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La izquierda, dueña de la historia

El acuciante debate sobre las memorias

La izquierda, dueña de la historia
Víctor Andrés Ponce
02 de julio del 2018

 

El presidente del Congreso, Luis Galarreta, habló del proyecto de la Alameda de la Reconciliación y, en el acto, la izquierda comenzó una feroz campaña señalando —en pocas palabras— que se pretendía reescribir la historia desde el punto de vista fujimorista. El argumento parece partir de que ya existe una historia redactada, que se expresa en el informe de la Comisión Verdad y Reconciliación y en los muros del Lugar de la Memoria.

La idea de una Alameda de la Reconciliación alternativa a la parafernalia ideológica de la izquierda es quizá una de las iniciativas más interesantes y provocadoras, a la que parece haberse sumado el fuerzapopularismo, sobre todo considerando que el proyecto proviene de la Municipalidad de Lima. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que dispara a la línea de flotación de la hegemonía ideológica y cultural que inauguró la izquierda luego de la caída del fujimorato. ¿En qué consiste esa hegemonía? En que la lucha antisubversiva del Estado en los noventa se expresó en una violación sistemática de Derechos Humanos. Con ese presupuesto en la victoria sobre el terror no hay héroes ni acontecimientos que celebrar, sino únicamente víctimas. El gran negocio de las ONG izquierdistas.

Muy por el contrario si el Estado le ganó la guerra al terror —a diferencia de los 50 años que duró la guerra contra las FARC de Colombia— solo se explica porque se produjo la más grande movilización campesina de nuestra historia, que destruyó el control senderista de las áreas rurales. El Perú debería estar repleto de monumentos a los héroes campesinos, pero el clasismo urbano y los intereses de la izquierda impidieron la celebración nacional. De allí la importancia de presentar relatos alternativos como el de la Alameda de la Reconciliación.

La reacción de la izquierda es extremadamente interesante porque revela su naturaleza autoritaria: la idea de que existe una historia oficial, escrita y tallada en bronce. A tal punto que la ministra de Cultura, Patricia Balbuena, señala que su sector solo se encarga de entidades oficiales como el LUM.

Las historias oficiales no tienen nada que ver con las democracias ni menos con las sociedades abiertas. El conquistador español solía avanzar con la espada, asistido por el sacerdote evangelizador de almas y el cronista que escribía la historia en nombre del monarca. Era la única historia. En los ex países del bloque soviético la dirección de historia del partido único destruía honras y reivindicaba trayectorias de acuerdo a la voluntad del tirano. En las teocracias islámicas está de más señalar cómo se escribe la historia y se interpreta los textos sagrados.

La reacción de la izquierda tiene algo de ese fundamentalismo, de esa voluntad absoluta de los escribidores de historia. En las sociedad abiertas, por ejemplo, existen varios relatos, disímiles y contradictorios, sobre un mismo hecho histórico. A nadie se le ocurre fraguar una historia oficial. En Estados Unidos, por ejemplo, siguen publicándose papers sobre las causas de la Guerra de Secesión. En España, luego de la Guerra Civil, se multiplicaron todos los relatos e interpretaciones sobre el conflicto; hasta que llegó Pedro Sánchez del PSOE y anunció que moverá la tumba de Franco del Valle de los Caídos, en medio de los aplausos frenéticos de Podemos. España empieza a viajar hacia el faccionalismo tercermundista.

A la izquierda no le interesa la historia. Le interesa un relato que justifique el establishment de los últimos 18 años que se levantó sobre la  envilecedora polarización fujimoristas versus antifujimoristas. ¿A quién se le ocurre plantear que el informe de la CVR —integrado por medio comité directivo de la ex IU— es el nuevo evangelio civil? Suena a locura.

 

Víctor Andrés Ponce
02 de julio del 2018

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