LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
¡De la guerra a la paz, por favor!
El efecto benéfico de eliminar la inmunidad para todos
Los clásicos de la Antigüedad solían señalar que la guerra y la paz eran las dos caras de una misma moneda. De esta manera, si pretendías vivir en paz tenías que estar preparado para la guerra: era la única manera de sobrevivir. ¿A qué viene todo esto? Desde las elecciones del 2016 la República peruana ha padecido una guerra política sin cuartel, que amenaza con tragarse las instituciones republicanas y todos los activos económicos y sociales de las últimas tres décadas.
Luego de las elecciones del 2016, Fuerza Popular desató una guerra que culminó en la renuncia de PPK a la jefatura de Estado y la asunción de Martín Vizcarra al poder. Luego el nuevo mandatario devolvió al vuelto invocando “al pueblo”, a “las masas”, a “las mayorías”, como principales reformadores de la Carta Política y convocó a referendo y reformó la Constitución, desfigurando la institucionalidad de gravedad. Finalmente, todo terminó con el cierre del Congreso y la judicialización de la oposición y de la política misma.
Sin embargo, lo sostuvimos más de una vez: continuar una guerra política prolongada con objeto de controlar instituciones y mantener popularidad sin gobernar, tarde o temprano, crearía deudas difíciles de cancelar. Y así fue. Con la elección del nuevo Congreso todos pensaron que la administración Vizcarra se consolidaba en el poder. Cuando se desató la pandemia la idea de un jefe de Estado que lo controlaba se expandió. Sin embargo, sucedió todo lo contrario. El Legislativo se convirtió en un puñal anticesarista, y la pandemia desnudó las ineptitudes y frivolidades del sector de comunistas que promovía la guerra política para controlar instituciones.
De pronto el Congreso comenzó a disputar con el Ejecutivo por “la popularidad” y la aprobación de “las masas”. Si el Ejecutivo era dadivoso y populista con las cuentas individuales de las AFP, los congresistas lo eran más y aprobaban una ley irresponsable sobre el sistema previsional. Si el Gobierno entregaba bonos, los congresistas aprobaban una ley inconstitucional sobre peajes. Si el expremier Vicente Zeballos promulgaba decretos que creaban controles de precios indirectos en las pensiones educativas o sugería regular precios de medicinas, en las comisiones del Congreso florecían todo tipo de propuestas comunistas y populistas. En este escenario, las debilitadas instituciones republicanas y el modelo económico avanzaban al colapso –para solaz de las corrientes colectivistas– en medio de la guerra política y el populismo desbocado.
En ese contexto, el Ejecutivo volvió a plantear la guerra en el terreno de las reformas constitucionales, como si las cartas políticas se reformaran al margen del consenso y los acuerdos, en base a la fuerza de ejércitos invasores de la Segunda Guerra Mundial. De repente, los partidos del Congreso desarrollaron un acto de guerra irresponsable, pero acto de guerra al fin y al cabo: si el retiro de la inmunidad de los parlamentarios era popular, eliminar la inmunidad de todos era extremadamente popular, inalcanzablemente popular. A más populismo más populismo, pues. A partir de allí la coyuntura política cambió para siempre, no obstante la feroz ofensiva de los sectores sociales y políticos que respaldan al Ejecutivo.
El Congreso permaneció imperturbable, sin avanzar o retroceder un milímetro. El Ejecutivo se debilitó, se tambaleó. El presidente Vizcarra convocó a elecciones y despidió a los comunistas del Ejecutivo, los grandes responsables de la tragedia nacional que nos dejará una herida por décadas.
Hoy Pedro Cateriano, el nuevo primer ministro, como hombre experimentado y ducho en las artes políticas, parece saber que si el presidente Vizcarra insiste en la guerra perderá en todas las líneas. No hay jugada alternativa cuando ya se ha producido el jaque mate. En cualquier caso, una buena noticia porque obliga a terminar con la guerra, porque obliga a gestar pactos y acuerdos, y a superar la barbarie política que se inició el 2016. Y si hay paz la mayoría de actores políticos –incluidos los partidos del Legislativo que juegan al populismo– llegarán a la conclusión de que el gran enemigo del Perú y de los pobres solo es el comunismo. Con la paz todas las cabezas piensan mejor.
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