Sin milagro económico peruano

Los analistas internacionales –tanto políticos, como económicos y sociales–, están pasmados con los resultados del Perú frente a la contención de la pandemia y la recesión. La explosión de las infecciones y una discusión sobre la letalidad del Covid-19 –que consumirá a la élite política en los próximos cinco años– comienza a ser parte de la atención mundial. El país que inició la cuarentena más temprana explosiona en infecciones y comienza a discutir sobre el número real de decesos por el Covid.

Sin embargo, a estas alturas, lo más grave no será el desarrollo de la pandemia, sino que, de una manera sorprendente e inexplicable, el país quedará en ruinas. El Banco Mundial acaba de señalar que el PBI peruano se contraerá en 12%, mientras que las cifras rojas en América Latina llegarán a 7.2% en promedio. Chile y Colombia tendrán una menor caída. ¿Cómo entonces entender que el país con mejor posición fiscal en la región, que se propuso gastar hasta un 12% del PBI para enfrentar la recesión, presente estos resultados tan desalentadores?

Pero lo más grave: la pobreza en el país aumentará al 30% de la población (entre tres y cuatro millones de nuevos pobres), el déficit fiscal se agrandará hasta el 10% del PBI y la deuda pública se disparará hasta más del 30% del PBI. Los resultados nos indican que, sin lugar a dudas, el Perú ha librado una guerra y, prácticamente, la ha perdido en todos los campos. ¿Qué nos ha sucedido?

En el artículo “El virus exhibe las debilidades de la historia de éxito del Perú”, en The New York Times, los periodistas se preguntan por las causas de la debacle peruana. Los economistas nacionales de izquierda consultados presentan varias explicaciones, dejando entrever que es un asunto intrínseco del modelo. En ningún momento señalan que el éxito del sector privado en la reducción de la pobreza en las últimas décadas nunca fue acompañado por el Estado, y cuando el Estado ingresó a controlarlo todo –hasta quién trabaja y quién no–, simplemente lo destruyó todo. El Estado es tan indolente, tan frívolo, que hoy en el Ministerio de Cultura se está promoviendo la figura del comunista Hugo Blanco. ¿El dinero de ese ministerio –que debería ser cerrado en el acto– no debería estar gastándose en los hospitales y en los sueldos de nuestros pobres médicos? Devastador. Incomprensible.

El Perú ha construido esta tragedia porque los mejores hombres no han estado al frente del Estado. Y los mejores no han estado –como corresponde a cualquier guerra que libra una sociedad relativamente sana– porque el país estaba saliendo de una guerra política sin cuartel, que culminó con el cierre del Congreso de manera inconstitucional. En otras palabras, la república peruana enfrentaba la peor desinstitucionalización de los últimos 20 años de democracia. Y había que librar una guerra, más allá de que el enemigo fuera un virus invisible.

Cuando vemos la situación de las instituciones y el encono nacional que antecedió a la pandemia, todo evoca a la situación política previa a la Guerra del Pacífico. Si en una sociedad, en una nación, la élite está dividida hasta guerrear sin cuartel, es obvio que todas las guerras se perderán. Y eso es lo que está pasando, más allá de que seguimos rogando a Dios que la administración Vizcarra acumule éxitos para aminorar el sufrimiento de nuestros ancianos y pobres.

Sin embargo, la mayoría nacional ha emergido. Las sociedades informales volvieron a desbordar al Estado, controlista e ineficiente, y hoy salen a trabajar para recuperar lo perdido. Pero ese desborde, a nuestro entender, puede cambiar las cosas para siempre. Los informales están reclamando menos sobrerregulaciones, menos burócratas, menos ministerios que promueven al comunista Hugo Blanco, y más poder a los ciudadanos, a los empresarios, a la sociedad.