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La traición de Alberto

Pinceladas sobre el papel del ex presidente

La traición de Alberto
Víctor Andrés Ponce
21 de marzo del 2018

 

La terrible escena de Kenji Fujimori, Bienvenido Ramírez y Guillermo Bocángel ofreciendo inversión pública al legislador Moisés Mamani (de Fuerza Popular) a cambio de votar en contra de la vacancia, no solo evoca en algo los vladivideos de Montesinos que derribaron al Fujimorato, también revela la cruenta guerra entre Alberto Fujimori y su hija Keiko. ¿Por qué esta interpretación? Los medios antifujimoristas y los infladores de ciertas encuestas crearon el fenómeno Kenji. El objetivo: un “nuevo liderazgo” para fracturar Fuerza Popular y echarle una mano al Ejecutivo. Al final lo lograron, pero también se derrumbó Kuczynski.

Cualquier analista atento a los hechos entiende que Kenji nunca estuvo detrás de esta movida. El hombre tiene demasiadas limitaciones. La única explicación del proceso es la mano fría y errática de Alberto Fujimori. El ex presidente no solo fracturó Fuerza Popular para evitar la primera moción de vacancia y conseguir el indulto, sino que se propuso dirigir Fuerza Popular. Si no lograba el control, entonces, empezaba la destrucción del movimiento que había organizado su hija en los últimos quince años.

Para avanzar en ese objetivo consolidó su alianza con el Ejecutivo y —como en los noventa— desarrolló reuniones frenéticas con congresistas de Fuerza Popular, ofreciendo obras públicas y diversas dádivas. Con cada golpe al keikismo, los Avengers y los medios se encargaban de endiosar a las caricaturas de Kenji.

Sin ser demasiado consciente, el propio Alberto fue organizando las condiciones para una segunda moción de vacancia, porque se arrinconó de tal manera al kekismo que este sector llegó a la conclusión de que debía retornar al campo de batalla. En el juego de tronos de Alberto, en realidad, la gobernabilidad era aleatoria. El verdadero objetivo tenía que ver con su visión mesiánica de la política. El hombre se siente un Perón, y nadie puede atreverse a organizar con autonomía el fujimorismo.

Como sucedió cuando postuló al Senado japonés, cuando aterrizó en Chile y lo apresaron, el ex jefe de Estado siguió sumando errores creyendo que la política es una suma de 5 de abril. Hoy, luego de los kenjivideos y la inminente renuncia de PPK, Alberto ya no será el líder histórico del fujimorismo, y el indulto pende de un hilo. En vez de volar como el águila y ponerse por encima de las facciones, Alberto solo fue pura facción. Y allí están los resultados.

Quizá nadie nunca pensó que Alberto tuviese algo de Mandela, quien utilizó su injusta carcelería y su posterior libertad para forzar una salida política y democrática al régimen del Apartheid. Sin embargo nadie tampoco imaginó que el ex presidente pudiese allanarse con tanta facilidad a sus carceleros cuando su indulto era una cuestión de semanas. Más allá de los enjuiciamientos sobre la conducta de Fuerza Popular, el indulto era un hecho, algo así como la ley de gravedad, por la fuerza política que había demostrado el fujimorismo en los dos años de administración pepekausa. Punto.

En el momento en que el indulto era un hecho, y cuando el establishment que lo había encarcelado se desmoronaba ladrillo por ladrillo por la fuerza de Fuerza Popular, Alberto decidió pactar con sus carceleros a cambio de nada. Fracturó el movimiento que su hija había organizado en los últimos quince años, y que explicaba su libertad, y decidió echar mano de la obra pública para destruir su propio legado, considerando que él lo reorganizaba con un chasquear de dedos. En otras palabras Alberto decidió traicionar a Alberto.

Hoy Alberto parece que ha vuelto a perder, como siempre sucede desde que abandonó el poder y se alejó del consejo de Montesinos. Sin embargo, todo indica que hasta el liderazgo histórico del llamado fujimorismo le será esquivo. Y el tema quedará para los estudios sicológicos: el padre que mata a la hija es una conducta demasiada extraña en el homo sapiens.

 

Víctor Andrés Ponce
21 de marzo del 2018

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