Perú, ¿sin estallido social?

Contemplando los estallidos sociales de nuestros vecinos del norte y del sur cualquiera se preguntaría legítimamente, ¿por qué en el Perú no hay movilizaciones masivas en contra del Ejecutivo u otro sector político? No las hubo contra el Gobierno ni contra el Congreso antes de que fuera cerrado inconstitucionalmente.

Una primera respuesta podría ser la siguiente: las convulsiones sociales tienen que ver con los relatos. En Ecuador y Chile las narrativas están relacionadas con las críticas “al modelo neoliberal”. De allí que el alza de los combustibles en el norte y del transporte en el sur se convirtieran en los catalizadores de los estallidos. Pero si comparamos las cosas, las masas en el Ecuador parecen más espontáneas y naturales, frente a la arremetida radical y luego masiva de los chilenos en contra de “la desigualdad”, no obstante que el coeficiente Gini en Chile es de 0.46 y lo ubica como un país más igualitario que otros en Latinoamérica. Las cosas en Chile no se explicarían sin el intenso trabajo de las izquierdas y los comunismos, que se han apoderado de los sentidos comunes de los estudiantes, universitarios, clases medias y medios de comunicación. En Chile las cosas pueden ser más grave de los que parece. Algunos han vuelto a llorar “con el heroísmo de Allende”.

En el Perú el relato predominante tiene que ver con “la lucha contra la corrupción”. La idea de un gran tribunal que “juzga a los corruptos” parece concretarse con el cierre inconstitucional del Legislativo y la trepada en popularidad de Vizcarra. La idea de que “el Estado está luchando contra la corrupción”, no obstante que todo es volátil y muy frágil, parece ser la explicación de la ausencia de masas irritadas en las calles peruanas.

Un sector de la izquierda colectivista, comunista, interpreta esta situación como una avanzada en contra del “modelo neoliberal” y sueñan con una chilenización del país (qué extraño suena "chilenización" cuando antes se hablaba de "bolivianización"). Se equivocan de cabo a rabo. El Perú es el laboratorio anticomunista de la región.

En nuestro país hubo el primer modelo económico chavista de América Latina. El velascato fundó el modelo que hoy ha desatado la tragedia venezolana. Los desastres del primer alanismo son el paroxismo de ese velasquismo, y el fracaso de la democracia en los ochenta y la hiperinflación incontrolable se debieron a la incapacidad de los demócratas para acabar con el estado empresario, el control de los mercados y los precios, y el proteccionismo. Esa incapacidad para acabar con el velasquismo económico preparó la llegada de Fujimori, quien terminó a combazos con el estatismo.

También se ha dicho que en el Perú no hay convulsión social porque el 60% de la economía es informal. Es verdad. Pero se debe agregar que, en esa informalidad, bullen mercados populares que desatarían un estallido social si alguien pretendiera establecer controles de precios y mercados.

Y si a este combo de circunstancias le agregamos que en el Perú se libró la guerra campesina con mayor participación popular de la región, en contra del control del terror comunista en el campo —es decir, contra Sendero Luminoso— las cosas se clarifican sobre por qué el mensaje colectivista no prende.

Por todas estas consideraciones,  escuchar a la administración Vizcarra hablar de aumento de sueldo mínimo, SIS universal para todos, genéricos en farmacias y control de fusiones, como propuestas centrales del gobierno, solo puede explicarse porque algunos consideran que el relato de “la lucha anticorrupción” durará demasiado. De ninguna manera. Recuerden que el montesinismo también tuvo un relato de “la lucha anticorrupción”. Miren cómo terminaron las cosas. Es hora, pues, de construir otro relato: un Perú que crece, que reduce pobreza y otorga servicios. Un Perú con una política sin guerra civil.