Raúl Mendoza Cánepa

La violencia ubicua

La violencia ubicua
Raúl Mendoza Cánepa
08 de octubre del 2017

Cada año se producen alrededor de cien feminicidios en Perú

 

“La violencia es la inteligencia de los brutos”, decía un buen amigo, aunque la experiencia señala que el conocimiento o los títulos no son garantía de nada. La violencia se vive en todos los estratos, sobrepasa al carácter cotidiano, habita entre las familias, en las escuelas, en las calles. Es un “todos contra todos” que nos supera. A quien escribe le ha tocado ver a un taxista empuñando una llave de ruedas contra otro taxista premunido de un fierro. Las cavernas solo por un espejuelo roto. Sorprendente también ver a dos mujeres liarse en una vereda o a dos escolares ensangrentados a golpe de nudillos.

 

La violencia no solo es física. Es verbal, es letrada, es gestual. Un silencio, una turbamulta, el insulto político, la mala leche en las letras, la envidia que multiplica sus sutiles flechas. Y valga la experiencia, el hombre que al descubrir al amigo con un automóvil nuevo exclama, afectado: “¡Debe estar robando!”. Cainitas, rivales ¿No es acaso violencia el chisme y el raje, limeñísimos? ¿No es violencia sutil no responder a un correo? ¿No es violencia pasar por alto la urgencia del hambriento? ¿No es violencia llevarse fondos del arca llena mientras los hospitales tienden sus camas en los pasillos? ¿Y qué del padre que abandona a sus hijos o el que los golpea para aligerar la carga de sus propias frustraciones? ¿Y el que maltrata a un animal?

 

Quizás sea el momento de una introspección, de verificar cuán violentos somos, cuántas palabras encendidas disparamos a la primera. Desde luego, pese a todas “las violencias”, una sobresale entre todas porque no es posible identificar una estadística de cómo somos en general: la violencia contra la mujer. Se han observado casos extremos, desde el asesinato a la desfiguración, situaciones escalofriantes como la del sujeto que prendió fuego a su ex pareja en una peluquería en Tarapoto, o la de aquel que atacó con un taladro a su esposa en Arequipa. Hace poco una agresión (aunque de menor escala que las mencionadas), siempre injustificada, se convirtió en tendencia en redes.

 

Aunque se ha reducido ligeramente desde hace unos años, la violencia contra la mujer sigue siendo un problema. En mayo de este año, el Gobierno reportaba que, “pese a que la violencia física, psicológica y sexual contra la mujer disminuyó de 76.9% a 68.2% entre el 2009 y 2016, sigue siendo alta”. En algo estamos terceros en el ranking mundial, apenas superados por Bangladesh y Etiopía, nada menos: en los índices de violaciones sexuales.

 

Según tendencia, cada año quizás se produzcan alrededor de cien feminicidios en Perú. Nos afecta a todos como sociedad porque toca un problema que no se ha logrado resolver: el abuso de la fuerza, la celotipia patológica, el uso de la dependencia, la violencia interior y la cosificación de la mujer. La mujer vista como objeto, en muchos casos como posesión intangible. Varios casos registran (como el de Tarapoto) la resistencia del varón a una separación. La mujer calificada como propiedad, desprovista de su libertad de elegir su destino y su felicidad.

 

Lo grave es que en muchos casos los antecedentes están en visto. Según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, siete de las mujeres asesinadas hasta abril de 2017 habían denunciado a sus agresores ¿Y la Justicia? Con un registro de agresores, el crimen puede reducirse porque, bajo pena, se prohibiría la aproximación a la agredida.

 

La violencia tiene múltiples formas, pero es manifiesta allí donde hay desequilibrio de fuerzas. Hay otros fenómenos que no se toman en cuenta ¿Y qué del maltrato al menor o al anciano? El menor herido o vejado y el viejo dejado en los hielos como los esquimales abandonados. Pocas cosas más denigrantes que un hijo golpeando a su padre.

 

Somos más violentos que hace cinco décadas. Un asalto solía concluir en un forcejeo. Hoy la resistencia es letal: un movimiento de más y una bala socava la carne. Los criminales no respetan a los niños. Hasta el mal ha perdido sus viejos códigos.

 

La escuela no puede resolver lo que la casa alienta y lo que la televisión inyecta como sustancia por el cable. Hemos perdido la sorpresa y la indignación: el “mal banal” de Hannah Arendt nos ha ganado la partida.

 

Raúl Mendoza Cánepa

 

Raúl Mendoza Cánepa
08 de octubre del 2017

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