LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El Perú oficial en el diván
Sigue debate sobre resultados electorales
Hay diversas maneras de analizar los recientes resultados electorales. Una de ellas nos señala que los comicios de enero no tienen ninguna importancia porque eran demasiado atípicos: no existía candidato presidencial y, por lo tanto, los resultados y la indolencia de la gente para votar eran previsibles. Esta misma aproximación nos indica que en las próximas elecciones generales, con candidatos presidenciales en disputa, todo volverá a los cauces normales.
Semejante razonamiento tiene su fracción de verdad. Sin embargo, ¿acaso este tipo de análisis no está reconociendo que la política peruana solo depende de hombres, de caudillos, y de su capacidad de enganchar con “las masas”, con “el electorado”? En cualquier caso, las elecciones sin candidatos presidenciales han servido para conocer cuán alejado está el sistema político de la idea de partidos e instituciones. La fragmentación política y la crisis de representación, entonces, son los inevitables resultados.
Desde este ángulo se puede sostener que la política republicana siempre fue el territorio de caudillos militares y civiles, y todo estaría arreglado. Sin embargo, esta especie de conformismo ignora que en el siglo XX, por ejemplo, hubo caudillos pero también hubo institucionalidad. Al lado de Víctor Raúl Haya de la Torre, Fernando Belaunde y Luis Bedoya Reyes, estuvieron los partidos históricos de Acción Popular, el Apra y el PPC.
¿Por qué hoy no existe nada parecido? Una explicación podría ser que la izquierda llegó a controlar instituciones y se dedicó a desprestigiar a los partidos. Sin embargo, los partidos históricos generalmente no se destruyen por fuerzas externas, sino por acumulación de errores internos. Ni en los noventa con el fujimorato ni en los tiempos actuales, las organizaciones políticas fueron arrinconadas por enemigos de afuera. Por ejemplo, sin los errores de Fuerza Popular luego de las elecciones del 2016, la historia del Perú y de la República tendría un curso diferente.
Pero más allá de los errores de coyuntura, hay un quiebre que ha comenzado a convertir a las élites peruanas en fuerzas marginales. La existencia de un Perú formal de minorías, reducido a la costa y solo al 30% de la economía y la sociedad, es una línea fundamental de explicación. Ese Perú formal controla el poder de la política, del Estado, de los medios y es el territorio en que se mueven las élites y los llamados partidos que han renunciado a representar a las sociedades informales.
Ni el fujimorismo ni el Apra, por ejemplo, se plantearon este tipo de reflexiones. De lo contrario hubiesen impulsado una reforma laboral para conectar a las empresas formales e informales, y hubiesen impulsado un movimiento para reformar el Estado de abajo hacia arriba y acabar con las murallas y aduanas que la burocracia ha construido para excluir a la mayoría de la sociedad.
Es evidente, pues, que la renuncia a representar a las sociedades informales explica en gran parte la crisis de las instituciones republicanas de hoy y la emergencia de frepapistas y antauristas. Por ejemplo, los actores de la sociedad de mercado más extendida e intensa –es decir, la economía puneña– suelen votar con los radicalismo porque se identifican con la feroz crítica antiestatal.
Es hora, pues, de que el Perú oficial se siente en el diván si pretende sobrevivir. Es hora de entender el fenómeno y actuar.
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