LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
¿A quién favorece la destrucción nacional?
Solo los colectivistas tienen las cosas claras
La confirmación de que el Gabinete Martos continuará con la misma política de contención de la pandemia que tuvo el Gabinete Zevallos y la persistencia de las iniciativas populistas en el Congreso, a nuestro entender, configuran un escenario de destrucción de los activos institucionales, económicos y sociales que se han logrado en las últimas tres décadas en el país. En otras palabras, un escenario de destrucción del sistema republicano.
Es evidente que los más afectados serán los pobres actuales y los nuevos peruanos que se sumarán a las cifras de esta lacra social. Se habla de alrededor de un 30% de la población debajo de la línea de pobreza, al menos transitoriamente.
Si se destruye el modelo político, económico y social –que logró reducir pobreza del 60% de la población a solo 20%–, no solo se destruirá el tejido empresarial y el empleo, sino que todo el sistema institucional con el que se realizaron cuatro elecciones sucesivas sin interrupciones comenzará a desmoronarse. Y si se pulveriza un modelo basado en la inversión privada, entonces, de alguna manera habrá llegado la hora del colectivismo. ¿O no?
Los únicos ganadores de la destrucción nacional en curso serán los sectores colectivistas y comunistas que vienen agitando la consigna de que todos los males del Perú provienen de la Constitución de 1993, que ha consagrado “un sistema neoliberal” basado en “la explotación de los privados”, y que la única manera de salir del atolladero es devolviendo al Estado su papel de estado empresario, de estado inversionista y de estado empleador. Es decir, de todas esas funciones que nos llevaron a convertirnos en la primera economía chavista latinoamericano con el sistema velasquista, que solo fue desmontando a inicios de los noventa.
Todo indica que los únicos que tienen claro que la destrucción del modelo produciría un desenlace de este tipo son los sectores comunistas y colectivistas. De lo contrario, en el Ejecutivo y en el Legislativo actuales no estarían jugando con gasolina de tan alto octanaje en medio de una hoguera crepitante como la actual. De ninguna manera.
Luego del choque Ejecutivo - Legislativo que determinó la caída del Gabinete Cateriano, en vez de que las cosas se focalizarán en la gobernabilidad se publicó una encuesta en la que el jefe de Estado aparecía primero en intención de voto. ¿Por qué sucedió algo así si el propio presidente Vizcarra había negado categóricamente la posibilidad de postular? En el acto, algunas bancadas del Congreso cayeron en la lógica conspirativa y empezaron a responder con más populismo y más populismo. De esta manera, pese al voto alcanzado por el Gabinete Martos, volvimos a la lógica de competencia por la popularidad entre el Congreso y el Ejecutivo, pero a través de la destrucción del modelo y en busca del aplauso de la semana.
Hoy, a la falta de una política de contención de la pandemia del Ejecutivo –lo que ha convertido al Perú en el país con la más alta letalidad y la más grave recesión del planeta– se suma una feria de propuestas populistas en el Congreso, que buscan acabar con el sistema previsional, regular precios y mercados en medicinas, educación, bancos y otras áreas, y que convertirían a la economía en un Frankenstein previo al asalto estatista.
Toda esta suma de despropósitos configura un escenario de destrucción nacional, porque los actores y las instituciones comienzan a hacer todo lo contrario a lo que se necesita para recuperar el empleo y luchar contra la pobreza: desregular y promover la inversión privada. Los colectivistas, entonces, están sentados en el balcón mirando cómo una sociedad se autodestruye para luego servirse el plato de fondo.
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