Walter Puelles

El Perú nació jodido

El Perú nació jodido
Walter Puelles
10 de diciembre del 2015

Lecciones de nuestra historia que debemos tener muy presentes

Cuando un niño nace, difícilmente puede uno imaginar qué será más tarde. Si será una persona de bien o de mal. Puede que haya nacido en la más absoluta pobreza y ser próspero, o haber nacido en cuna de oro y ser un completo miserable. Sin embargo, cuando un país nace o inicia su vida autónoma es posible advertir los resultados que logrará si revisamos su Constitución, es decir las reglas o leyes establecidas.

¿En qué momento se jodió el Perú? Si por jodido entendemos el lugar que ocupa hoy en el ranking mundial, pues debemos albergar la posibilidad de que el Perú nació jodido. Y es que el Perú, pese a todo el crecimiento logrado en los últimos 25 años, sigue siendo uno de los países más pobres de la región. Nuestro Producto Bruto por habitante es el cuarto más bajo de la región, superando apenas a Ecuador, Paraguay y Bolivia. 

¿Realmente nació jodido el Perú? En 1852, es decir, 30 años después de su independencia, el constitucionalista argentino Juan Bautista Alberdi publicó el libro “Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina”. En este libro, Alberdi desarrolló los lineamientos de la constitución que luego le permitiría a este país convertirse en uno de los más prósperos del mundo.

Para desarrollar su libro, Alberdi no tuvo mejor idea que estudiar las constituciones de los países vecinos. Analizó primero la chilena y le pareció mala: “Es incompleta y atrasada en cuanto a los medios económicos de progreso…”. Pero grande sería su sorpresa cuando analizó la constitución peruana, que le pareció peor. “A pesar de lo dicho, la Constitución de Chile es infinitamente superior a la del Perú en lo relativo a población, industria y cultura europea”. Sí, leyó bien, infinitamente superior. 

A decir de Alberdi, la constitución peruana había sido “calculada para su atraso”. El argentino escribía: “sus condiciones para la naturalización de los extranjeros parecen calculadas para hacer imposible su otorgamiento”. Y es que nuestros compatriotas de aquel tiempo no entendían eso que hoy llamamos “inversión extranjera”, y por tal razón expropiaron y echaron del país a cuanto empresario pudieron, acusándolo de haber apoyado la causa realista, que por ese entonces era la causa legal. Muchos peruanos se sentían orgullosos de pertenecer a España y defendieron dicha causa. 

Tal ignorancia nos conduciría años después a la guerra con Chile, país a cuyos empresarios les expropiamos, en 1875, las inversiones que tenían en las salitreras de Tarapacá. La visión estatista era pues imperante ¿Cómo entonces se capitalizaría el país? Pues a través de los grandes préstamos que el estado concertaría para financiar la obras de interés social. La corrupción de los funcionarios públicos de aquella época no era menor que la que hoy tenemos. 
Alberdi finaliza el capítulo dedicado a nuestro país diciendo: “si el Perú hubiese calculado su legislación fundamental para obtener por resultado su despoblación y despedir de su seno a los habitantes más capaces de fomentar su progreso, no hubiera acertado a emplear medios más eficaces que los contenidos hoy en su Constitución…. ¿Para qué más explicación que esta del atraso infinito en que se encuentra aquel país?”

Alberdi no se equivocó. El bienestar chileno es hoy mucho más alto que el peruano, pese a que durante su vida colonial fue un lugar pobre e inhóspito que ni siquiera alcanzó el grado de virreinato. Chile era una capitanía que dependía del Virreynato del Perú. El PBI per cápita chileno es hoy incluso mayor que el argentino, que tras su época de oro abandonó los preceptos alberdianos perdiendo buena parte del desarrollo logrado.

Las expropiaciones de la década del setenta, y la intentona de estatizar la banca en 1987, no hicieron más que confirmar el mal original de nuestro país: el irrespeto a la propiedad. El Perú tocó fondo en 1990, y tras las reformas realizadas en los siguientes años, el mayor mérito de los gobiernos posteriores - incluyendo el nacionalista que blandió devolvernos al estatismo desbordado – fue el de preservar la magullada economía de mercado como eje social de convivencia.

No obstante,  ello no será suficiente para sacar de la pobreza a los millones de personas que aún viven bajo dicha condición, ni mucho menos para igualar el estándar de vida de Chile o Corea del Sur. Recobrar la confianza y la seguridad es imperioso a corto plazo, pero a la par, es necesario simplificar y abaratar los tributos para crecer y formalizar la economía. El peso del estado sobre la economía no debería exceder el 10% del PBI, y para ello es importante redimensionar el gasto corriente. Nunca el estado ha gastado tanto como ahora.

Por: Walter Puelles Navarrete

Walter Puelles
10 de diciembre del 2015

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