LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
La burocracia soviética
¿Por qué el crecimiento está entrampado en una maraña burocrática?
En diversos análisis se comienza a plantear una pregunta crucial: ¿Qué ha sucedido con el milagro económico peruano, que ha creado un bosque burocrático de normas y procedimientos que ahogan a la inversión privada? Hoy pocos dudan que esa enredadera de trámites es una de las causas principales de la desaceleración del crecimiento económico. Otra vez la interrogante: ¿Cómo así una de las economías más abiertas de América Latina ha creado una burocracia digna de los más feroces regímenes soviéticos o estatistas anti emprendimientos?
Aunque parezca mentira las respuestas no están en los predios de la tecnocracia económica sino, principalmente, en las aproximaciones políticas, ideológicas y culturales. ¿A qué nos referimos? Sobre todo al hecho de cómo llegamos al mercado y a desregular nuestra economía. No fueron los partidos políticos, ni los actores que protagonizan la democracia post-fujimorista, sino el fujimorismo de los noventa, el que destruyó el estado velasquista y que, con operaciones a tajo abierto y sin anestesia, desmontó los controles de precios, las empresas estatales y cooperativas soviéticas. El modelo que empobreció al 60% de la población fue demolido a combazos mientras los partidos entraban a la congeladora y contemplaban indiferentes en el palco.
Simplificando el análisis se podría decir que el Perú llegó a la economía de mercado porque no había otra. No había moneda nacional, ni reservas internacionales, y solo nos restaba optar entre el abismo más insondable o la economía de mercado. No hubo, pues, una crítica ideológica y cultural previa contra el modelo de sustitución de importaciones que sí logró convertirse en el consenso previo. La destrucción de un consenso se hizo sin que se gestara otro. El mercado avanzó bajo la sombra del autoritarismo y de la eficiencia tecnocrática.
Con el retorno de la democracia, la vieja política, ideología y cultura que prosperó con el modelo estatista, salió de las sombras y demostró su fuerza. Un claro ejemplo: Los tres presidentes electos en la democracia post fujimorista se posicionaron y desarrollaron sus campañas políticas en contra del “modelo neoliberal”, pero una vez en el gobierno mantuvieron las reformas de los noventa. Es decir, hicieron campaña con la izquierda y gobernaron con la derecha.
Con esos insumos, la ideología y cultura estatista volvió a florecer: el inversionista no era alguien que lo arriesgaba todo sino un vampiro que venía a chupar sangre de las regiones y pueblos; el empresario no era un hombre que exigía predictibilidad sino un corrupto al que se debía apretar las clavijas, no era una fuente de progreso sino una de las causas de la pobreza.
En ese contexto político y cultural, en los municipios, regiones y ministerios, el funcionario entendió que había que controlar hasta el límite al empresario, no dejarlo respirar, porque si respiraba podía chupar la sangre, y comenzaron a surgir regulaciones de todo tipo hasta que apareció este bosque tupido, impenetrable, una burocracia digna de los mejores regímenes soviéticos.
En todo caso, es hora de entender que la economía de mercado no puede prosperar en democracia al margen de la crítica ideológica y cultural. Los defensores de la economía abierta creyeron que los aranceles y los déficits fiscales eran suficientes para que el crecimiento continúe, pero hoy nos percatamos que eso no es así. Algunos creen que los técnicos son suficientes porque esas combinaciones funcionan en algunos países del Asia, sobre todo en China, pero en esas sociedades la democracia todavía está por verse. El Perú es una democracia con economía de mercado y debería aprender de la importancia que tiene el debate ideológico y cultural en las grandes democracias de Occidente.
Por Víctor Andrés Ponce
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