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¿Una nueva Guerra Fría?

Sobre los incendios de templos católicos en Chile

¿Una nueva Guerra Fría?
Víctor Andrés Ponce
19 de enero del 2018

 

La visita del Papa Francisco al Perú obliga a aproximaciones sobre la religiosidad en el siglo XXI. Los incendios de las iglesias chilenas, horas previas a la llegada del Papa al país del sur, en el acto evocaron los incendios de iglesias en España y el asesinato de decenas de seminaristas por parte de activistas comunistas a inicios del siglo pasado. En España los ataques a los religiosos se produjeron apenas se instauró la II República y, de una u otra manera, fueron el preludio de la cruenta Guerra Civil Española, que causó 200,000 muertos y enfrentó a partidos, familias y vecindades. Los ataques a las iglesias chilenas se producen inmediatamente después de las elecciones que ganó la derecha con Sebastián Piñera, no obstante que los sureños discutían la posibilidad de una nueva Constitución con tufillos chavistas, avanzaban en una reforma estatista de la educación y pretendía nacionalizar los fondos privados de pensiones.

¿Qué pueden significar este tipo de noticias? Una explicación sencilla puede señalar que los ataques a la religiosidad chilena tienen que ver con las denuncias en contra de los sacerdotes pederastas. Sin embargo quemando iglesias nunca se ha combatido ni se combatirá estas barbaridades cometidas por sacerdotes, y menos todavía cuando los indicios señalan que los ataques antirreligiosos provendrían del Movimiento Juvenil Lautaro, de clara filiación comunista.

Es evidente, pues, que los restos del comunismo elemental, tarde o temprano, utilizarán las barbaries de algunos ministros de la Iglesia —siempre las hubo y seguramente las habrá— para embestir en contra de la religiosidad de las sociedades, porque esta “es es el opio de los pueblos”. El mensaje y la imagen son brutales: la quema de iglesias a inicios del siglo pasado en España continúa con fuerza en el siglo XXI, no obstante el genocidio estalinista y la estrepitosa caída del Muro de Berlín.

Ante esta situación, la disyuntiva para los defensores de una sociedad abierta, laica y tolerante de todas las expresiones es defender o no la religiosidad de la sociedad en contra del ataque comunista, en contra de las expresiones que convierten a lo religioso en sinónimo del opio de los pueblos. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que si los libertarios no asumen la defensa de la religiosidad de las sociedades, tarde o temprano la respuesta de los sectores católicos se levantará como un huracán, pero con ropaje conservador e intolerante. Así siempre ha sucedido a lo largo de la historia, y cabe recordar que el guerrero más feroz de las batallas conocidas es el que guerrea en nombre de Dios. No vale, pues, jugar con fuego.

Detrás del ataque comunista a las iglesias también subyace una concepción filosófica; pero sobre todo una enorme ignorancia, cuando se atribuye esa antirreligiosidad a una vocación por la libertad y la sociedad laica. ¿Por qué? En este portal ya lo hemos sostenido repetidas veces. Es imposible explicar la igualdad de los hombres ante la ley y el Estado al margen de la ética del monoteísmo religioso que fundamenta la igualdad de los hombres en el hecho de que todos somos hijos de Dios, porque tenemos el soplo divino en nuestro ser. Es imposible. Desde la razón, la ciencia y la selección natural, los hombres solo suman desigualdades y diferencias.

Semejantes ideas forman parte de las mejores reflexiones de los filósofos políticos más destacados del liberalismo, del libertarianismo e incluso del socialismo democrático. Por todas estas razones cuando un joven pulpín, envenenado por su profesor caviar, infla el pecho y dice que su antirreligiosidad es sinónimo de liberalismo y sociedad laica, en realidad produce una profunda preocupación. Así comenzó la Guerra Fría del siglo pasado.

 

Víctor Andrés Ponce
19 de enero del 2018

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