LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Apuntes constitucionales
Sobre el recurrente afán de cambiar de Constitución como de camisa
Cada cierto tiempo algunos sectores políticos proponen derogar la Constitución del 93 y retornar a la Carta Política del 79, como si cambiar de contrato social para un país fuera igual a cambiarse de camisa. El reconocido jurista, Javier Valle Riestra, acaba de insistir en su propuesta de convocar a una asamblea constituyente para restaurar el anterior texto constitucional. De una u otra manera, este tipo de propuestas reproduce el alma veleidosa y tropical que caracterizó a muchas repúblicas latinoamericanas hasta la centuria pasada y, sobre todo, a la política peruana desde la Independencia.
En la Biblia se dice que por sus frutos los conoceréis y los frutos de la Carta del 93 son enormes e incomparables con respecto a toda nuestra historia republicana. Durante el siglo XX nos la pasamos lamentándonos de una especie de maleficio que nos condenaba a diez años de democracia y a una década siguiente de dictadura y autoritarismo. Semejante péndulo entre libertad y regímenes de excepción nos llevó a idealizar la llamada República Aristocrática, época en la que se sucedieron más cinco gobiernos constitucionales sin interrupciones.
Pues bien, bajo la sombra reconfortante de la Constitución del 93 se han sucedido tres gobiernos democráticos y avanzamos hacia el cuarto proceso electoral sin sobresaltos autoritarios. Es decir, se dibuja un horizonte de 20 años democráticos. ¿No debería semejante resultado ser el referente del nuevo pacto constitucional alrededor de la Carta del 93? ¿Qué mejor galardón para una Constitución que la propia estabilidad democrática?
Pero eso no es todo. Durante la vigencia de la Constitución del 79, el 60% de los peruanos se empobreció, el Estado perdió el control de la moneda ante la hiperinflación y el monopolio de las armas frente al avance terrorista. Luego de la vigencia del nuevo orden constitucional la pobreza ha retrocedido a solo el 23 % y el país avanza por un camino de estabilidad y crecimiento que el planeta denomina el milagro económico peruano. ¿No es mérito suficiente para la Carta del 93? ¿Una constitución es un asunto de declaraciones líricas, románticas, ideológicas, o es cuestión de una sociedad viable, próspera?
No obstante el frenazo económico y los traqueteos políticos del régimen nacionalista, se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que, desde la Independencia, el Perú nunca estuvo en una situación tan privilegiada en asuntos políticos, constitucionales y económicos. Un ejemplo: si bien la República Aristocrática fue un modelo de estabilidad era una democracia de notables que convivía con la exclusión de las masas andinas del voto y la propiedad. Sin inclusión ese régimen tenía pies de barro.
Hoy la democracia que gozamos es la expresión de 30 millones de peruanos con plenos derechos al sufragio y a la propiedad. De allí que, a pesar de las crisis de los partidos y el descrédito de las instituciones, la democracia se vuelve longeva y el mercado persiste contra todos los vientos y mareas.
¿Cuál fue el acierto de la Carta del 93? Conectar algo que estaba desconectado desde nuestra fundación republicana: las instituciones liberales y democráticas con la economía del mercado, siguiendo el ejemplo de las sociedades abiertas de Occidente y de todas las democracias que han envejecido creando instituciones vigorosas.
El actual régimen económico empoderó a los ciudadanos y limitó la intervención económica del Estado con resultados que se puede contemplar como a las mismas catedrales: un poderoso sector privado, una pujante clase media y la pobreza y la desigualdad en retroceso.
Algo más. Se han sucedido tres gobiernos constitucionales que emergieron cuestionando la actual Carta Magna, pero que, sin embargo, gobernaron con ella y luego la aceptaron como la base del nuevo pacto constitucional. El aprismo, el fujimorismo, el toledismo, el socialcristianismo, el pepekausismo y otras corrientes participan de este nuevo consenso que se ha ido construyendo en las últimas dos décadas, con excepción de una izquierda que prefiere mirar el pasado y emular a los proyectos bolivarianos.
Por Víctor Andrés Ponce
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