Continúa la guerra de Vizcarra

Bastó que las encuestas de Ipsos, Datum y CPI registraran el incremento de la popularidad del jefe de Estado —luego de la segunda cuestión de confianza planteada al Congreso— para que el presidente Vizcarra volviera a la lógica de confrontación con el Legislativo. En una entrevista radial sostuvo que si el Legislativo no aprobaba los seis proyectos de ley, tal como fueron enviados por el Ejecutivo, entonces él se sentía autorizado “constitucionalmente” para disolver el Poder Legislativo. A Vizcarra no le importa que la economía permanezca al borde de la recesión, a tal extremo que —en la misma entrevista radial— desautorizó al ministro de Economía, Carlos Oliva, quien acababa de señalar que se iba a otorgar la licencia de construcción para el proyecto de cobre Tía María, en Arequipa.

En otras palabras, de aquí hasta el 28 de julio —se ha ampliado la legislatura para discutir los proyectos de reforma política— hay guerra política a todo trapo, como se dice, con la posibilidad de disolver el Congreso. Si en el Legislativo hubiese una mayoría con más empaque ideológico, capaz de conducir a las demás bancadas, nos atreveríamos a decir que la aventura disolvente de Vizcarra está condenada al más estrepitoso fracaso. ¿Por qué? Si bien es verosímil que el presidente Vizcarra haya subido en las encuestas —más allá del uso del inflador por parte de algunas encuestadoras—, y si bien también es evidente que la gente está en contra del Congreso, todo esto de ninguna manera significa que la ciudadanía apoye a Vizcarra. ¿Qué sucedería si el Congreso decide hacer respetar la Constitución y se niega a aceptar una disolución inconstitucional y vaca al jefe de Estado? ¿Las masas saldrían a apoyar al jefe de Estado disolvente? No parece probable. El Perú está parado y Vizcarra tiene muchas heridas para liderar la lucha anticorrupción.

Considerando que en el Congreso tenemos lo que tenemos, lo más probable es que se produzca un empate entre el Ejecutivo y el Legislativo, con zurcidos y parches constitucionales que convertirán a la Carta Política en un verdadero Frankenstein. ¿Por qué ensayamos esta hipótesis? Porque Vizcarra solo existe, se explica y tiene posibilidades en la confrontación con el Legislativo. Sin esa guerra política artificial en contra del Congreso, Vizcarra se quedaría solo frente a una mayoría nacional irritada por el frenazo económico, el desplome del Estado en todas las áreas, la ausencia de reconstrucción en el norte, el colapso de los servicios públicos, la inacción frente a la crisis de seguridad ciudadana y otros problemas. El Perú parece disolverse, a tal extremo que hoy Bolivia mira con ojos ávidos el sur del Perú, con el proyecto de distribución de gas en seis regiones.

Imaginemos que el presidente Vizcarra disuelve el Congreso y convoca a elecciones en cuatro meses. ¿Es descabellado imaginar, un mes después, una marcha nacional en las puertas de Palacio exigiendo que el Perú vuelva a caminar, que los motores de la economía vuelvan a encenderse? De ninguna manera. La gente está irritada porque no hay empleo, porque hay más pobres. Si hoy no protesta es porque hay circo anticorrupción y porque los líderes de la oposición están encarcelados o muertos.

¿Se atreverá Vizcarra a terminar con su tabla de salvación? Parece difícil. Sin embargo, el actual jefe de Estado ha acumulado tanto encono nacional de sus rivales, ha sumado tantas deudas históricas, que el impulso de seguir saltando hacia adelante es una posibilidad real. Veremos. Lo que sí es cierto es que la guerra vizcarrista ya empieza a cancelar todos los círculos virtuosos de las últimas tres décadas.