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Vizcarra y el triunfo de la antipolítica

Judicialización reemplaza a reformas y programas

Vizcarra y el triunfo de la antipolítica
Víctor Andrés Ponce
15 de febrero del 2019

 

Siempre será un misterio por qué el presidente Vizcarra decidió escuchar al núcleo marxista que lo rodeó y que le aconsejó llevar hasta el final la guerra contra Fuerza Popular, incluso hasta liderar a la mayoría política (en alianza con ciertos medios) que presionó a los magistrados y el sistema de justicia para encarcelar a un sector de la oposición. Puede haber diversas interpretaciones. Algunos señalan que Vizcarra se embarcó en esta estrategia porque se compró el argumento de que si bien el fuerzapopularismo empezaba a declinar, por acumulación superlativa de errores, tarde o temprano iba a contragolpear, afectando la gobernabilidad. Otros sostienen que porque era la mejor manera de curarse en salud para evitar que los destapes de hoy (vínculos con el llamado Club de la Construcción) terminaran afectándolo. Y otros llegan a afirmar que era la mejor manera de otear la posibilidad de la reelección.

Sin embargo, cuando Vizcarra se embarcó en esta estrategia se convirtió en el representante más nítido de la antipolítica de las últimas dos décadas. Superó largamente la antipolítica que inauguraron Ollanta Humala y Nadine Heredia, con el intento de judicializar a los adversarios. Los resultados son terribles para la República. Se ha bastardeado la Constitución, que acumulaba dos décadas de continuidad: no reelección de congresistas sin bicameralidad, estatización de las campañas electorales y una reforma del sistema de justicia que no lleva a ningún lado. Y, de otro lado, el vizcarrismo parece detener en seco las posibilidades de relanzar el desarrollo capitalista. No hay el menor intento de hacer reformas.

¿Por qué ha triunfado la antipolítica? Las repúblicas modernas y las sociedades abiertas solo se fundaron con un objeto: evitar, a través de pactos y acuerdos, que los adversarios vayan a la guerra. Así nació la política moderna. No hay sociedad abierta con rivales en guerra. Hoy la República peruana es una guerra popular prolongada y de pronóstico reservado. Si Vizcarra consideró que con el encarcelamiento de un sector de la oposición —que promovieron IDL-Reporteros y los magistrados plebiscitarios— solucionaba sus problemas, se equivocó de cabo a rabo. En realidad recién empiezan. Así lo indica el puro análisis.

El sector pretoriano del régimen —integrado por marxistas, ONG colectivistas y magistrados plebiscitarios— tuvo un plan: encarcelar a la dirigencia de Fuerza Popular, apresar a Alan García y judicializar a Lourdes Flores. De esa manera la derecha peruana aparecía como la corrupta, se protegía a los amigos (Toledo, Humala, PPK y Villarán) y se generaban las condiciones para nivelar la balanza de la corrupción o generar un pacto de impunidad. Sin embargo, las cosas salieron a medias por el factor Alan García y la terca resistencia de Pedro Chávarry en la Fiscalía de la Nación.

El frustrado asilo de García, pese a que le llovió fuego y azufre de los medios, evitó el encarcelamiento del líder aprista. Y la guerra de posiciones de Chávarry desgastó de tal manera a Vizcarra y los medios tradicionales que luego no lograron evitar la salida de Richard Concepción Carhuancho, un juez plebiscitario emblemático, del caso “cócteles”.

Hoy parece claro también que, durante el repliegue de Chávarry, sectores de la prensa independiente pudieron conocer investigaciones y expedientes que hoy salpican al régimen. Se supo, por ejemplo, que hay un sombrío operador político y judicial que funge de periodista y que se atrevió a grabar al ex jefe del caso Lava Jato, Hamilton Castro. Y lo más grave: se supo que un colaborador eficaz del Club de la Construcción cantó todas las canciones: desde que hubo ministros de Humala comprometidos hasta que hubo aportes a la campaña de PPK en presencia de Vizcarra.

En la antipolítica la guerra continúa hasta la derrota final del adversario. Los programas y los debates ideológicos son reemplazados por la judicialización. Y “los luchadores en contra de la corrupción” siempre terminan más complicados que los perseguidos. Es casi una ley. Triste para el Perú, porque han ganado las estrategias marxistas que buscan el desmadre general. ¿Alguien se anima a hacer política para construir un escenario diferente?

 

Víctor Andrés Ponce
15 de febrero del 2019

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