Vizcarra, ¿el nuevo PPK?

El presidente Martín Vizcarra acaba de ordenar la publicación de los octógonos prohibitivos para las etiquetas de los productos industriales, no obstante que el Ejecutivo y el Legislativo buscaban fórmulas de consenso entre el sistema de semáforos (aprobado en el Congreso) y la propuesta del Gobierno. Como se sabe, los octógonos solo establecen alertas para los niveles altos en azúcar, sodio, grasas saturadas y grasas trans; en tanto que el sistema de semáforos —en base a los colores rojo, amarillo y verde— indica los niveles altos, medios y saludables de los señalados componentes. El problema: luego de aprobada la Ley Mulder, el Ejecutivo acumula un segundo posible choque con el Congreso.

El Ejecutivo de Vizcarra —por su falta de temple, autoridad y criterio para ejercer el poder— ha terminado atarantado por la coalición mediática que encabeza el diario La República, tal como se asustó con los transportistas, pescadores, etcétera. Por ejemplo, con respecto a la Ley Mulder —que prohíbe la publicidad estatal en los medios privados— el Ejecutivo, en vez de buscar salidas y mediaciones —entre la mayoría del Congreso y la coalición de medios— se ha puesto del lado de la estrategia más extrema.

Ahora el ala anti inversión del Gabinete Villanueva —encabezada por los ministros de salud, Silvia Pessah; del Midis, Liliana La Rosa, y de Trabajo, Christian Sánchez— amenaza con renunciar y el presidente del Consejo de Ministros, César Villanueva, convence a Vizcarra de publicar los octógonos.

¿Qué significan este tipo de reacciones de Vizcarra? Que lentamente ha entrado al escenario que terminó pulverizando a PPK: creer que se puede gobernar con una coalición mediática, que cada día tiene menos influencia, y que se puede confrontar a una mayoría legislativa a punta de periodicazos y reportajes dominicales. Si las cosas van por allí es inevitable que el Perú avance hacia el adelanto electoral con el quinquenio PPK absolutamente perdido.

El problema es que la mayoría legislativa tampoco parece dispuesta a retroceder: aceptaría que existe una coalición mediática que vale más que los resultados electorales; una coalición que sustentó al nadinismo y al pepekausismo y que, de una u otra manera, participó de las demoliciones del aprismo y del keikismo.

El responsable de este terrible escenario es, en primer lugar, Martín Vizcarra. Estas cosas suceden porque no está gobernando. La administración Vizcarra no gobierna porque abandona la autoridad en todas las áreas del Estado, se entrampa entre un ala de ministros proinversión y otra explícitamente anti inversión, y se niega a plantear reformas de fondo. En este contexto, el Ejecutivo es un simple tramitador de todas las presiones habidas y por haber.

Por ejemplo, posiblemente Vizcarra entiende más que nadie —con las cuentas estatales en mano— que la ley de publicidad estatal no tiene nada que ver con asuntos de libertad de prensa o con supuestas mordazas, sino con el argumento de fondo acerca de si una democracia debe subsidiar o no a una coalición mediática. Con ese conocimiento, el jefe de Estado debería liderar una salida del problema. Pero el hombre pretende convertirse en una versión de PPK, negando y enfrentándose a la mayoría legislativa que le posibilitó acceder al poder.

Pero no solo Vizcarra es el problema. Al negarse a transformar el país, a liderar una nueva generación de reformas, la mayoría legislativa, el keikismo, solo focaliza sus esfuerzos en desmontar el establishment que organizó el poder en los últimos 18 años y sustentó al nadinismo y el pepekausismo. En este contexto, Fuerza Popular solo es una máquina de guerra que renuncia a construir país y a la que solo le resta a trenzarse a golpes con el sector de medios que agoniza por falta de ventas en el mercado, pero que todavía puede fomentar que el antisistema se vuelque a las calles exigiendo el cierre del Congreso y el adelanto electoral. Así estamos.