Eduardo Zapata

La intermediación del nombre

Una nueva nomenclatura no cambia la realidad

La intermediación del nombre
Eduardo Zapata
16 de marzo del 2017

Una nueva nomenclatura no cambia la realidad

Cristophe, el reformador, había querido ignorar el vodú, formando, a fustazos, una casta de señores católicos. Ahora comprendía que los verdaderos traidores a su causa, aquella noche, eran San Pedro con su llave, los capuchinos de San Francisco y el negro San Benito, con la Virgen de semblante obscuro y manto azul, y los Evangelistas, cuyos libros había hecho besar en cada juramento de fidelidad; los mártires todos…”.

El texto anterior es de El reino de este mundo de Alejo Carpentier, sin duda uno de los más grandes novelistas de América. Allí se describe —a partir de un hecho histórico— la corte de Henri Christophe, o Henri I de Haití, quien de ser un esclavo liberado se proclamó rey de Haití y se suicidó en 1820.

Este rey pretendió instaurar una corte al estilo europeo y gobernar, en su imaginación, un país estructurado y organizado a imagen y semejanza de Europa. Instauró una corte, pero Haití nunca fue como los países de Europa. Sus tradiciones y los actores sociales transitaban otros pasos sociales y culturales.

Cuando se debaten ciertos temas, hay que entender que no basta con el simple cambio de nombres de un hecho social para que la realidad cambie. Peor si el cambio de nominación es ajeno a la vida del lenguaje y su lógica, y puede hasta eximirnos de intervenciones sobre ese hecho social del cual ha de devenir —en puridad— el nombre.

Salvo para el pensamiento mágico-religioso, los nombres no son la realidad. Si bien las palabras contienen un hálito de creación de mundos y poseen —para el hablante que las usa— una sensación de dominio sobre la realidad, no la reemplazan.

Y ocurre que a veces no son los hablantes comunes los que tratan de preservar algo de ese hálito y algo de esa sensación de dominio. Sino que —invocando y a veces hasta manipulando dichos poderes— son grupos de interés los que se convierten en intermediarios del nombre. Usurpando el papel de todos los hablantes, creyendo o haciendo creer que el nombre reemplaza a la realidad y asumiendo para ellos —mesiánicamente— que la realidad es tributaria de una disposición legal o de un simple cambio de nomenclatura.

Como lo dice Umberto Eco “El problema no es que ´nosotros´ (que estamos hablando) decidamos cómo hay que llamar a ´los otros´, sino dejar que los otros decidan cómo quieren ser llamados…”. Esa ´decisión´ supone la vitalización del hecho social, antes que la opción por la magia de la palabra divina y creadora.

El conquistador fue bautizando con nombres viejos y familiares los objetos nuevos que iba encontrando…De donde surgió la pintoresca idea de la degradación de la naturaleza en América: leones timoratos sin melena, tigres cobardes, perros mudos, vacas corcovadas”.

Lo dice Ángel Rosenblat en La primera visión de América, aludiendo a que el mundo de Colón y los conquistadores no era el que veían sus ojos, sino el que querían ver. Porque les resultaba familiar. Ante el riesgo de caer en las “degradaciones” a las que alude Rosenblat preocupémonos no tanto por el cambio de nomenclaturas —no pocas solo familiares para algunos o, peor aún, usurpaciones de voces por intereses de marketing o protagonismo—, sino preocupémonos por el cambio de la valoración y estatuto del hecho social. Y ello pasa inicialmente por la reivindicación de una sola palabra: respeto.

 

Eduardo E. Zapata Saldaña

 
Eduardo Zapata
16 de marzo del 2017

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