LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Sin autoridad no hay libertad
Sistema republicano bajo fuego en Chile
La idea de autoridad siempre evoca un principio conservador. Sin embargo, ya todos sabemos que sin autoridad no existen libertades individuales ni derecho alguno, porque significa que se ha impuesto la anarquía, la ley de la selva. Claro que la autoridad por la autoridad, en el acto, puede aludir a una dictadura o alguna una forma de autoritarismo. De allí que lo más apropiado siempre será hablar de que sin autoridad nunca existirá sistema republicano, es decir, un sistema creado para controlar el ejercicio del poder.
Hoy en Chile, por ejemplo, no existe autoridad y puede ser una quimera hablar de un sistema republicano. ¿De qué sirve que las derechas y las centroizquierdas busquen salidas a la crisis, que las instituciones hagan sus mejores esfuerzos, luego de haber fracasado, si nadie puede defender la propiedad privada y la vida en las calles chilenas? Los extremistas anuncian semanas violentas en medio de los ataques en Viña del Mar y no hay carabineros ni funcionario alguno que se proponga recuperar el orden público.
El sistema republicano se desploma por falta de autoridad. Pero también se desmoronan todos los fundamentos económicos de una sociedad que logró los mejores indicadores sociales de América Latina. Chile apenas crecerá 1% el 2020 en el mejor de los casos, mientras que las inversiones extranjeras huyen despavoridas del país. Es la anarquía de una sociedad que, alguna vez, organizó la simbología del autoritarismo en la región con Augusto Pinochet.
No se necesita ser demasiado zahorí para entender que si los civiles, demócratas y republicanos de Chile no encuentran una salida, de una u otra manera, se estará legitimando una salida civil-militar respaldada por la mayoría de chilenos, y seguramente también por sectores de la comunidad internacional. El experimento bolchevique del Foro de Sao Paulo en Chile puede convertirse en realmente inaceptable.
Sin autoridad, pues, no se puede hablar de sistema republicano. En los ochenta, en el Perú, no hubo estallido social, sino una ofensiva terrorista sangrienta que amenazó con destruir un país que se desintegraba. Si bien las marchas callejeras en Santiago –que destruyen supermercados, edificios públicos, y que embisten contra las fuerzas del orden– no se pueden comparar con los cochebombas y ataques del terrorismo senderista, en cuanto al efecto de erosionar la autoridad sí se parecen en mucho.
En el Perú –al igual que en Chile– también hubo una élite que fue incapaz de liderar la defensa de la autoridad frente a la ofensiva terrorista. El fracaso fue tan estrepitoso que se legitimó una salida político-militar en los noventa.
Hoy algunos creen que ganan con la extrema judicialización de la política, y alientan a sus propios candidatos en esa apuesta. Sin embargo, también está el escenario de la implosión de las instituciones republicanas que no pueden sobrevivir sin pactos ni buena política. Cuidado, entonces, con abrir las puertas al estallido social del antisistema que pulveriza la autoridad. Perderemos los restos de libertad que nos quedan.
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