Establishment versus antiestablishment

Las declaraciones de Jorge Barata que, de una u otra manera, terminaron salpicando al elenco estable de la política de los últimos quince años de democracia no han logrado modificar los grandes alineamientos políticos que se organizaron luego de las últimas elecciones nacionales. Al margen de cualquier voluntad, el establishment que surgió en la última década y media sigue peleando con uñas y dientes la posibilidad de seguir organizando el poder, más allá de la finta caviar de abandonar a PPK luego del indulto al ex presidente Fujimori.

Ni la coyuntura vacancia/indulto, ni Alberto Fujimori en libertad, han logrado modificar esta colisión entre el establishment y los sectores (Fuerza Popular y el Apra) que intentan modificar las relaciones de poder.

¿Cómo entender la persistencia de esta guerra política? A estas alturas no se puede negar que el nadinismo causó una herida de extrema gravedad a la democracia durante el último proceso electoral nacional. La entonces mayoría legislativa (hoy convertida en mayoría relativa) aceptó a regañadientes el resultado electoral por la manera como el Gobierno impidió que los policías votaran y por acusaciones de algunas movidas electorales de última hora. En el caso del Apra, la demolición de la figura de Alan García, con el esperpento de la megacomisión Tejada, y la movilización de una feroz coalición mediática, de una u otra manera, iniciaron el capítulo de la guerra que hoy presenciamos entre provacadores y antivacadores.

Otra vez, casi como por leyes de la física, todo el establishment se alinea detrás de PPK y el antiestablishment persiste en la vacancia. La izquierda caviar, los medios de comunicación, y los partidos y personajes que se convirtieron en el soporte de los gobiernos de Toledo y Humala hoy levantan los escudos y enfilan la espada en defensa de Kuczynski. Hasta Alberto Borea se decide a defender a PPK, no obstante el indulto navideño de PPK.

En esta guerra establishment versus antiestablishment no importan los argumentos sobre las acusaciones de corrupción contra PPK ni las responsabilidad de los demás líderes y partidos en el caso Lava Jato. En la guerra lo que vale es arrinconar al ejército enemigo. De allí que un fiscal se dedique a allanar los locales de Fuerza Popular, mientras se pasa por agua las investigaciones de los demás movimientos, con la absoluta complacencia de los medios heridos por la sangría presupuestal que se viene con la ley Mulder sobre la publicidad estatal.

En ese contexto también se explican las modificaciones arbitrarias del Reglamento del Congreso sobre el concepto de “crisis total del Gabinete”. En sumas las instituciones y normas tensadas por la polarización. Sin embargo, la guerra política sin cuartel entre vacadores y provacadores es una guerra en las alturas. Los leninistas señalarían que se trata de una crisis de los de arriba con indiferencia de los de abajo, no obstante la caída libre de la popularidad presidencial y el incremento del número de ciudadanos a favor de la vacancia.

En el momento que la crisis política se empate con la movilización callejera el choque establishment versus antiestablishment se habrá decidido. Los defensores de PPK no tendrán la menor posibilidad. Sin embargo, también se dibujará una interrogante muy seria sobre quiénes son los ganadores: los antiestablishment promercado o lo sectores antisistema que impulsan la vacancia. Así de volátil y líquida es la situación.

Si luego de las elecciones del 2016 hubiese habido un pacto entre pepekausas y fujimoristas todo habría sido diferente, incluso con el caso Lava Jato en desarrollo. Las cosas habrían sido tan diferentes que hasta los amigos caviares tendrían aseguradas sus políticas contractualistas.