Walter Puelles

Ni la economía ni los economistas, Dr. Trahtemberg

Ni la economía ni los economistas, Dr. Trahtemberg
Walter Puelles
31 de agosto del 2016

El socialismo educativo es el responsable de tantos desaprobados

El diario El Comercio ha publicado recientemente un artículo del educador León Trahtemberg, titulado “Economistas: valoren a los educadores”. En él, Trahtemberg atribuye a los economistas cierta forma de pensar y proceder que, a su juicio, es incompatible con el desarrollo pedagógico. El educador dice: “los procesos de aprendizaje no siguen las reglas de la economía (que aplicadas a la pedagogía pueden hacer daño)”. Ellos —dice Trahtemberg, refiriéndose a los economistas—, “han introducido a la educación conceptos e indicadores medibles que son ajenos a la pedagogía”.

Bueno, el primer error de Trahtemberg es considerar que los profesionales son una unidad de clase, como quien toma una muestra de naranjas, analiza su contenido, encuentra un alto porcentaje de vitamina C, y concluye que “todas las naranjas tienen un alto contenido de vitamina C”. Grave error. Ni los economistas ni los abogado o médicos poseen una unidad homogénea de concepto. Los profesionales son seres humanos diversos, que actúan según sus conocimientos y formas de ver el mundo. Pueden compartir ciertas ideas, pero nada más.

Luego, Trahtemberg dice: “la competencia para mejorar la calidad funciona en un mercado porque quien no se sobrepone sale de él. En la educación, sin embargo, la competencia entre alumnos produce unos pocos ganadores y muchos perdedores”. Aquí el error radica en suponer que la competencia que propone el mercado es equiparable a cualquier tipo de competencia, venga de donde venga. La competencia en el mercado radica en la libertad que cada quien tiene de establecer acuerdos voluntarios, de aceptar o rechazar las propuestas u oportunidades que surgen. El sistema escolar, en cambio, no es resultado de ese orden espontáneo, sino el fruto de un proceso de planificación central impuesto. Este tipo de “competencia” —al que hace referencia Trahtemberg—, no corresponde a un orden de mercado, sino más bien a una visión espartana de la sociedad, en la que el “mejor” gana. 

Trahtemberg añade: “En cuanto al tiempo, si el alumno no entiende o disfruta una materia, más horas de clases equivalen a aumentar la irritación, el aburrimiento, los deseos de fuga, el estrés y la animadversión contra el profesor o el curso”. ¿Y quién determina, Dr. Trahtemberg, las materias y las horas que un niño debe pasar en clase? ¿El mercado? ¿La economía? ¿O un economista que, como ya advertí, no tiene la naturaleza de una naranja y que, por más técnico que parezca, no deja de ser un político que decide desde la esfera de poder? 

Luego afirma: “Asimismo, la herramienta usual de los economistas para diseñar estándares de desempeño evaluables —mediante indicadores y puntajes que asumen un conjunto de ‘logros esperados’ para todos por igual— resulta un absurdo para los educadores”. Y sigue: “Si todos los niños son diferentes, los logros esperados no deberían definirse en función de un referente ficticio óptimo, sino de las características de cada uno… Es precisamente la aspiración a la uniformidad la que produce la gran cantidad de ‘desaprobados’ o fracasados”.

Nuevamente, ¿es la economía la que sugiere dicha uniformidad? ¿O es más bien tal uniformidad el objetivo político de todo gobierno para interferir en la vida de las personas? Si se mira al mercado como un elemento asociado al pensamiento de los economistas ¿No es acaso la diversidad su principal característica?

Lo que el Dr. Trahtemberg cuestiona corresponde más bien a una filosofía o forma de pensar que ha invadido todos los profesiones en general, y no solo a los economistas. Concebir a la economía como una técnica de medición, no es pues una enfermedad propia de la ciencia económica. Esta filosofía —a la que denominaremos “constructivismo social” o simplemente “socialismo”— considera que la sociedad puede edificarse de la misma forma como un ingeniero construye un edificio. Por eso la educación debe estar sujeta a estándares y evaluaciones expresamente establecidas.

Es dicha orientación la que fuerza a determinados economistas a querer medir todo cuanto sea posible, a los profesionales de la salud a imponer sus particulares estándares, a los profesionales del derecho a generar una inflación legislativa, y a los políticos a querer normar y dirigir nuestras vidas. Es el socialismo educativo impuesto el responsable de tantos desaprobados y fracasados. Como en la China de Mao, el sistema busca  estandarizar la diversidad cultural y emocional de las personas. En suma, Dr. Trahtemberg, no es la pedagogía lo que está en juego, sino la libertad individual.

La economía, por el contrario, es la ciencia que nos ha advertido de todos los peligros de la planificación central. No importa si la planificación centralizada se aplica a toda la economía o a una actividad específica, como la enseñanza. El resultado siempre será el mismo: un rotundo fracaso.

 

Walter Puelles Navarrete

 
Walter Puelles
31 de agosto del 2016

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