Anotaciones sobre el debate Trump-Biden

El debate de ayer entre Donald Trump y Joe Biden, por el nivel de confrontación y la descalificación del adversario, comenzó a tener las características de las guerras entre las clases políticas de América Latina. Por momentos el ataque frontal, la preeminencia del adjetivo sobre la argumentación, evocó varios capítulos de la historia política peruana. La política estadounidense, al igual que latinoamericana y la europea, pues, está extremadamente polarizada.

¿Qué ha sucedido para que se desate este nivel de confrontación? Es evidente que la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha causado un cataclismo en el establishment político estadounidense que comenzaba a convertirse en subsidiario –o quizá promotor– de un globalismo ideologizado que atravesaba a demócratas y republicanos. Ese globalismo se expresaba en un ambientalismo ideológico que lindaba con el anticapitalismo, con una visión del comercio mundial tolerante con todas las licencias que se tomaba China contra un libre comercio justo, y con una visión de los temas de género que sacudía las visiones tradicionales de la familia de Occidente. 

Al margen de cualquier interpretación, adhesión o rechazo, es incuestionable que Trump ha tocado cada una de las teclas de ese globalismo. No solo Estados Unidos ha cuestionado algunos tratados de libre comercio para volver a negociarlos en mejores condiciones, sino que todos los acuerdos mundiales ambientales han sido colocados entre paréntesis. En medio de la pandemia, Trump también enfiló contra la Organización Mundial de la Salud por supuestas tolerancias con las responsabilidades de China en el Covid. Asimismo, el presidente de Estados Unidos, recientemente, inició la madre de todas las guerras contra los defensores de las teorías de género, mediante el nombramiento de Amy Coney Barrett –católica y conservadora– como jueza de la Corte Suprema.

De alguna manera Trump –como Ronald Reagan o Margaret Thatcher– es un tanque en la guerra ideológica, y es evidente que el ala imperial de la República de Estados Unidos lo apoya de principio a fin. Finalmente, Trump y el ala que lo respalda parecen haber llegado a la conclusión de que ese globalismo buscaba reducir el contenido imperial de la gran nación del norte. Para quienes creemos que los imperios fueron males urgentes y necesarios en diversas etapas de la historia de la humanidad, el trumpismo, entonces, puede ser una buena noticia. 

En ese contexto el debate de ayer entre Trump y Biden tenía que ser uno de los más polarizados de la reciente historia de Estados Unidos. Así lo fue, sobre todo con el tema Floyd y el surgimiento del movimiento Blacks Lives Matter, que derriba las estatuas de los padres fundadores, marcha y desata violencia frente a la Casa Blanca y – tal como sucede en Santiago– quema casas y negocios en las ciudades. Sobre esa hoguera, Trump comienza a convertirse en el representante de la ley y el orden, y sobre estos temas ayer le pasó el tractor a un titubeante Biden.

Ni siquiera la ayuda del moderador del debate ni de la media salvó a Biden, porque Trump insistió en que la violencia no venía de “los supremacistas blancos” –así se llama ahora a los ciudadanos que empuñan armas para salvar sus negocios– sino de Blacks, de Antifa estadounidense y de la izquierda en general.

Luego de la intensa polémica –pese a los adjetivos, los insultos y la descalificación del adversario por parte de ambos candidatos– quedó la sensación de que Trump ganó largamente el debate solo por los temas del racismo, la ley y el orden, y el rechazo a la violencia. Biden fue virtualmente arrinconado en este aspecto. En otras palabras, Trump ganó gracias a los yerros de la izquierda. Ojalá sea un presagio para América Latina y el Perú.