El extraño argumento de la calle

A fines de la semana pasada diversos analistas —que respaldan la posición del Ejecutivo de adelantar las elecciones generales— aparecieron en los medios de comunicación para desarrollar aproximaciones y propuestas sobre el bloqueo político, institucional y económico que padece la actual experiencia republicana. Una de las primeras conclusiones sobre estas presentaciones es que los voceros oficiosos de la propuesta del adelanto de elecciones carecen de argumentos constitucionales y, de una u otra manera, padecen el síndrome de la soledad académica. No hay constitucionalista serio que respalde la propuesta gubernamental, excepto César Landa.

Los señalados analistas coinciden en que esta situación no puede durar más y que se debe organizar una salida al entrampamiento porque la sociedad, la economía y los pobres no aguantan más. Sin embargo, llamó poderosamente la atención un argumento que se suele deslizar a falta de razones constitucionales y republicanas: la razón de la calle. Es decir, de las masas que se movilizan a favor del cierre del Congreso.

Este argumento es tan viejo como la idea de la libertad o de república. En realidad, la calle como argumento nació al lado de la república y siempre terminó de enemiga de la libertad, sirviendo a dictaduras o líderes que se encumbraron por encima de las instituciones. Desde Julio César en Roma, pasando por Hitler, hasta llegar a nuestros líderes callejeros en la región: Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. Todos echaron mano de la calle, con armas y sin armas.

Hoy los analistas de izquierda, sin rubores conceptuales, ante una media también inclinada al argumento de la calle, hablan de movilizaciones populares como los argumentos definitorios del devastador entrampamiento institucional entre el Ejecutivo y el Legislativo.

Sin embargo, nuestros jacobinos tropicales yerran de gravedad en el análisis. Es verdad que la gente no está representada en el sistema político, es verdad que la ciudadanía está irritada contra el Congreso, es verdad que la gente quiere cambios, pero de ninguna manera está con Martín Vizcarra, porque con el paso de los días él comienza a convertirse en el primer responsable de la situación.

Por todas estas consideraciones lo más probable es que la llamada calle no se convierta en un actor relevante de la coyuntura, sobre todo cuando los sectores visibles que apoyan a Vizcarra comienzan a ser las bancadas comunistas del Frente Amplio y Nuevo Perú. 

En este contexto, es bien difícil hablar de una mayoría que marcha a cerrar el Congreso, tal como pudo haber sucedido en el pasado referendo. Para ser estrictos en el análisis, si Vizcarra hubiese cerrado el Congreso en la consulta popular de diciembre se habría envuelto en olor a multitud. Si hoy lo hiciera terminaría como los hermanos Gutiérrez en el siglo XIX. No hay respaldo de masas, ni apoyo de las Fuerzas Armadas o la policía, y existe una distancia clara del empresariado, al menos de la mayoría.

Por todas estas consideraciones, la actual experiencia republicana, si pretende evitar vencedores y vencidos en esta coyuntura, solo tiene una posibilidad: apostar por los entendimientos y arriar banderas. Y todos sabemos que en lo único en que no se puede retroceder es en la defensa de la Carta Política.

Los analistas realistas dicen que el diálogo es un saludo a la bandera. No sé cómo se atreven a tanto pronóstico. Quien más necesita el acuerdo es el presidente Vizcarra, luego de haber iniciado un camino hacia la aventura con su propuesta de adelantar las elecciones. Dicen que cuando la noche está más oscura más cerca está el rasguño de la luz. Veremos.