridad moral no puede excusarse en la intolerancia. En lugar de manifestaciones conflictivas, podrían enfocarse en acciones constructivas por la paz, sin demostraciones violentas.
Cualquier convenio de paz entre israelíes y palestinos será similar a la propuesta del Acuerdo de Ginebra de 2003. La pregunta es cuántas vidas inocentes se perderán antes de iniciar negociaciones. Existen pacificadores en ambos lados dispuestos a buscar una reconciliación, nuevos líderes en Israel y Palestina con visión y coraje para encaminarse hacia la paz.
Como dijo el escritor chino Lu Xun: “La esperanza es como un camino en el campo. Al principio no había nada, pero mientras la gente camina por esa ruta, aparece el camino”. Trabajar por la paz es el único camino práctico y esperanzador que queda. Un sabio palestino de Jenin, Mohamed Abu Jafar, dijo: "No pueden matarnos a todos y nosotros no podemos matarlos a todos". La opción es la paz.
La solución de dos estados es infinitamente preferible que un estado único que abarque todo el territorio entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, como algunos radicales en ambos lados sugieren. Con 5 millones de palestinos y 10 millones de israelíes, la convivencia pacífica y determinación en dos estados es la única vía sostenible.
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