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Petro y la Guerra Fría en Hispanoamérica
Resultado electoral en Colombia confirma feroz guerra ideológica
Un fantasma recorre Hispanoamérica: el fantasma del progresismo. Todas las fuerzas de la vieja América se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma…
Luego del triunfo de Gustavo Petro en primera vuelta con el 40.32% de los votos, seguido de Rodolfo Hernández con el 28.5% y de Federico Gutiérrez –candidato de la centro derecha– con 23. 9%, el parafraseo de la cita del Manifiesto Comunista del párrafo anterior podría sonar a novedad, de no ser que en el texto de Marx y Engels de 1848 en vez de progresista se mencionaba al comunismo, y en vez de la vieja América a la vieja Europa. Pero el parafraseo sirve para entender el fenómeno.
El resultado electoral de Colombia confirma que América Latina está sumergida en una Guerra Fría que, por su intensidad, polarización y resultados, comienza a tener muchas de las características de la anterior Guerra Fría, producida luego de la Segunda Guerra Mundial. Ya no es el comunismo con colmillos sino el progresismo de los argumentos que, incluso, puede embaucar a ciertos liberales y gerentes del “capitalismo woke”.
Si bien Petro tiene las cosas extremadamente complicadas para ganar en la segunda ronda, porque apenas conocido los resultados Gutiérrez apoyo a Rodolfo Hernández, el desenlace electoral erosiona de gravedad el sistema político que fraguó la grandeza de Colombia. Hernández es un outsider, antisistema, es de derecha, pero antiuribista. Es decir, es un populista que puede escuchar el sentido de los vientos y acomodarse.
Una especie de cataclismo ha pasado en el sistema político colombiano, tal como sucedió en Chile con las turbas que incendiaron Santiago y forzaron la Convención Constituyente, y tal como aconteció en el Perú con el referendo de Vizcarra y el cierre inconstitucional del Congreso.
En Colombia el cataclismo vino en las mismas elecciones. En Perú y Chile los movimientos tectónicos fueron previos a la llegada del colectivismo. Pero en todos los casos el vientre de estos cambios que amenazan convertirse en tragedia provino del progresismo, de ese fantasma que recorre Hispanoamérica, negando su naturaleza comunista, su esencia colectivista y construyendo fábulas y relatos “a favor de la libertad”.
Petro invoca el cambio, se remonta a la fundación republicana y desarrolla un anticapitalismo que embauca. Es un medioambientalista que –como la actual IV Internacional de León Trotsky– identifica todas las desgracias de la humanidad con más de 200 años de revolución industrial capitalista. De allí que proponga acabar con la poderosa industria petrolera de Colombia y reemplazarla por “una industria del turismo verde”.
Los sectores cojudignos de Colombia, aplastados por una culpa inducida, se allanan y los gerentes del capitalismo woke no se hacen muchos problemas. Lo mismo sucedió en Chile hasta que la soga comenzó a apretar los cuellos. Lo mismo pasó y sigue sucediendo en el Perú con nuestros gerentes que siguen marchando para organizar su propia guillotina.
El progresismo entonces no es cualquier enemigo. Es el más soberbio que ha enfrentado la tradición republicana liberal y conservadora de Occidente, es el más poderoso que ha enfrentado el capitalismo de más de dos siglos. A diferencia de Marx, el progresismo, en un primer momento, no ataca la plusvalía ni la acumulación de capital. El progresismo ataca por los márgenes del sistema, por los temas del género, de la familia, el medio ambiente, el derecho de los consumidores.
En Chile el avance progresista lo definirá todo: si se impone el apruebo de la nueva Constitución bolchevique y posmoderna solo se explicará por los temas de género, el aborto, la vida, la familia. Al progresismo parece no interesarle el modelo bolchevique de la nueva Constitución. Le interesa el discurso identitario, posmoderno, que consagra la identidad de “la mujer menstruante”.
El resultado parcial a favor de Petro solo confirma una certeza: la lucha contra el colectivismo envuelto en el ropaje posmoderno del progresismo será una guerra prolongada. Si queremos salvar a Occidente y a la libertad habrá qué entender qué significa la guerra de las ideas, la guerra cultural, que desarrolla magistralmente el progresismo.
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