Sin consumir medios tradicionales

El fin de año y la cercanía de las fiestas siempre permiten la reflexión, las necesarias autocríticas. El suscrito trata de ser un hombre de conciencia crítica. No sé si lo logro en medio de una polarización tan cruenta. Pero una actitud crítica solo pasa por la capacidad de mirar más allá de las facciones que desarrollan una polarización, de los ejércitos que libran las batallas en que se busca la exclusión del otro, para encontrar las cosas positivas en los bandos en disputa y proponer salidas.

Sin embargo, hoy es más difícil que nunca la equidistancia. Es un momento terrible. Disculpen los lectores por estas reflexiones, pero también sirven para el análisis. Por ejemplo, con terrible sorpresa constato que he dejado de consumir medios tradicionales: prensa escrita, radio y TV (a excepción de algunas columnas y artículos de los señalados medios). Me sorprendo y me estremezco. El suscrito solo compra puntualmente el diario Gestión porque es un medio que, en medio de estas guerras, busca el equilibrio, se aleja de la propaganda y respeta en extremo a sus lectores. Me pregunto: ¿Un diario económico convertido en uno de los últimos reductos de periodismo? ¿Qué ha sucedido?

¿Por qué dejé de consumir medios tradicionales? Antes de que el TC derogara la Ley Mulder y luego de los CNM Audios, surgió una mayoría en el país que —por diversas razones— pretendía linchar a una minoría (léase fujiaprismo) relativizando la Constitución y las leyes. Y los medios tradicionales lideraron este intento de lanzar a las masas contra una minoría con los clásicos métodos de la propaganda y la anti propaganda. Nada crítico puede sobrevivir en medio de una antipropaganda casi soviética. ¿Qué mente libre puede encender la TV para escuchar una campaña que ya conoce de memoria?

De pronto, los métodos autoritarios para aniquilar al rival habían impregnado todas las redacciones. Las minorías eran silenciadas, se interrumpían transmisiones en vivo, se pasaban los juicios del adversario en cadena nacional y verdaderos villanos eran transformados en héroes de la “lucha contra la corrupción”.

Pero lo que me llevó a perder el respeto por estos medios es que se desarrollaban campañas para encarcelar a un rival a sabiendas que no se ajustaba a la ley y a la verdad. Me llegué a preguntar si yo sería capaz de semejante venganza política. Me respondí que no. Ni con el peor adversario. Así sucedía en democracia y con los hombres de bien. Es incuestionable que defenderemos a los inquisidores actuales ante la próxima venganza, ante el próximo ciclo de retaliaciones.

Los fujimoristas cometieron todos los errores posibles, empezaron a bastardear la democracia, empujaron a las instituciones al abismo, a través de uno de los actos de antipolítica más extraños de nuestra historia. Pero no merecen la cárcel, es injusto, absurdo, sobre todo cuando quienes manejaron el erario nacional silban con las manos en los bolsillos. En democracia, los fujimoristas merecen ser castigados en las próximas elecciones, quizá desaparecer para dejar paso a una nueva derecha, pero de ninguna manera la cárcel. Así piensan casi todos los constitucionalistas y académicos que denuncian los excesos procesales.

Según Popper ni las verdades establecidas, ni las mayorías, ni las leyes consagradas, tienen valor frente a una actitud crítica. Y es verdad. El ciudadano de pensamiento crítico solo decide en función de su conciencia al igual que los antiguos cristianos optaban cuando hablaban a solas con Dios. Y así nació la libertad. ¡Felices fiestas!