LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Octubre rojo en Chile
La naturaleza de las revueltas en el sur
Quienes han seguido las revueltas de masas en Santiago y otras ciudades chilenas, simplemente se han quedado boquiabiertos y buscando explicaciones sobre lo qué ha sucedido en el país del sur, con un ingreso per cápita que sobrepasa los US$ 15,000 y una pobreza que afecta a menos del 10% de la población.
Chile es el país de ingreso medio que más cerca está del umbral del desarrollo en la región. Sin embargo, ha enfrentado una verdadera insurrección de masas —no se puede dorar la píldora— que ha desafiado al Estado, al orden constitucional y a las fuerzas armadas y policiales. El Metro de Santiago destruido por un aumento mínimo en las tarifas, más de 70 estaciones del Metro quemadas y decenas de supermercados saqueados y en escombros.
El gran argumento que se utiliza para explicar las acciones insurreccionales es la desigualdad, que se ha disparado. El problema hoy es que todos los países emergentes que crecen y reducen pobreza suelen aumentar la desigualdad por las diferencias sociales en educación, tecnología y capital en la sociedad. No obstante, los países que enfrentan problemas parecidos suelen buscar la reforma de los estados y la mejora de los servicios. Nunca lanzan acciones insurreccionales que desafían el orden constitucional.
¿Qué, pues, ha sucedido en Chile? Es incuestionable que sobre las fallas del modelo, el Partido Comunista y el Frente Amplio han venido desarrollando lo que ellos llaman un proceso de “acumulación de fuerzas”. Estos sectores representan un sector de la izquierda mapocha que, sorprendentemente, no ha abandonado la estratagema puchista del asalto al poder. Y algunas corrientes extremistas parecían haber estado soñando con esta circunstancia especial en que “el alza de masas” desafiara al Estado.
La manera cómo se incendió Santiago, el tipo de combustible y aceleradores usados para quemar las estaciones del Metro —un proceso nada sencillo— revelan que había un plan elaborado mucho tiempo atrás. El gran problema es que este tipo de acciones desata la reacción natural de las fuerzas armadas, una de las más pretorianas y castrenses en el continente. Y de pronto, en una especie de viaje en el tiempo, Chile parece regresar a los años previos al golpe de Pinochet. Allí están los disparos de los soldados y las víctimas fatales. En cualquier circunstancia, un triunfo de la estrategia marxista, que busca acelerar las contradicciones.
¿Hay una explicación racional para los acontecimientos en Chile? Claro que sí. El desarrollo del capitalismo, inevitablemente, genera la reacción anticapitalista, porque todo proceso capitalista tiene un componente de desigualdad. Si en ese contexto, los sectores que defienden el camino republicano y la economía de mercado no desarrollan una lucha ideológica abierta frente a la propaganda anticapitalista es evidente que las propuestas colectivistas se apoderarán de los sentidos comunes de la sociedad.
Si bien la derecha y el empresariado chileno apoyan las más diversas formas de respuestas ideológicas al colectivismo (fundaciones, oenegés, partidos políticos) es evidente que no ha sido suficiente frente al impresionante trabajo de bases de las izquierdas radicales. En cualquier caso, los chilenos están en la obligación de salvar la transición política que desarrollaron la derecha y la izquierda democrática, y de tomar nota del descontento social para reformar el Estado, las instituciones y los servicios. Sin embargo, cualquier aproximación reformista no debe ignorar que el país del sur —como el Perú, Ecuador y América Latina— está en guerra ideológica con los comunismos y colectivismos.
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