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La captura de Guzmán y la venganza comunista

Un aniversario más de una gesta campesina

La captura de Guzmán y la venganza comunista
Víctor Andrés Ponce
12 de septiembre del 2019

 

El 12 de setiembre pasado se celebró un aniversario más de la captura de Abimael Guzmán y el consiguiente desplome del tenebroso comité central senderista, que desató una de las escaladas de terror más sangrienta en los países emergentes. El comunismo maoísta llegó a controlar una tercera parte del área rural del país, en donde impuso las normas del nuevo estado popular, asesinando con la misma vesania con que contemplamos degollar a los fundamentalistas islámicos.

Sin embargo, Guzmán fue capturado sin que se disparara ni un solo tiro y el Perú se ahorró décadas de muerte, a diferencia de Colombia. ¿La captura de Guzmán solo fue el acto inteligente y valeroso de un grupo abnegado de policías? Imposible. Si Guzmán y el comité central senderista fueron arrinconados en las ciudades —contraviniendo el dogma maoísta de la guerra del campo a la ciudad— solo fue posible porque las Fuerzas Armadas desarrollaron una alianza estratégica con las rondas y el campesinado. 

Sobre esa alianza, el Estado terminó triturando el control senderista del campo. En este contexto Guzmán, a tontas y locas, se lanzó en una ofensiva de bombardeos, sangre y terror en la capital. Y cualquier estudioso de estos fenómenos sabe que no hay terror que sobreviva en las ciudades. Los policías del GEIN encontraron el hilo, aplicaron las enseñanzas acumuladas y capturaron a Guzmán sin disparar un solo tiro.

El relato comunista y caviar pretende ignorar la dialéctica del Estado en el triunfo sobre el terror comunista, y separa la acción en las ciudades de la moledora rondera que pulverizó al senderismo en el campo. ¿Por qué? Porque la versión comunista pretende ignorar el papel de Fujimori en el triunfo sobre el colectivismo senderista. Sin la decisión política de la cabeza del Estado en ese entonces, ninguna de las piezas que se movilizaron para descabezar el terror se habrían puesto en movimiento. Con la decisión de moler al terror, Fujimori pasó la historia más allá de la rabia de sus adversarios.

Sin embargo, con el triunfo sobre el senderismo, Fujimori no solo pulverizó el control maoísta del campo. También se ganó el apoyo de los sectores populares en el campo y la ciudad. De pronto, no solo el colectivismo terrorista era derrotado, sino que el colectivismo legal de las izquierdas era desterrado de los sectores populares. El sector caviar se quedó desnudo, sin apoyo popular, y algunos se dieron cuenta de que era difícil ser de izquierda: no contaban con el apoyo de los pobres y los apellidos caviares eran los nombres de calles miraflorinas.

Era la hora, pues, de la venganza. En el arsenal de la difamación, el caviar no solo contaba con los instrumentos del comunismo, sino también con las mejores tradiciones coloniales —algunos provienen de las grandes familias que sufrieron las expropiaciones realizadas por Velasco— de la exclusión y la liquidación del adversario. Y, de pronto, una de las guerras campesinas con mayor partición popular en la historia de América Latina solo se redujo a los excesos de La Cantuta y Barrios Altos. 

Fujimori fue procesado por violar Derechos Humanos en base a un etéreo concepto de “autoría mediata”. Y el hombre que lideró la movilización popular más grande de nuestra historia en el campo se convirtió en un Videla o un Pinochet. El artífice de la captura de Guzmán purga prisión como el brutal terrorista. No es reconocido y celebrado por sus compatriotas.

Hoy el caviaraje pretende seguir haciendo lo mismo con las estrategias de difamación a los adversarios para capturar el poder sin ganar elecciones. Sin embargo, algo ha pasado y se les ha caído la ropa. Están desnudos frente a los ojos de la gente y solo les queda abandonar la oficina del ministerio y volver a trabajar.

 

Víctor Andrés Ponce
12 de septiembre del 2019

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